En Chile ya se ha presentado en diversas oportunidades el libro editado por Ediciones La Pollera e impulsado por el Diputado Vlado Mirosevic. Esta vez, fue presentado también por el humanista Tomás Hirsch, quien junto al diputado y al editor, se refirió en los siguientes términos a la compilación de los escritos de Laura Rodríguez:

«Gracias Simón por permitirme ser parte de esta presentación.

Quisiera hablar de los años en que Lala no era conocida, y que anónimamente, como una más, impulsaba con entusiasmo el proyecto de humanización iniciado por Silo. De la Lala amiga de tantos años. Pero es hora de hablar de su libro y en mi caso me centraré en hablar sobre la época que le tocó vivir.

Lo primero que impacta al leer este libro es que aun cuando recoge escritos de hace más de 20 años, es impresionantemente actual. O lo digo de otro modo: es lamentablemente actual. Porque buena parte de lo que aquí se denuncia, se propone, se reclama, sigue estando hoy en el listado de lo pendiente, de lo postergado.

Y uno podría admirarse de Lala y su equipo por adelantarse tanto, planteando a comienzos de los ’90 lo que aun hoy es actual. O podría uno deprimirse justamente al constatar que 25 años después de recuperar la democracia todavía muchísimas de sus propuestas siguen esperando que gobierno y parlamento se decidan a hacer lo que buena parte del país demanda.

Es verdad que algunas de sus propuestas se han materializado, como la Ley de Divorcio, la triterapia para los portadores del VIH en el sistema público de salud, la eliminación de las odiosas categorías de hijos legítimos e ilegítimos. Pero tantas otras siguen esperando. ¿Cómo no tener sentimientos encontrados cuando leemos de sus propuestas por la dignidad y los derechos del pueblo mapuche y ver como todavía hoy se les sigue arrebatando sus territorios? Seguimos esperando que se discuta siquiera su proyecto de ley que garantice la igualdad a las trabajadoras de casa particular. Todavía está pendiente garantizar su defensa de la salud como un derecho y no un bien de consumo. Sigue inspirándonos su lucha contra toda forma de discriminación. Todavía ni siquiera se pone en tabla su propuesta de democracia real ni su proyecto de Ley de Responsabilidad política y revocación de mandato, que permitiría sacar a aquellos que prometiendo algo son electos y jamás intentan siquiera cumplir lo prometido.

Quiero hablar de la época en que fueron dichas estas palabras. Los años del fin de la dictadura y el inicio de la democracia. En esos años vivíamos tensionados entre la Esperanza y la Incertidumbre, sentimientos que quizás hoy son más difíciles de captar.

Incertidumbre, porque de verdad no sabíamos que podía pasar al día, a la semana o al mes siguiente. ¿Seguirían asesinando amigos? Lo hicieron hasta el ocaso mismo de la dictadura, cuando mataron a Jecar Neghme. ¿Reconocerían el triunfo si ganaba el NO? Hasta esa misma noche Pinochet y algunos de sus secuaces quisieron desconocerlo. ¿Entregarían el poder? ¿Se robarían todo antes de entregarlo? Y la coalición de la que formábamos parte, la aún joven Concertación, ¿Llevaría adelante su programa comprometido? En esa Incertidumbre vivíamos.

Y estaba la Esperanza. Llegaría la Democracia y todo cambiaría. La alegría ya viene. Porque no da lo mismo. Recuperaríamos la justicia social, la libertad plena, terminaría toda forma de represión. Créanme, TODO era esperanza.

A fines de los 80 Chile vivía un momento Humanista, de esos que se dan pocas veces en la historia, similar a lo que podemos reconocer en Bolivia al momento de la elección de Evo o actualmente en Ecuador. Había un profundo anhelo de cambios y una gran mística social que impulsaba a grandes conjuntos. En ese contexto presentamos la precandidatura de Lala a la Presidencia, sabiendo que no podía competir por su juventud, pero dando una señal clara de la necesidad de renovar completamente la política. Así fue electa diputada y llevó adelante su labor en un estilo totalmente desconocido para los políticos tradicionales, aunque, y debo decirlo, en absoluto sorprendente para los Humanistas: era la expresión pública del modo en que los humanistas entendemos la función pública.

