Texto: Flavia Estevan

Yo, hija de padre y madre brasileros que a su vez son hijos de padres españoles, italianos, portugueses e indígenas brasileros –hasta donde puedo rastrear mi ancestralidad–, digo que soy hija de los movimientos del ser humano en el territorio. Movimientos que se dieron por diferentes motivos, pero que en su raíz eran personas en busca de mejores condiciones de vida.

Mi abuela, española, llegó al Brasil hace 60 años. Ella y su hermana sobrevivieron a la guerra civil española que mató a su padre, a su hermano e hizo que su madre y otro hermano huyeran a Suiza. Mi abuela cuenta que cuando llegó al Brasil fue recibida en el puerto de Santos y un hombre sentado en una mesa le preguntaba el nombre, le daba un documento y decía: «–Sea bienvenida, que sea feliz aquí en el Brasil.» Hoy, con 88 años, yo le cuento las persecuciones a los inmigrantes y refugiados y ella no puede entender, dice que eso no es justo, que las personas deben poder buscar mejores condiciones de vida, como ella hizo.

Yo crecí con las historias de la guerra, de las prisiones, de las bombas. Eso marcó profundamente mi vida y creo que por eso nunca pude vivir ajena al sufrimiento del mundo, aun habiendo tenido la suerte de tener una vida donde podría haber pensado sólo en las cosas que me rodeaban. Cuando escucho a mi abuela contar los horrores de la guerra, me avergüenzo de pensar que eso no es pasado, que en este momento cerca de 200 guerras se desarrollan en el mundo. Como decía Galeano: ¿Hasta cuándo?

Volví a España y ahí viví durante dos años, creo que de alguna manera buscando mis raíces, y a pesar de la doble nacionalidad siempre fui tratada como inmigrante. Fui discriminada muchas veces buscando trabajo, por ejemplo, y cuando mostraba mi documento español ellos decían que ok, que era legítimo que estuviera ahí. Siempre me pregunté: ¿qué cambiaba en realidad? ¿Un pedazo de papel? Sí, eso hizo diferencia, puede trabajar, estaba incluida en el sistema social, pero ese pedazo de papel era como una especie de licor amargo que ellos tenían que tragar y muchas personas realmente no querían tragar eso.

La diferencia en aquel momento fue estar incluida en el conjunto del Movimiento Humanista que me recibió y me permitió ser activa en el trabajo con los temas propios de los inmigrantes y muchos otros en el marco de la no discriminación y la no violencia. Desde entonces creo en la nación humana universal, a pesar de no saber exactamente cómo se dará.

Entiendo el miedo de ser «invadido», pero con madurez podemos experimentar que todos los miedos están mucho más en nuestra imaginación que en la realidad misma. Si los países empiezan a aceptar a los refugiados, ciertamente se transformarán y creo que son los medios de comunicación los que implantan en la gente el miedo a esa transformación. Yo soy ija de la transformación, en un país que se dejó invadir y se transformó gracias a grandes olas inmigratorias, y es gracias a esa mezcla que existo.

Fuente: Equipo de Base Warmis – Convergencia de las Culturas
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