Por Kanya D’Almeida

Cuando los resultados iniciales de las elecciones presidenciales de Sri Lanka comenzaron a llegar en la madrugada del día 9 no quedaba claro por quién había votado la mayoría de los 15 millones de electores habilitados.

¿El presidente Mahinda Rajapaksa había sido reelegido para un tercer gobierno? ¿O el deseo de cambio le había dado la victoria al candidato único de la oposición, Maithripala Sirisena?

El resultado de los comicios del día 8 fue reñido al principio, ya que el grueso de la población cingalesa, que representa casi 80 por ciento del total del país, votó a favor de Rajapaksa y su Alianza Unida para la Libertad del Pueblo en los distritos austral y central de Hambantota y Ratnapura.

Pero cuando comenzaron a contarse los votos de las provincias del Norte y el Este, de mayoría tamil y musulmana, quedó claro que el resultado no sería una repetición de las elecciones presidenciales de 2010.

Simbolizada por un cisne, la “coalición arcoíris” del Frente Democrático Nacional arrasó en las 12 divisiones electorales del septentrional distrito de Jaffna, con 253.574 votos o 74,42 por ciento del electorado mayoritariamente tamil.

Tamiles y musulmanes representan 15 y nueve por ciento de la población de este país, respectivamente.

Poco después el ya expresidente aceptó la derrota y el nuevo líder, Sirisena, su aliado hasta noviembre y que obtuvo más de 52 por ciento de los sufragios, comenzó a prepararse para su juramentación en la Plaza de la Independencia de Colombo, ese mismo viernes 9.

Había ganado el “ángel por conocer” en lugar del “diablo conocido”, como calificó el derrotado Rajapaksa las opciones entre las que el electorado debía escoger.

Ambos dirigentes son oriundos de comunidades rurales cingalesas y su campaña se basó en gran medida en una plataforma de promesas dirigidas a la población de ese grupo étnico, pero los expertos aseguran que fueron las minorías quienes decidieron esta elección.

“Parece que este año el pueblo tamil tomó un juramento por el cambio”, señaló el Dr. Jeyasingham, profesor de la Universidad del Este de Sri Lanka, en Batticaloa. “La gente en el norte y el este votó temprano. Esa siempre es una señal de que el cambio está en el aire”, observó.

“El voto de las minorías fue decisivo para este presidente. Los tamiles y los musulmanes son una parte importante de este sistema democrático y tenían bastantes quejas como para votar en contra del gobierno actual”, comentó.

Descontento silencioso

Desde que llegó al poder en 2005, Rajapaksa tuvo un fuerte apoyo popular, reforzado por su decisiva derrota del separatista Tigres para la Liberación de la Patria Tamil Eelam en mayo de 2009, que puso fin a casi 26 años de guerra civil.

Rajapaksa consolidó su posición mediante el nombramiento en destacados puestos políticos de miembros de su entorno familiar. Sus tres hermanos son, respectivamente, el ministro de Desarrollo Económico, el secretario de Defensa y el presidente del Parlamento.

También realizó ambiciosos proyectos de infraestructura, como la construcción de autopistas y la reconstrucción de la línea ferroviaria que une al sur de Sri Lanka con el norte.

Pero los expertos aseguran que descuidó asuntos cruciales e incumplió varias promesas a la población tamil, como una mayor autonomía política, el inicio de un proceso de reconciliación tras el conflicto armado y la independencia de instituciones democráticas como el Parlamento y el poder judicial.

Ante Sirisena, un rival sorpresa que hasta hace poco fue su ministro de salud y secretario del partido del ahora exgobernante, Rajapaksa reincidió en el discurso de la “derrota al terrorismo” que lo caracterizó tras la guerra y que se considera su mayor legado.

Pero paradójicamente, el último clavo en su ataúd político fue la falta de esfuerzos de reconciliación con la población del norte y el este del país, que sufrió la peor parte de las etapas finales de la guerra por la cual tanto el gobierno como el LTTE están acusados de crímenes de guerra.

“El último gobierno falló con respecto a la reconciliación verdadera”, afirmó Pakiasothy Saravanamuttu, director del Centro para las Políticas Alternativas (CPA), con sede en Colombo.

El gobierno “participó en la toma de tierras” en el Norte, “involucró al ejército en la economía, desde la compra y venta de verduras a la administración de hoteles, y violó los derechos humanos impunemente”, sostuvo.

Un voto por el cambio

Miles de personas en el norte y el este aún padecen el trauma de la guerra y muchos se quejan de que nunca hubo un reconocimiento formal del sufrimiento de los civiles en una batalla que se cobró entre 8.000 y 40.000 vidas.

A la gente del norte “ni siquiera se le permitió velar a sus parientes y amigos”, denunció Jeyasingham. “Se demolieron cementerios enteros. Todas estas son cosas que la gente mantuvo en su interior, pero no elevaron su voz a causa de la represión estatal”, agregó.

Aunque los comunicados oficiales se jactaban de la rápida rehabilitación y del desarrollo en lo que fuera la zona de combate, la población local a duras penas llegaba a alimentarse tres veces al día. El desempleo en la provincia del Norte es de 5,2 por ciento, y la mayor tasa de la isla se encuentra en el distrito de Kilinochchi, con 7,9 por ciento.

La pobreza también está generalizada. Según datos oficiales asciende a 28,8 por ciento en el distrito de Mullaitivu, cuatro veces más que la tasa nacional de 6,7 por ciento.

“Hasta los empleados públicos luchan por sobrevivir con su sueldo mensual básico. Parece que casi todos… votaron en contra del gobierno”, destacó Jeyasingham.

En este contexto, muchos sintieron que fue de mal gusto el llamado preelectoral de Rajapaksa a los votantes tamiles en el norte para que eligieran “al malo conocido” frente al “bueno por conocer”.

En las zonas de mayoría musulmana, también fue evidente la inclinación de las minorías.

Muchos temieron por el futuro de la pluralidad religiosa y étnica en el país tras una serie de ataques violentos contra las comunidades musulmanas en el último año, entre ellos disturbios en la ciudad sureña de Aluthgama que dejaron un saldo de ocho muertos, 80 heridos y varias tiendas quemadas por turbas cingalesas.

El gobierno reaccionó con lo que algunos consideraron indiferencia ante una serie de atentados contra negocios musulmanes, mientras que la tolerancia hacia la organización budista de línea dura Bodu Bala Sena, que las autoridades creen una fuente de tensión entre las religiones, alejó a muchos musulmanas del gobierno de Rajapaksa.

Todavía está por verse qué hará el nuevo presidente frente a la gran participación electoral en las provincias del Norte y el Este. El programa de trabajo que Sirisena promete cumplir en sus primeros 100 días de gobierno incluye la igualdad y el fin de la intolerancia religiosa, explicó Saravanamuttu, pero algunos observadores políticos temen que pueda renegar de ese compromiso y, en cambio, atender al voto cingalés.

Editado por Kitty Stapp / Traducido por Álvaro Queiruga

El artículo original se puede leer aquí