Patricio Zamorano, desde Washington DC
El tema no es quien será el próximo presidente de Estados Unidos.
 
El tema más fundamental es una situación jamás vista en la historia de este país. En resumidas cuentas: la forma en que se ha desarrollado la campaña, la más antagónica, polarizada, criminalizada y abyecta jamás vista en la historia contemporánea de Estados Unidos, lejos de terminar el martes 8 de noviembre, estallará en un huracán de dilemas a las 12:01am del miércoles 9 de noviembre.
A esa hora los escenarios serán claros. De perder Trump (que no es lo mismo que Hillary Clinton gane), el 9 de noviembre comenzará la maquinaria mayúscula del candidato republicano para recuperar las decenas de millones de dólares invertidos de su propio bolsillo en la campaña y capitalizar el gran movimiento neo-racista, neo-misógino, neo-nacionalista creado en estos meses. Si los rumores son ciertos, Trump TV nacerá desde las cenizas de la campaña para transformar en una suscripción mensual y en dinero constante a los millones de seguidores de la visión fatalista, nacionalista y al mismo tiempo grandilocuente de Trump. Asimismo, el empresario de bienes raíces deberá volver a su dinámica normal de responder a las demandas judiciales que le esperan, incluido el juicio por fraude interpuesto por los estudiantes de la llamada “Universidad Trump”, que debe definirse en noviembre. La otra cara de la misma moneda tendrá el mismo efecto: de ser electo presidente, será uno de los primeros mandatarios de la historia de EEUU potencialmente bajo riesgo de ser declarado culpable en un juicio civil tras ser embestido con el cargo máximo del país.

De ser coronada Hillary Clinton, el futuro político de su presidencia ya aparece como una pesadilla. Los republicanos, animados por nuevas aristas en el escándalo de los correos electrónicos de la ex canciller, crearán una continuidad de las acusaciones de la campaña. Ya han anunciado la triple “i” de la guerra política que intentará bloquear su gobierno: “Indictment, Impeachment, Investigation”, es decir, imputación criminal, impugnación constitucional, investigación legislativa permanente.
El tema principal es el oscuro sentimiento que embarga a este país a pocas horas del día de las elecciones. Es la conciencia de que la carga negativa no termina en el discurso de reconocimiento de derrota de uno, y el discurso de victoria del otro esta noche de martes (de perder Trump, es un gran misterio en todo caso si reconocerá el triunfo de Clinton). Trump se ha encargado de deslegitimar cualquier escenario que no sea su propio triunfo, logrando imponer no solo entre sus seguidores sino en todo el imaginario simbólico de todo el país, que el sistema electoral está amañado, el mundo político es corrupto, que los medios de comunicación están confabulados. Lo curioso es que son las mismas acusaciones que la izquierda también ha esgrimido por años, con una diferencia: la noche de los resultados de la competencia electoral siempre ha sido un baño bautismal que limpia sanamente los pecados de la campaña, para amanecer a un nuevo orden político cuyos elementos fundacionales se supone son aceptados por todos. Lo normal: celebración de la democracia la noche del 8 de noviembre, luego una corta luna de miel, y luego la continuidad de la lucha frontal entre el Congreso y el Ejecutivo.

Ya no será lo mismo en esta ocasión.

Incluso con la posibilidad que el Partido Demócrata recupere el Senado, los republicanos han mencionado una estrategia extremadamente dramática: que de ganar Clinton harán lo posible para bloquear la nominación pendiente del noveno ministro de la Corte Suprema. Una medida de esa naturaleza, emanando del Partido Republicano, que se supone se enorgullece de ser el protector y garante de la Constitución de Estados Unidos… Una ironía más de muchas.
Trump ha logrado lo que la izquierda estadounidense nunca ha conseguido, y es criticar con éxito las bases del sistema democrático de EEUU. Pero no hay filosofía sólida detrás del discurso de Trump, no hay historia política o evolución dialéctica, ni se ha generado desde una base popular organizada. Lo ha logrado simplemente haciendo de oficio lo que siempre ha hecho: usar el entramado mediático como altavoz de su mensaje simplista de turno, y dando voz a sentimientos reaccionarios que siempre han estado ahí, para sorpresa de los que creían en el mito de un Estados Unidos unitario y altruista en lo valórico.
El día después, tras la tormenta de un año delirante, no aparece por tanto como la oportunidad para la apertura de los cielos y la tibieza del sol matutino. Por primera  vez en la historia, el futuro político del país se ve ensombrecido no importando el resultado de una presidencial. Trump y el Partido Republicano no están dejando espacios para la conciliación con los demócratas y Hillary Clinton sigue generando sorpresas que agregan combustible a una polémica ambigua pero efectiva entre sus opositores.

Los dos candidatos principales del sistema binominal estadounidense con el peor índice de favorabilidad de la historia de este país, tienen en sus manos las llaves, al mismo tiempo, del paraíso y del infierno.  Belcebú y el arcángel Gabriel, sentados a la misma mesa.