Sin embargo ya se notaba la distancia entre cúpula política y el sentir social. Recuerdo como si fuera hoy cuando al día siguiente del triunfo del NO, al día siguiente, no un mes después, estando en la oficina de la Concertación y mientras cientos de miles marchaban celebrando por la Alameda, ahí se discutía como parar esa movilización, para “evitar la desestabilización”. Rápidamente se buscó prescindir del movimiento social. La gente ya había hecho lo suyo y ahora debían irse a sus casas dejando que los políticos se encargaran.

Algunos perdimos rápido la esperanza en ese Sistema. Los Humanistas, que habíamos sido uno de los fundadores de la Concertación, convencidos de la necesidad de unirnos para terminar con la dictadura, fuimos el primer partido en retirarse de la Concertación, renunciando a nuestros cargos. Lo hicimos a comienzos de 1993, poco después de la muerte de Lala, cuando se nos hizo evidente que se estaba traicionando la esperanza de un pueblo. Nada teníamos que hacer nosotros ahí. Así comenzó a desdibujarse el arcoíris de 17 partidos que terminó siendo este aparato de poder más parecido a una sociedad anónima, con accionistas, dividendos y cargos, que conocemos hoy.

Pero a pesar de perder la esperanza y salirnos, aun así, había cosas que era imposible imaginar. Puedo decirles, y créanme, que era IMPENSABLE, ridículo, absurdo pensar que 25 años después íbamos a seguir teniendo la misma Constitución de Pinochet. Jamás se nos pasó por la cabeza que esa misma Concertación se negaría a impulsar una Asamblea Constituyente. O que jamás anularían la Ley de Amnistía, que le seguirían quitando las tierras a los mapuche, que las empresas robadas no se devolverían, que dejarían que nos sigan robando el cobre y además se privatizaría el agua. Quiero enfatizar en esto para que traten de captar el momento que vivíamos. Si hubiéramos dicho que en 25 años más seguiría la misma legislación laboral y las AFP, el sistema binominal, la Isapres y el negocio de la Educación, nadie, ni los más escépticos, nos habría creído.

Por eso renueva  la esperanza cuando muchos años después de la partida física de Lala veo a Vlado y a Boric leyendo sus libros, tomando sus ideas fuerza e inspirándose en ella. Me alegra profundamente su cercanía.

Creo que hoy nuevamente se abre un espacio para salir al mundo, para tomar contacto con los demás, para invitar a sumarse a un proyecto transformador. Creo que hay en Chile una nueva generación ansiosa por ver que este país cambia y se humaniza y ser partícipes, protagonistas de ese cambio.

Quiero terminar leyéndoles una página del capítulo final del libro. Dice:

“He podido comprobar una y otra vez cómo las personas frente al poder se transforman. Siempre este cambio se me hace más evidente al ver a otros, sobre todo a quienes nunca antes han disfrutado del poder, pero también he notado cambios en mí misma que me han aterrado.

Quien ya no tiene problemas de estacionamiento, ni tiene necesidad de ir al supermercado, quien recibe trato especial en todo momento, no es la misma persona que cuando no contaba con todos estos privilegios. Los cambios externos producen modificaciones internas.

Este cambio de la personalidad que se produce con el poder es el llamado “virus de altura”. Tiene las características de virus porque es esencialmente contagioso.

Su contagio acecha en las esferas de poder, en los caminos para alcanzarlo, en el contacto con poderosos. No solamente amenaza con su contagio en los ámbitos políticos, sino en cualquier actividad humana en donde se genere concentración de poder en alguna persona.

Los síntomas del “virus de altura” son de distinta especie. Por una parte se lo experimenta en el pecho como una suerte de escozor que da la sensación de amplitud y de dominio. Por otra parte se produce una amnesia brutal, convenciéndose que todos los logros que uno ha tenido han sido única y exclusivamente gracias a las propias aptitudes, olvidando el camino recorrido y cuantos colaboraron en él.

Es de altura porque la sensación generalizada es de estar por encima de todo, especialmente por sobre las pequeñeces cotidianas de los seres humanos vacilantes y sufrientes. Se está y se existe solamente para lo importante, para lo elevado, lo “divino”. Se está en el Olimpo.”

Este capítulo sobre el Virus de Altura debería ser lectura obligatoria de todo parlamentario antes de asumir el cargo. ¡Qué bien les haría leer y sobre todo incorporar lo que ahí se dice!

Sería además el mejor modo de conocer a nuestra querida y gran Lala. Gracias».