Según algunos la victoria de Trump es algo gravísimo. Ganó una persona en la que no es posible confiar, que tendrá poder como para apretar el botón. Fue elegido para presidente un señor que para ganar electores ha usado promesas que jamás se mantendrán, lo peor del norteamericano medio. Con la elección de Trump se abre paso sin duda una cierta sensibilidad fascista.

Según otros la Clinton, detrás del velo de la peor hipocresía esconde, y ni siquiera muy bien, una política exterior agresiva muy peligrosa. Es verdad que con Obama se hicieron ciertos progresos en la sociedad norteamericana, pero se trata solo de detalles cosméticos respecto a lo sustancial de su política: guerra en Siria, en Libia, golpe de estado en Ucrania, nuevas inversiones en armas nucleares, para citar solo algunos puntos. Dicen que con la Clinton habría ganado el “rostro humano”, el “mal menor” de un sistema de poder. Muy probablemente se habría llegado a una desastrosa guerra con Rusia.

Pero no sé si con Trump hemos evitado el posible desastre nuclear, como señalan algunos observadores. Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que el nuevo presidente tiene en mente. Además debemos considerar que los grandes poderes, los neo-conservadores y las industrias bélicas, han aumentado su poder y nada hace pensar que puedan cambiar de dirección en sus políticas. A menos que no se produzca una implosión en el sistema norteamericano…

Sin duda estas elecciones reflejan algunas tendencias. El descontento de la población es grande: desocupación, falta de viviendas, restricción económica y violencia, esa realidad de los States que los medios de comunicación siempre evitan difundir. Trump le ha hablado a esa gente, no como político, en los cuales ya pocos confían. De hecho, no sirvió en absoluto invertir cientos de millones en la propaganda a favor de Clinton (que costó el doble de la de Trump). No sirvió de nada ensañarse personalmente contra el pobre millonario. Dado el panorama, la gente no creyó más en este circo, en toda esta manipulación. Se fueron al tacho todas las previsiones y todos los sondeos de opinión. Las personas – que no son números estadísticos – votaron de manera diferente de lo que se esperaba y se quería.

Esto es muy positivo: la gente comienza a desobedecer. Por otra parte, y esto es muy negativo, se ha dejado manipular por una propaganda populista que se alimenta de rabia y temor.

Y hoy los Estados Unidos gritan, con justa razón, aterrorizados: ¡Trump NO! ¡No es nuestro presidente! Efectivamente la gente protesta contra la xenofobia y el racismo. Pero también esta es una reacción irracional, ya que se debería gritar con la misma indignación: ¡Clinton NO! ¿O no justifican la indignación los millones de muertos en Irak, Siria, Libia?

En todo caso no es ni Trump ni Clinton lo central de la cuestión. Theodor Adorno decía que la elección no es entre blanco y negro sino que la libertad radica en el poder sustraerse de este tipo de elecciones obligadas. El sistema de informaciones presenta en forma distorsionada un problema, propone aparentes soluciones, divide a la opinión pública y crea la ilusión de la elección. De hecho, existían otras posibilidades: Bernie Sanders, Jill Stein… pero el pueblo norteamericano prefirió al Donald de los comics. Tal vez sea para mejor. Las contradicciones se evidenciarán y se comprenderá la necesidad de un cambio profundo y real del sistema.

Rebelarse al chantaje de las opciones obligatorias, sustraerse a la filosofía del “mal menor” y construir, reforzar nuevas opciones es lo que constituye la única posibilidad racional. Ello requiere confianza, inteligencia y amor por la propia libertad y por la de los demás.

En esta democracia cada vez más formal, que se asemeja a un espectáculo de entretenimiento para el ciudadano, no me deja para nada contento que el Pato Donald haya ganado, pero tampoco lo estaría si lo hubiese hecho la Abuela pata.