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Tablilla babilónica legal de Alalakh en su sobre de arcilla. http://commons.wikimedia.org/wiki/File%3ACunEnv.jpg

Desde hace ya algún tiempo sabemos que no es imprescindible tener toda la información que necesitamos para nuestro trabajo o nuestro ocio en el disco duro del ordenador de casa o del portátil. Es más interesante tener la capacidad para acceder de manera rápida y selectiva a la información necesaria.

El desarrollo de la escritura permitió un salto histórico que amplió la memoria del ser humano, y su conciencia, más allá de su circuito perceptual inmediato gracias al traspaso de información en el tiempo y en el espacio. Ahora, el acceso casi inmediato a todo ese conocimiento humano, a cualquier región de ese conocimiento, se presenta como un nuevo salto histórico de la nación humana.

El desarrollo de la electrónica y la computación (el hardware y el software) ha permitido que en pocos años podamos almacenar y disponer de mucha más información que la acumulada en los 55 siglos anteriores. Pero no sólo se trata de acumular ingentes cantidades de datos, inabarcables en sí mismas por ningún ser humano, sino de poder acceder selectivamente a toda esa masa de datos y hacerlo, además, desde cualquier lugar y en cualquier momento que se necesite. De poco sirve toda la experiencia, el conocimiento y el saber humano acumulados desde la Sumeria del año 3500 aC. hasta hoy en todos los rincones del mundo, si no se puede acceder a ello con cierta facilidad.

Google se convirtió en la más potente empresa que desarrolló algo tan elemental como un buscador de información, un buen buscador. La eficacia y la amplitud de sus búsquedas lo han convertido en una herramienta esencial para acceder a esa enorme cantidad de información que ha pasado de las fichas de arcilla y los pergaminos a los bancos de datos en código binario. Gracias a los algoritmos de búsqueda desarrollados y a la combinación de distintos tipos de información (verbal, visual, geográfica, auditiva… pero también cultural, científica, artística, de comportamiento, de costumbres y un largo etc.) Google ha podido crear herramientas tecnológicas que relacionan esa información y generan, como síntesis de ello, un gran número de aparatos para actvidades cotidianas que funcionan gracias a toda esa base de conocimiento, desde los teléfonos actuales, los relojes y las televisiones, hasta las gafas, los coches sin conductor, la robótica y la realidad virtual en desarrollo.

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Página del artículo «Explicación de la Aritmética Binaria», 1703/1705. Leibniz

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El siguiente paso que está preparando la empresa californiana profundiza en su especialidad: la búsqueda de información. Y la forma que ha elegido para ello es echar mano de la inteligencia artificial (IA). El proyecto se llama “Knowledge Vault” y consiste en una base de datos que se nutre de todo lo que encuentra en la red pero tratando la información como “hechos” y no como cifras o datos aislados. Son desarrollos basados en tecnología semántica que tiene en cuenta los significados contextualizados. Esta IA va a permitir realizar tareas de búsqueda y selección de información de manera automática y rápida, pero con la particularidad de que sus algoritmos van a tener capacidad para aprender de sus propias acciones y resultados, van a tener reversibilidad. Con ello se abre la puerta a que “la criatura” pueda hacer predicciones de cualquier evento conociendo las tendencias y la miríada de procesos que pueden influir en él.

Sin embargo, ante esta perspectiva nos encontramos con algunos problemas. ¿Qué se podría considerar información relevante o coherente en el resultado de una búsqueda? Como toda respuesta depende de su pregunta, cuando hablamos de búsquedas y de datos concretos, de realidades tangibles, la relevancia del resultado es más o menos evidente: un lugar, un vuelo, una traducción, una fecha histórica, un dato científico, etc. Pero para temas más difusos, o para realidades intangibles, no queda tan clara la relevancia de las respuestas

Por poner un ejemplo: para muchos humanos que disponen de mucha información, y que supuestamente están bien formados en grandes universidades, la violencia sigue siendo algo justificable e incluso necesario en muchos casos. Es claro que esta forma de pensar prehistórica no depende de la cantidad de información de que se disponga. La ética, la moral, los valores y las creencias no dependen, desde luego, de la cantidad de información. A veces se asocia inteligencia a cantidad de información, o cuanto menos, a información correlacionada, pero la “inteligencia” va más allá de los datos relacionados porque en ella hay una dirección pre-definida. Ocurre lo mismo con la moral y la ética.

