Carta de 3 profesores de Seine Saint-Denis a propósito de Charlie Hebdo.
Traducimos esta carta que fue compartida por el periodista Alain Gresh en su blog de Le Monde Diplomatique.

Por Catherine Robert, Isabelle Richer, Valérie Louys et Damien Boussard

Nosotros somos profesores en Seine-Saint-Denis. Intelectuales, sabios, adultos, libertarios, nosotros aprendimos a pasar de Dios y a detestar el poder y su disfrute perverso. Nosotros no tenemos otro amo que el saber. Este discurso nos hace sentir seguros porque se trata de una coherencia supuestamente racional y nuestro estatus social lo legitima. Los de Charlie Hebdo nos hacían reír, compartíamos sus valores. En este sentido, el atentado nos toma como blanco.

Incluso si ninguno de nosotros tuvo jamás el coraje de tanta insolencia, hemos sido asesinados. Nosotros somos Charlie por esto.

Pero hacemos el esfuerzo de un cambio de punto de vista y tratamos de mirarnos como nos ven nuestros alumnos. Nosotros andamos bien vestidos, calzados confortablemente, bien peinados o, incluso, muy lejos de las contingencias materiales que hacen que no nos babeemos de ganas de tener los objetos de consumo que ensueñan nuestros alumnos. De hecho, si no los tenemos es, quizás, porque tendríamos los medios de poseerlos.

Nos vamos de vacaciones, vivimos rodeados de libros, frecuentamos gente cortés y refinada, elegante y culta. Consideramos obvio que La Libertad guiando al pueblo y Cándido forman parte del patrimonio de la humanidad. ¿Se nos dirá que lo universal es un derecho y no un hecho y que muchos habitantes de este planeta no conocen a Voltaire? ¡Qué panda de ignorantes! Es hora de que entren en la Historia: ya se los explicó el discurso de Dakar. En cuanto a aquellos que vienen de lejos y viven entre nosotros, que se callen y obedezcan.

Si los crímenes perpetrados por estos asesinos son odiosos, lo que los hace terribles es que los asesinos hablen francés y con el acento de los jóvenes de la periferia. Estos dos asesinos son como nuestros alumnos. El traumatismo, para nosotros, es escuchar, también, esta voz, este acento, esas palabras. Es por eso que nos sentimos responsables.

Evidentemente, no de manera personal, eso nos dirán nuestros amigos que admiran nuestro compromiso cotidiano. Pero que nadie nos venga a decir aquí que con todo lo que hacemos, nosotros estamos exentos de esta responsabilidad. Nosotros, es decir, los funcionarios de un Estado debilitado, nosotros, los profesores de una escuela que ha dejado a estos dos, y a tantos otros, al costado del camino de los valores republicanos. Nosotros, ciudadanos franceses que pasamos nuestro tiempo a quejarnos de los aumentos impositivos. Nosotros, contribuyentes, que aprovechamos cuando podemos los nichos fiscales. Nosotros que hemos dejado que lo individual supere a lo colectivo. Nosotros que no hacemos política o que tachamos a aquellos que la hacen, etcétera. Nosotros somos responsables de esta situación.

Los de Charlie Hebdo eran nuestros hermanos, como tales los lloramos. Y sus asesinos eran huérfanos, carne de reformatorio: pupilos de la nación, hijos de Francia. Nuestros hijos, entonces, han matado a nuestros hermanos. Tragedia. En cualquier cultura que sea, esto provoca un sentimiento que no ha sido evocado desde hace algunos días: la vergüenza.

Entonces, nosotros decimos que sentimos vergüenza. Vergüenza y bronca: una situación psicológica mucho más inconfortable que la pena y la bronca. Si sentimos pena y bronca, podemos acusar a los otros. ¿Pero cómo hacer cuando se siente vergüenza y la bronca que se tiene contra los asesinos, también es contra uno mismo?

Nadie, en los medios, habló de esta vergüenza. Nadie parece querer asumir la responsabilidad. La de un Estado que deja a los imbéciles y los psicóticos pudrirse en prisión y transformarse en juguetes en manos de perversos manipuladores. La de una escuela que privamos de medios y de apoyo. La de una política de la ciudad que encierra los esclavos (sin papeles, sin carta de elector, sin nombre, sin dientes) en las cloacas de la periferia. La de una clase política que no comprendió que la virtud sólo se enseña con el ejemplo.

Intelectuales, pensadores, universitarios, artistas, periodistas: nosotros hemos visto morir a hombres que eran de los nuestros. Aquellos que los mataron eran hijos de Francia. Entonces, abramos los ojos a esta situación, para comprender cómo llegamos hasta acá, para actuar y construir una sociedad laica y culta, más justa, más libre, más igualitaria, más fraternal.

Podemos llevar en la solapa “Nosotros somos Charlie”, pero afirmarnos en la solidaridad con las víctimas no nos evitará la responsabilidad colectiva de este crimen. Nosotros también somos los padres de tres asesinos.

Traducción: Mariano Quiroga

El artículo original se puede leer aquí