Estas fueron las dramáticas palabras del Dr. Ira Helfand en el panel de apertura del foro de la sociedad civil organizada por la Campaña Internacional Contra las Armas Nucleares, en Viena, Austria.

El foro, que reúne a 600 activistas, jóvenes y expertos de 70 países, se organizó previo a la conferencia intergubernamental sobre el impacto humano de las armas nucleares, organizado por el Gobierno de Austria, con la participación de más de 150 países, los días 8 y 9 de diciembre.

El panel de apertura de hoy, que llevó el título de “Las armas nucleares – ¿Por qué nos importa?”, fue precedido por el testimonio desgarrador y dramático de una superviviente de la bomba de Hiroshima.

Cuando tenía 13 años de edad y era alumna escolar, Setsuko Thurlow y sus amigas de la escuela estaban siendo entrenadas en cómo romper los códigos y mensajes secretos en una instalación en las afueras de Hiroshima, cuando vio una luz cegadora y tuvo la sensación de flotar en el aire.

Cuando recobró el conocimiento se encontró atrapada bajo los escombros del edificio, y con la ayuda de las demás que quedaron también atrapadas, ella pudo de arrastrarse fuera con dos de sus amigas de la escuela.

Lo que vieron las dejó aturdidas; figuras apenas humanas acercándose a ellas, algunas con los intestinos y ojos colgados fuera de sus cuerpos, con la piel quemada y los pelos de punta, esqueletos y gente medio muerta aún caminando.

Caminando sobre los cuerpos, las chicas se dirigieron a las colinas en busca de agua y fueron ayudando a otros sobrevivientes de la mejor manera que pudieron. Sin tazas o cucharas para transportar agua, lo único que podían hacer era empapar sus blusas y pasarlas a las personas para que pudieran sorber el agua.

Setsuko describió vívidamente la experiencia, dejando al público atónito y profundamente conmovido. Describió lo que sucedió en los días posteriores; las personas que morían, los miembros de la familia que perdieron, los amigos incinerados, los 351 compañeros de clase, cuyas vidas fueron tan cruelmente truncadas.

Explicó cómo llegaron los estadounidenses, pero en lugar de traer asistencia médica, trajeron investigadores para monitorear los efectos de la radiación en las víctimas. Médicos japoneses sin equipos y no entrenados para tal desastre, no tenían manera de dar respuesta a la situación.

Apenas siendo capaz de contener su propia emoción al relatar una historia que seguramente ha contado por todo el mundo en innumerables ocasiones, se obliga a sí misma en lo que debe ser una tortura personal, para repetir su testimonio una vez más con la esperanza de que produzca un cambio y que ello asegure que una bomba nuclear nunca más sea utilizada.

Al final de la presentación, una larga y amarilla bandera se alzó con los nombres en japonés de los amigos de escuela que perdió el 6 agosto de 1945, hace casi 70 años.

“Aquí hay 351 compañeros míos, y puedo recordar sus rostros. Tengo una profunda memoria de cada uno. Quiero recordarles que cada uno de ellos tenía una vida, tenía un nombre… Estamos preocupados por el impacto humano de las armas nucleares. Hasta ahora hemos estado hablando de ‘disuasión’ y ‘equilibrio del poder’, y todas esas cosas. Me siento aliviada de que finalmente estamos ahora hablando de seres humanos, sobre lo que las armas nucleares hacen a los seres humanos. Todos estos amigos míos se han ido, han sido eliminadas de la faz del planeta. Esto es algo que queremos evitar. Tenemos que prohibir todas estas armas, estas bombas del mal, la totalidad de 17.000 de ellas”.

A la luz de estos testimonios es increíble imaginar que todavía existen estas bombas, 69 años después de su primer uso. Los organizadores de este foro y la Conferencia Intergubernamental esperan que historias tan poderosas como ésta y las de los sobrevivientes de las bombas de prueba en el atolón de Bikini y en Kazajstán, darán un giro en la mesa de discusiones acerca de las armas nucleares, centrándose en sus impactos en los seres humanos y haciendo que sea un imperativo moral el desarmarlas tan pronto como sea humanamente posible.