Por Rafael Poch para La Vanguardia via Rebelion.org
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Se trataba de castigar un desafío. Un desafío a la estupidez económica y sobre todo al principio de autoridad. Ahogar una quijotesca manifestación de dignidad para evitar el ejemplo. “No duden que la respuesta al referéndum será implacable”, “Prepárense para el circo mediático que se avecina”, escribimos el martes. Con “Grexit” o sin él, es lo que ha ocurrido. Pero, ¿a qué precio?

Merkel ha salvado la cara ante el mayoritario sector de su opinión pública que cree en la leyenda de que la crisis es resultado del exceso de gasto social y de la mala administración de gobiernos manirrotos. Esta leyenda ofreció a “los griegos” como nuevos judíos. Con ella la Quinta Alemania tejió un mito para canalizar el enfado social y evitar una puesta en cuestión del sistema euro y del casino en general.

Con ese “los griegos”, el nacionalismo alemán se ha retratado como lo que siempre fue: un asunto étnico y supremacista que alimenta la imposición y el dominio. Hoy muchos europeos regresan a la vieja idea de que es imposible una relación igualitaria con Alemania.

En la sala de tortura de Grecia, Francia representaba el papel de “policía bueno”. Funcionarios franceses ayudaron al gobierno griego a redactar los términos de su gangsteril capitulación. Hollande ha ejercido de “collabo“, pero se alineó con fuerzas extraeuropeas, el FMI y el gobierno de Estados Unidos, para moderar a Merkel y su siniestro ministro. El Presidente ya ha comenzado la campaña de su reelección (2017) y apostó por la oposición al Grexit, una manera diferente de participar en el castigo. Sin embargo, esa diferencia y su recurso a los de fuera agrietan el mito del “eje franco-alemán”. Con Grecia, Alemania quería disciplinar de paso a Francia (e Italia), mientras que ésta quería poner en evidencia a Alemania. La bestia neoliberal, en sus dos alas, socialdemócrata y conservadora, está más dividida.

El Politburó de Bruselas, su régimen de soberanía limitada, su ideología (el estalinismo de mercado) y su comportamiento antidemocrático, se han hecho más obvios para más y más ciudadanos europeos. Los medios de comunicación aún menos creíbles. La canallada a la que hemos asistido nos hace, en definitiva, un poco más lúcidos. Un poco más de claridad sobre la Europa realmente existente y el malestar que siente cualquier persona decente en ella. La crisis de la UE no ha hecho más que empezar.

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