Por Gastón Fiorda

El arte del simulacro; una especie de demiurgo contemporáneo que construye una realidad sobre la base de un relato que hoy vive la política argentina. Algo peligroso si proviene del propio Gobierno.
Mauricio Macri y su enorme comité de campaña permanente escribieron recientemente un nuevo capítulo en la extensa saga de puestas en escena. La política vivió un episodio burlesco al exhibir al Presidente rodeado de ciudadanos en un ómnibus de línea, transitando las calles polvorientas de la provincia de Buenos Aires.

El objetivo primero era mostrar al mandatario cerca de la gente y en un lugar donde conviven la marginalidad con las mil y una vulnerabilidades de un tejido social hilachento. El intento hubiese sido exitoso de no haberse conocido -casi inmediatamente- el ‘detrás de cámaras’ que probaba la nula espontaneidad del acto.

Pero los asesores de Macri renovaron la apuesta. Hicieron desfilar a todo el gabinete nacional, y dirigentes del partido oficialista de Cambiemos, por los domicilios de cientos de vecinos -celosamente seleccionados [muchos de ellos militantes del propio partido]- para dar el mismo mensaje de proximidad.

Un ‘show’ que de tantas repeticiones resulta patético. El pretendido efecto sorpresa y ‘humanizante’ de nuestro Presidente y compañía no es más que un engaño que a esta altura de la crisis social que vive el país termina por convertirse en ofensivo.

Estos ‘pases de comedia’ también tuvieron sus capítulos internacionales. En el reciente viaje de Macri a Nueva York para participar de una nueva edición de la Asamblea General de las Naciones Unidas, mostró al presidente argentino paseando relajadamente junto a su esposa por los verdes paisajes de Central Park. Una foto novelada, sin duda.

Sin embargo, nada fue lo que pareció. El paseo en bicicleta de Mauricio y Juliana, como felices enamorados, resultó una postal ideada por sus asesores de imágenes y de comunicación. Una vez más se buscó mostrar una política teatralizada, de fuerte impacto visual pero peleada con las fidelidades de la ética. Hacer política es otra cosa.

Sin detenernos en los papelones diplomáticos que el presidente argentino hiciera en torno a una causa nacional tan sensible como el reclamo de soberanía por las Islas Malvinas -episodio en el cual la propia canciller, Susana Malcorra tuvo que salir rápidamente a desdecirlo- la política perdió la calle y se adueño de las redes sociales.

Y esa derrota cultural, de reacción fáctica con los problemas diarios, hoy se desenvuelve en fotomontajes y relatos afiebrados aprovechando el anonimato y la masividad que permite Internet y sus infinitas posibilidades de ramificación. Si bien resulta un fenómeno mundial en Argentina, bajo este gobierno, adoptó la condición de axioma.

Ahora bien: en una política teatralizada los problemas no se solucionan sino que se enmascaran, y ese es el conflicto en pugna: descifrar la dimensión real del peligro que oculta una gestión maquillada y puesta a simular gobernabilidad.

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