Cuando los arqueólogos del futuro remuevan los mitos y las creencias de nuestros tiempos, entre miles de teorías obsoletas y verdades caducas, seguramente encontrarán la historia de un hombre. Un hombre de ese pequeño país tercermundista. Un hombre que por su origen social jamás tendría por qué llegar a ser comunista, que por su credo ateo jamás tendría que convertirse en un santo para millones de creyentes y que por ser el revolucionario más influyente de América no tendría por qué ganar respeto y hasta admiración entre una pequeña minoría de la derecha honesta del continente. La especialidad de Fidel Castro, entre otras cosas, fue romper esquemas. Era como el amor.

Hace unos años Fidel dijo sobre la muerte de Chávez: “”¿Quieres saber quién fue Hugo Chávez?  Mira quiénes lo lloran y quiénes festejan”. Lo mismo puede decirse ahora.

Tal vez no existe otro político de la segunda mitad del siglo pasado que amenazara con mayor fuerza los intereses del imperio más poderoso del mundo y,  seguramente ninguno más recibió tantas calumnias y acusaciones de todo tipo. Lo querían convertir en un Stalin, en un Gorbachov o en un Allende, soñaban que se hiciera un tirano, un traidor o por lo menos que se suicidara, pero no les dio el gusto. Sobrevivió los 638 atentados y a 11 presidentes norteamericanos, se mantuvo despierto, crítico, consecuente, planteó las necesidades de cambios en las estructuras del poder y murió de viejo. Lo imagino hasta sus últimos minutos riéndose de la cara de los politólogos y opinólogos que se destacan por no entender nada.

Su muerte le dolió al mundo, pero este enorme abrazo solidario que ahora está llegando a Cuba desde todos los rincones del planeta alivia este dolor. Personalmente sentí que con su partida terminó el siglo XX.

El paradigma cubano fue lo mejor del humanismo revolucionario del siglo pasado y hoy representa todos sus sueños, logros, fracasos y contradicciones, algo que desde hace rato es parte de nuestros propios sueños y fracasos. ¿Qué seríamos hoy sin la revolución cubana y sin Fidel?  Y,  criticándolo justa e injustamente, lo amábamos; siempre lo defendimos frente a los extraños, tal vez también,  justa e injustamente… Era una relación demasiado familiar.

Entendiendo la necesidad de construir los nuevos movimientos sociales sin caudillismos, veíamos en él más un centinela que un caudillo. Odiando la palabra paternalismo, lo sentíamos como padre, siempre comprendiendo y respetando nuestra diferencia generacional. A veces criticando y siempre admirando.

Los tres elementos de un guía espiritual – la bondad, la sabiduría y la fuerza – le sobraban. Y desde esta profunda espiritualidad – un termino, que seguramente le incomodaría, Fidel hizo navegar su isla por todos los mares del mundo, por las aguas más tormentosas, llevándola hacia todos los continentes, devolviendo la sangre y la vida a África, recibiendo a los niños de Chernobyl después del naufragio de la Unión Soviética… En su pequeña isla por más de medio siglo bloqueada por el imperio y más que una vez traicionada por los pocos aliados políticos, con inevitables errores y tropiezos, Fidel hizo más que cualquier otro gobernante de nuestros tiempos de cualquier país del mundo. Su preocupación por Cuba siempre fue por Latinoamérica y por la humanidad, y su gobierno jamás cayó en el juego de contraponer los intereses nacionales a los de otros.

Los analistas se preguntan cómo será Cuba después de Fidel. Una pregunta un poco tardía. La gran mayoría de ellos, los críticos incondicionales del régimen veían en Fidel sólo el epicentro del poder, vertical y jerárquico, que hacía girar la máquina del Estado…  El principal error de su lógica puede estar justamente en eso. Seguramente ninguno de ellos jamás imaginó – y desde su lógica es impensable – que más que patriarca o líder supremo, Fidel se convirtió en una obra colectiva del pueblo cubano y en este sentido, la pregunta debería hacerse al revés – ¿cómo se logra tanto en medio de tanta adversidad y con tan pocos recursos?  ¿era solo Fidel o hay algo más que abrió la posibilidad a tantas cosas imposibles?… “porque de lo posible se sabe demasiado”, agregaría Silvio…

En estos tristes días los recuerdos me devuelven la humedad de los aires de La Habana bajo las exageradas nubes del Caribe y la sencilla verdad de su gente… el corazón se acelera, crece y se expande en un abrazo para ese querido pueblo que hoy se llama Fidel.