Una inédita movilización social contra la corrupción ha puesto al expresidente y a la exvicepresidenta en la cárcel como presuntos líderes de una mafia de defraudación aduanera.

Este domingo los guatemaltecos van a las urnas en un ambiente de rechazo generalizado a la clase política.

Y tienen que optar entre el actor Jimmy Morales, por delante en las encuestas, y la ex primera dama Sandra Torres, la primera presidenciable de la historia del país.

Uno sin ninguna experiencia política en un partido de militares de ultraderecha; y la otra, acusada de turbias relaciones con el narcotráfico.

Por Elsa Cabria

El resultado de la elección del nuevo presidente de Guatemala es una prueba: la ciudadanía o la impunidad. Desde abril el caso La Línea, –por el que el expresidente Otto Pérez y la ex vicepresidenta Roxana Baldetti están hoy en prisión preventiva acusados de liderar una estructura aduanera mafiosa– empezó a dibujar un escenario inédito. En un país donde la clase media no salía a protestar, reprimida por una guerra de 36 años (1960-1996), miles de guatemaltecos tomaron las calles y la fuerza de sus manifestaciones descabezó el gobierno. Pero también generó un clima de antipolítica que les lleva este domingo a elegir un presidente entre dos candidatos que, según los analistas, no acaban de generar confianza en los votantes: Jimmy Morales y Sandra Torres, el cómico y la ex primera dama.

El impulso social que forzó la dimisión de Otto Pérez generó también un fuerte rechazo al candidato que lideraba las encuestas en primera vuelta. La sorprendente desaparición de la contienda de Manuel Baldizón, señaladísimo por casos de corrupción, abrió el espacio a los otros dos principales contendientes para la segunda vuelta.

Si bien esta semana las encuestas de dos importantes medios impresos situaban al candidato de FCN-Nación, Jimmy Morales, más de 30 puntos por encima de la candidata de la UNE, Sandra Torres, ésta no deja de ser una elección extraña. No hay claro favorito, como sucede normalmente desde que el país inició su joven etapa democrática en 1985. Pero el descontento ciudadano con la clase política tradicional, la misma que simboliza el gran foco de corrupción e impunidad, mueve la balanza a favor de Morales, apreciado por cierta parte de los votantes por tener cero experiencia política. Traducción: el voto antipolítico le funciona por estar aún limpio.

En la conservadora Guatemala, no hay partidos de izquierda y técnicamente tampoco de derecha porque la ideología política no existe. Por no haber, no hay ley antitransfuguismo, aunque presumiblemente habrá en 2016. En este país, los partidos se crean igual que se destruyen bajo la concepción de que son estructuras para hacer negocios, fomentando el enriquecimiento ilícito. En este contexto histórico, influido por el hartazgo de los votantes, hay dos opciones: Jimmy Morales, un actor de comedia cuyo partido fue creado por militares de extrema derecha y Sandra Torres, una ex primera dama del único gobierno socialdemócrata en la historia de Guatemala, con señalamientos de corrupción y relación con narcotraficantes cuando estuvo en el poder.

Jimmy Morales, el hijo de la coyuntura

El comediante Jimmy Morales cierra su campaña con una promesa de "cambio" en Guatemala

El comediante Jimmy Morales. EFE

Black Pitaya se pasea por un muelle de Livingston, una isla en el Caribe guatemalteco en la que vive la etnia garífuna, una mezcla entre africanos e indígenas. Cuenta que Papa Noel está leyendo las cartas que le envían los niños ‘mal portados’ y que una tras otra es atinada. Pero decide no regalarles nada. Mama Noel le pregunta por qué si son atinadas. Papa Noel le responde que no estaba diciendo eso, estaba diciendo: «A ti, nada». Black se despide mientras suenan las risas enlatadas.

Black Pitaya es uno de los muchos personajes del programa Moralejas, en el que el actor Jimmy Morales interpretó durante 22 años a distintos personajes caricaturizados de Guatemala, desde el garífuna Black Pitaya, al indígena Juan que vende «manzano bueno», al militar Cabo Morales o a Neto, el estereotipo de hombre del oriente del país con sombrero. Todos pertenecen a su programa Moralejas, que aún se emite en Estados Unidos. Pese a su cuestionable humor, lleno de estereotipos con tintes racistas, Jimmy Morales dice que a él los garífunas y los indígenas lo aman.

«Es buena persona, actúa de buena fe, pero su falta de experiencia es un problema», dice un jefe de una importante institución empresarial que trabajó durante muchos años contratando a Morales como presentador de eventos y locutor de cuñas.

