Así como miles y miles saldremos en Argentina a las calles a recordar, a no olvidar, a repudiar lo sucedido a partir de la oscura noche instalada en el país desde aquel Golpe de Estado perpetrado el 24 de marzo de 1976, en el futuro serán miles, millones los que saldrán también a las calles a repudiar la injusticia, la violencia que se vive hoy en este presente, quizás con distintas formas y expresiones, pero no por ello menos instalada aunque sí aún aceptada por muchos. Será en una, dos, tres generaciones futuras donde se instalará el sentimiento profundo de rechazo a todo tipo de violencia, a esa violencia física, pero también a esa económica, psicológica, racial, moral. A todo aquello que niegue la intencionalidad del otro.

Se cumplen 40 años del Golpe de Estado que abrió en Argentina una cruenta Dictadura Cívico-Militar, que posibilitó persecuciones políticas, desapariciones, torturas, exilios, que niños quedaran sin padres ni madres, o madres y padres ya sin saber del paradero de sus hijos. Abrió todo ello una profunda herida en el seno de la conciencia de una parte importante del pueblo. Abrió todo ello, asimismo, innumerables consecuencias no sólo económicas, sino sociales, culturales y políticas, tan nefastas como difíciles de superar de raíz.

Seremos cientos de miles en las plazas del país diciendo Nunca Más a todo ello. Imaginemos en el futuro, en pocas décadas más, a millones recordando la injusticia que padecemos hoy en este presente los pueblos: esa injusticia dada por la extrema desigualdad donde el 1 % de la población tiene el 50 % de riquezas; veamos en el futuro jóvenes generaciones que ya no aceptarán ningún tipo de violencia, como la que se ejerce hoy con la explotación, la especulación financiera que genera desocupación, pobreza y desazón; la violencia sexual que genera femicidios, trata de personas, desigualdades intolerables entre géneros; la violencia psicológica impuesta desde un hiper-concentrado aparato mediático que quiere apropiarse y manipular la subjetividad de las personas; la violencia del terrorismo, las guerras y las invasiones, solo por nombrar unas pocas formas de violencia muy extendidas en la actualidad y aceptadas, por complicidad, resignación o silencio de grandes conjuntos humanos. Proyectemos este pueblo movilizado de hoy en un futuro más luminoso con cientos de miles en plazas y calles colmadas, donde recuerden lo absurdo de la violencia de este presente como algo que quedó remotamente en el pasado, no olvidado, sino recordado para que nunca más la violencia gane ya el corazón de los pueblos libres.

Hoy hemos logrado hacer flamear con fuerza las banderas de repudio a la Dictadura Militar, es difícil –no se si imposible- imaginar que se acepte nuevamente una dictadura así, se ganó conciencia en general de la necesidad de vivir en Democracia, aunque aún muy deficiente por supuesto. Vemos flamear hoy las banderas de la memoria de los 30 mil detenidos-desaparecidos, del pedido de avance de la justicia en cuanto a los delitos de lesa humanidad cometidos en ese período, las banderas contra la impunidad, las de la restitución de la identidad de los nietos ilegalmente apropiados, las del pedido necesario de apertura de archivos para conocer en profundidad qué pasó con las víctimas del Terrorismo de Estado. Son las banderas de los Derechos Humanos que encarnan ideales de justicia que logrará al menos la reparación.

Así como esas banderas hoy las hacemos flamear con fuerza, las seguiremos sosteniendo por siempre, y en el futuro las próximas generaciones harán flamear también con más fuerza aún las banderas de la no-violencia, profunda, verdadera, las del rechazo visceral a todo tipo de violencia; las de la no-discriminación, las del trato recíproco y solidario, las de la igualdad de derechos y oportunidades para todos los seres humanos sólo por el hecho de haber nacido. Imaginemos ese futuro, que de ese modo comenzará a crecer desde ya en cada uno esa conciencia no-violenta tan necesaria en el convulsionado mundo de hoy.