Las especulaciones en torno a los incendios que ya han afectado a más de 300,000 hectáreas se suceden diariamente, minuto a minuto.

Unos ponen el acento en la reacción del gobierno, de sus autoridades y de las organizaciones públicas relacionadas. Podemos discutir ad infinitum al respecto y no llegaremos a acuerdo alguno. Todo esto es muy legítimo, pero inconducente en la hora actual. Mal que mal, no es el gobierno el que ha provocado los incendios. El momento sobre la forma cómo ha abordado esta catástrofe llegará una vez que lo hayamos logrado sortear, no antes.

Otros ponen el foco en las empresas forestales responsables de las plantaciones de pino y eucaliptus por tratarse de especies altamente combustibles y que secan los suelos. Es cierto, tales plantaciones consumen mucho más recursos hídricos que las especies nativas, lo que en las condiciones actuales de escasez de agua no deja de ser relevante.

Sin embargo, no son los pinos y los eucaliptos los que provocan los incendios en sí, sino que su mal manejo promovido y estimulado por un decreto ley (el famoso DL 701) establecido en tiempos del innombrable, a inicios de su gobierno, allá en 1974, siendo entonces el director de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), el famoso Julio Ponce Lerou, el yernísimo, y que entregó millonarias bonificaciones, a familias relacionadas con la Papelera (CMPC) del grupo Matte, y con la empresa Arauco del grupo Angelini. Como puede observarse, no eran modestas familias que habían perdido sus enseres como consecuencia de desastre alguno.

Otros ponen el énfasis en el aumento de las temperaturas originados por el cambio climático, otros en un mal, o no mantenimiento de los cables de alta tensión; otros ponen el foco en la intencionalidad de pirómanos, cuatreros terroristas incendiarios: unos ven la mano negra de un terrorismo mapuche que se ha trasladado hacia las regiones del Bío Bío y del Maule; otros ven la mano mora de las propias empresas forestales interesadas en el cobro de los seguros comprometidos; otros en la precariedad de recursos disponibles para combatir los incendios.

Lo concreto es que en este minuto, más allá de las divagaciones, solo quedar concentrar toda nuestra energía en superar la emergencia. Si salimos airosos, ya habrá tiempo para analizar lo que pasó y adoptar las políticas, acciones, las medidas, los castigos que correspondan. Ojalá lo ocurrido sirva para tomar conciencia que más vale prevenir que curar.