Eso es todo con lo que Jimmy Morales llegó a competir a las elecciones de 2015 con el partido FCN-Nación, creado por militares de extrema derecha. A principios de la campaña, este licenciado en Administración de Empresas no tenía ninguna posibilidad, ni siquiera aparecía en las encuestas de intención de voto. Pero Morales, que soñaba con ser presidente en 2020 y cuya única experiencia política era haber fracasado con otro partido como candidato a alcalde en 2011, se convirtió en el hijo de la coyuntura.

La grave crisis política que sacudió en 2015 a Guatemala con el encarcelamiento del ex presidente Otto Pérez hundió a la clase política tradicional a ojos de los votantes hartos de corrupción y supuso la aparición en el mapa del candidato de la derecha nacionalista. Era y es la representación del voto antipolítico bajo el lema «Ni corrupto ni ladrón». Sin programa ni equipo para gobernar, todo alrededor de él construye una duda. «Es el candidato sorpresa, lleva tres años preparándose, pero es una gran incógnita», dice un diputado que estuvo en conversaciones con el jefe de campaña de Morales para evaluar un posible apoyo.

«Jimmy es un voto circunstancial, representó el antivoto a Salvador Baldizón (que lideraba las encuestas hasta su fracaso en primera vuelta)», opina bajo anonimato un experto en estrategia que ha sido jefe de campaña de varios partidos. «Para los grandes empresarios y para la embajada estadounidense puede representar la estabilidad política y económica», añade sobre cómo influiría Morales en Guatemala, el país que menos recauda fiscalmente de América Latina, dominado por el poder oligárquico y el del gobierno estadounidense.

El ahora o nunca de Sandra Torres

Torres cierra la campaña electoral pidiendo a los pobres de Guatemala su voto

Sandra Torres. EFE

«Doy gracias a dios por estar aquí». Sandra Torres inicia todas sus comparecencias públicas con esa frase. Apoyada en su fe católica y en su experiencia política, confía en sus posibilidades para ser la primera presidenta de la historia de Guatemala con la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), el partido que creó junto a su exmarido Álvaro Colom y que la convirtió en primera dama de 2008 a 2011.

Perseverante o terca, según quien la evalúe, Torres trató de presentarse a las elecciones de 2011 tras un divorcio exprés de su entonces marido, pero la Corte de Constitucionalidad (equivalente al Tribunal Constitucional) se lo prohibió porque los trámites de su divorcio no cumplían con los tiempos legales. Sus réditos como primera dama durante el gobierno de Colom fueron los mismos con los que se postula ahora: experiencia y foco en el desarrollo de programas sociales y educativos en un país en el que la mitad de la población es pobre.

Pero esa política asistencialista, muy influida por los programas del ex presidente Lula da Silva en Brasil, ha sido también muy cuestionada por su falta de transparencia en la distribución de los programas y su difícil relación con el control: falta de control en el gasto y exceso de control en la implementación de programas. «Siempre decía que se podía, pero nunca entendía que los tiempos técnicos no son los tiempos políticos», dice una ex funcionaria del gobierno de la UNE que lideró uno de sus grandes programas sociales.

Para un diputado de la UNE, hay una explicación que defiende la actuación de Torres: «La sandrofobia se dio por instaurar una política de redistribución del ingreso», dice en alusión a los grandes empresarios que siempre han bloqueado iniciativas contra una reforma fiscal.

El partido hoy está en sus manos. Ella manda. Con un cambio total de look: más casual, sin flequillo, sin la clásica apariencia de una primera dama. Pero el desgaste político de Sandra Torres es notorio y las críticas que empezaron hace ocho años nunca han cesado: que si tuvo un papel demasiado protagonista en las decisiones de gobierno, que si fue guerrillera durante la guerra, que si fue financiada por militares. Ante esto, Torres es clara: «Hoy no hay militares en el partido». Pero esas no son las acusaciones más duras; Torres tiene señalamientos de financiación de narcotraficantes y de haber incurrido en actos de corrupción.

Ella representa la vieja escuela, la política tradicional y eso, para muchos votantes de las áreas urbanas, supone un conflicto en 2015, el año en que todo el sistema político tenía que empezar a cambiar. «Sandra es una mujer de derechas en un partido socialdemócrata. Es una mujer sumamente pragmática, se alía con quien considere necesario para sus objetivos», dice el analista político Gustavo Berganza. Y pone un claro ejemplo: Su vicepresidenciable es Mario Leal, que fue el recaudador del Partido Patriota (el partido que creó el ex presidente Otto Pérez, hoy en prisión)».

Cuando perdió su oportunidad de presentarse a las elecciones de 2011, el ex presidente Colom cuenta que se lo tomó muy mal. Por eso, las elecciones de 2015 representan su último intento. Último porque ella confía, pese a las encuestas, en que ganará. No quiere ver otro escenario.

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