Otro ejemplo: ¿podemos considerar inteligente una conclusión que implique la anulación o degradación de ciertos seres humanos o los reduzca a meros objetos a cambio de ciertos beneficios? ¿O podemos considerar inteligente una conclusión que dañe a largo plazo al ecosistema terrestre, nuestro único hogar y el de nuestros descendientes, por ciertos beneficios actuales?

Pero si la intención de las preguntas es importante a la hora de evaluar la coherencia de las respuestas, hay otro asunto que añade dificultades no menores: la veracidad de la información que se vuelca a la red.

Sabemos que los grandes medios de comunicación responden a los intereses económicos e ideológicos de quienes los financian, ya sean las propias multinacionales y sus inversores, como las empresas que contratan la publicidad y sostienen así al medio. Esta realidad lleva a las redacciones y a los trabajadores de esos medios a alinearse, por supervivencia o convencimiento, con esos intereses. La información que se vuelca a la red desde ahí va a tener su propio sesgo caracterizado por la no discusión con los valores y las ideas establecidas por el poder en el país correspondiente, al margen del signo que tenga.

El problema es que ocurre algo similar, o peor, con la infinidad de informaciones que se vuelcan desde medios no oficiales, de contra información o incluso personales. Mucha de esa “información” es repetida y reenviada por las webs y bitácoras de ese ecosistema alternativo produciendo reverberaciones en todo el mundo. En múltiples ocasiones se ha podido comprobar que esos contenidos estaban directamente inventados por algún gracioso, claramente alterados y manipulados por grupos ideológicos, o simplemente se presentan creencias o supersticiones de personajes “iluminados” como la realidad misma.

Todo esto, en realidad, es muy positivo desde el punto de vista de la libertad de expresión y contribuye a no creer ciegamente en las “verdades” oficiales, dando pie a un cuestionamiento permanente muy sano y necesario, pero deja a los proyectos de inteligencia artificial basados en la información que hay en la red con pies de barro.

La inteligencia artificial basada en la información tiene, por tanto, muchos aspectos que no se han aclarado convenientemente. No se puede dar por supuesto que el simple acceso a trillones de datos va a desarrollar una “inteligencia” coherente (ya sea humana o artificial) que esté al servicio del desarrollo de todos los seres humanos y del hogar en el que habitan. El hecho de que se pueda acceder fácil y rápidamente a ciertos datos no asegura que las conclusiones y las acciones posteriores sean “inteligentes” o evolutivas, porque ya hay una dirección previamente lanzada en la pregunta que no se advierte y además los trillones de datos de los que disponemos no desvelan los hechos que mencionan, sino que están traduciendo paisajes internos de las sociedades: aspiraciones, sueños, necesidades, mitos… ¿Cómo podría la inteligencia artificial “decodificar” esos paisajes que no están a la vista a través de la miríada de datos que hay en la red?

En la medida en que no se comprenda cómo las expresiones sociales están traduciendo esos mundos internos y no se tenga en cuenta la importancia de los intangibles en el desarrollo tecnológico, éste será un mero reflejo, un amplificador, de la actual situación de violencia, de desigualdad para las personas y de desestructuración del sistema. Tenemos que empujar para que “el corazón” se introduzca en la tecnología y la dote de un alma humana, para que el salto histórico en el que estamos sea realmente un salto hacia la evolución y hacia la transformación del mundo en una nación humana y no un salto a un mayor caos desestructurado de confusos y contradictorios deseos.