Por Antonia Utrera

 

Vivimos en un mundo dual regido por la polaridad: día-noche. vida-muerte. luz-oscuridad. También nuestras emociones son polares: amor-odio. alegría-tristeza. esperanza-angustia. A menudo nos pasa que vivimos polarizados en un extremo u otro del eje, sin darnos cuenta de que los dos lados forman parte de lo mismo, forman una unidad. Negamos aquella parte que no nos gusta. No la reconocemos, aquello no es nuestro, no nos pertenece. Mentalmente queremos separar algo indivisible y además creemos que lo hemos conseguido. Alimentamos un extremo del eje, aquel con el que sí nos identificamos. Y no nos damos cuenta de que el otro lado, el que queda en la Sombra, también se nutre, crece en la misma medida. Porque ambos lados están irremediablemente unidos.

 

Debemos reconocer que si no existiera el odio, tampoco existiría el amor. Y que si no existiera la tristeza, tampoco existiría la alegría.  Si no existiera la enfermedad, tampoco existiría la salud. Un lado alimenta el otro. Existe el día porque existe la noche y viceversa.

 

Cuando inhalamos aire no decimos que estamos respirando. Cuando exhalamos aire tampoco decimos que estamos respirando. Respirar no es inhalar. Tampoco es exhalar. Respirar es el flujo de entrada y de salida, de recibir y de dar. Aquellos que trabajan con técnicas de respiración, tan valiosas como apoyo para estados meditativos, saben que hay un espacio intermedio en el proceso de inhalar y de exhalar en donde el fluir queda suspendido. El aire no entra, tampoco sale. Es un espacio intermedio de calma, de serenidad, de suspensión que uno quisiera, sin forzar, alargar un poquito más. Son segundos de eternidad. Ese punto central de la respiración es el punto “neutro” del eje inhalar-exhalar, que forma una unidad llamada respirar.

 

Nuestro mecanismo de conciencia es intrínsecamente polar. Busca la separación, divide en dos. Dicen los entendidos que la polaridad no existe más que en nuestra cabeza. Y que es esta misma dificultad para reconocer y asumir internamente los dos lados del eje como una unidad, la que nos causa mayor sufrimiento.

 

Es a través de la observación que podemos reconocer dentro de nosotros mismos aquellas partes que negamos, que no queremos ver. No es empresa fácil, se requiere de cierta valentía para atreverse a mirar. Y se requiere de cierta humildad para reconocer que una parte sombría no está fuera, sino dentro de uno. Empresa solo apta para aquellos que llevan la valentía o el fracaso en su corazón. Detrás de esta empresa se esconde un tesoro de incalculable valor.

 

El registro de los dos extremos del eje dentro de mi, me llevan a un punto neutro, central, de equilibrio entre los dos lados. Es desde ahí que comprendo que no existe la maldad, ni la oscuridad, ni la tristeza. Si existen es solo como ausencia o falta del otro lado del eje. Comprendo que puede existir la falta de alegría, la falta de esperanza, la falta de bondad.

 

Una casa llena de luz en medio de la noche no podría oscurecerse por mucha sombra que hubiese alrededor. En cambio la luz de la casa, si que puede iluminar la oscuridad que hay fuera de ella.

 

Es desde ahí, desde ese punto central del eje, el lugar desde donde puedo registrar que hay un amor incondicional, que no busca poseer sino inundar,  una alegría incondicional, la sonrisa interior que emerge desde lo más profundo de uno. La libertad interna que nace al hacer conscientes nuestras zonas más oscuras, justo aquellas que tanto nos cuesta mirar. Tan solo necesitamos eso, mirar.

 

Lecturas recomendadas:

“La enfermedad como camino” – Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke.

“El Paisaje Interno” – Silo

“Saturno”- Liz Greene