Por Luis Bodoque*.- Tras la caída del socialismo real, una sensación generalizada de fracaso se apoderó de todos los idealistas del planeta. La fe en un futuro mejor se tornó en ilusa ingenuidad y cualquier proyecto de transformación social se convirtió de repente en una utopía inalcanzable. La única ideología que quedó en pie fue precisamente el pragmatismo (la más miope y corta de todas) y ello gracias a que nos la presentaron disfrazada como si de la realidad misma se tratase, siendo avalada por «prestigiosos» pensadores, mercenarios a sueldo del sistema establecido. Esa situación, favorecida por el proceso creciente de globalización, generó una progresiva homogeneización mental que dio lugar a lo que algunos denunciaron como “pensamiento único”.

El pensamiento único o unidimensional es aquel que se sostiene a sí mismo, constituyendo una unidad lógica independiente sin tener que hacer referencia a otras componentes de un sistema filosófico. Este tipo de pensamiento muchas veces es el resultante del cierre argumental establecido mediante un sutil cerco sociológico impuesto por la clase política dominante y los medios de comunicación de masas.  Su discurso está poblado de hipótesis que se autovalidan y que, repetidas incesantemente, al más puro estilo Gebbles, se convierten en mantras axiomáticos.

Las personas, sin embargo, somos diferentes respecto a nuestra particular manera de pensar y de comportarnos. Esa es una de las grandezas del ser humano pero también constituye un problema a la hora de actuar en conjunto. Como estamos habituados a competir en vez de cooperar, solemos gestionar la diversidad de opiniones mediante una “sofisticada” técnica denominada “discusión”. Esta táctica tan «depurada» descansa, a su vez,  sobre una «profunda» filosofía lógica que consiste en suponer que sólo existe una verdad y que ésta coincide además con la que yo concibo. Así, cuando nos encontramos con alguien que ve las cosas de un modo diferente, optamos por intentar convencerle de que se equivoca ya que, en “realidad” son como yo las veo. El otro, obviamente, actúa de un modo similar y pasado un tiempo determinado que tiene que ver con el grado de empecinamiento mutuo y el tiempo libre disponible, ambos se van igual que llegaron. La discusión es, por consiguiente, un cúmulo de monólogos en los que. en el fondo, no se produce comunicación alguna. La alternativa a la discusión es el diálogo y en este caso se parte de la idea de que frente a un misma cuestión existen siempre puntos de vista diferentes e igualmente válidos. En esta otra situación, cada ponente entiende que el punto de vista del otro no sólo no contradice el propio sino que lo complementa enriqueciéndolo. En el diálogo, por lo tanto, sí que existe intercambio de información y cada uno de ellos se va transformado al incorporar un enfoque ajeno que, en principio, no había considerado. Es muy importante que sepamos superar la incercia que nos empuja siempre a discutir y fomentar, en todo momento, el diálogo ya que, a partir de una discusión es completamente imposible alcanzar libremente acuerdo alguno.

Transformar una sociedad no es un asunto que deba circunscribirse exclusivamente al ámbito político-legislativo. Si pretendemos impulsar un cambio profundo, que trascienda el umbral de lo meramente cosmético, el objetivo no ha de ser menos ambicioso que intentar instalar, en nuestras propias conciencias, una nueva forma de entender el mundo.

Una estrategia útil, en ese sentido, consistiría en erradicar cualquier atisbo de objetividad a la hora de formular algo tan inherentemente particular como nuestros enfoques personales. Al igual que el feminismo impulsó el uso del lenguaje inclusivo y no sexista, nosotros/as, preocupados/as por establecer las mejores condiciones para que el diálogo sea posible, deberíamos promover, a su vez, la necesidad de emplear siempre una comunicación de carácter subjetivo a la hora de expresar públicamente nuestros puntos de vista. Fórmulas tales como: «Lo lógico es…», «Indiscutiblemente…», «Lo normal es…», «Hay que…», «Lo ideal sería…», «No cabe duda…», , «Hemos de…», «Cometeríamos un error si…», «No seamos ingenuos…», «Como todo el mundo sabe…» o «Lo razonable es…», entre otras muchas, constituyen, en realidad,  blindajes tramposos para presentar opiniones particulares eludiendo cualquier cuestionamiento posible, al camuflar juicios estrictamente individuales, cubriéndolos con una pátina de pseudobjetividad.   Tendemos muchas veces a expresarnos de manera absoluta y ello dificulta notablemente lo que ha de suponer un sano intercambio de ideas. Asumamos el pequeño esfuerzo que nos acarea el atender a estas cuestiones y dejemos de elevar a la categoría de principios universales lo que en realidad son simples impresiones íntimas.

* Luis Bodoque Gómez es activista social, miembro del Partido Humanista, de PODEMOS, y escribe y desarrolla talleres sobre el consenso, como herramienta de cambios sociales profundos.