Por Antonia Utrera.-

A menudo nos hacen creer que meditar es algo complejo, que requiere de técnicas específicas, de una postura corporal determinada, de un lugar especial e incluso de una cuota mensual.
Meditar es algo verdaderamente simple que no depende de nada externo a uno. Tampoco requiere de paisajes o momentos determinados.
Se trata de un modo determinado de “estar” y de “mirar”. Se trata de observarme dentro de mi propio cuerpo y esto puedo hacerlo en cualquier lugar y momento del día. Siento mi cabeza, mis brazos, mis manos, mi pecho, mis piernas, mi espalda…. Siento mi cuerpo por dentro, siento el latido de mi corazón, mi pecho que se expande y luego baja acompañando la respiración, siento mi columna vertebral recorriendo mi espalda.
¿Y quién siente, quien observa todo esto? ¿Acaso mis ojos? Mis ojos ven lo que hay fuera de mí pero ¿quién registra todas las sensaciones internas de mi propio cuerpo? Me llegan datos a través de él, sensaciones internas y también información del mundo externo a través de la percepción de mis sentidos corporales tales como la vista, el tacto, el olfato y el oído.
Cuando siento mi cuerpo desde dentro y me doy cuenta de que tengo unos ojos a través de los cuales miro, y me doy cuenta de que tengo unas manos a través de las cuales agarro los objetos, unos oídos a través de las cuales me llegan sonidos y una piel a través de la cual siento la temperatura exterior; es entonces que me des-identifico de mi cuerpo. Me digo que yo no soy este cuerpo. Puedo observarlo y sentirlo; mas mi cuerpo no soy yo, mi cuerpo es mi vehículo, el instrumento a través del cual me relaciono con el mundo.
Este ejercicio tan sencillo puedo hacerlo mientras friego los platos y observo las manos y sus movimientos tan precisos, bajo el agua del grifo. Sentada ante el televisor, puedo darme cuenta de que tengo unos ojos que miran las imágenes que aparecen en la pantalla.
A mi alrededor puede haber silencio o no. De todos modos puedo sencillamente observar desde dentro mío lo que pasa en mí y fuera de mí; y puedo observar desde detrás de mis ojos lo que ven mis ojos. Incluso puedo observar que es lo que estoy pensando en ese momento. Puedo darme cuenta de que estoy pensando que se me hace tarde, o repasando una conversación que tuve ayer.
También puedo darme cuenta de que ese chico que camina delante mío lleva un jersey rojo igual que el que le regalé a mi padre. Y empezar a recordar momentos entrañables de mi niñez con él…. Me doy cuenta de que el color rojo que justo me pasó delante, ha hecho que la emoción y las lágrimas vengan a mí… Me doy cuenta de las operaciones que hace mi mente.
Ese modo de estar dentro del cuerpo y observar desde dentro de él, es a lo que llamamos Meditación.
Encontrarse con el Observador que hay en mí es como encontrarme con alguien afectuoso y cálido.
Alguien que no te juzga y te comprende. Un verdadero amigo con el que uno desearía verse más veces. Los encuentros con este amigo son siempre momentos de calma, de serenidad; a veces de alegría, y siempre de gran fortaleza interna porque este compañero siempre está ahí, esperando nuestro encuentro. Porque uno sabe que no está solo, que jamás estará solo, que siempre puede contar con él.
Y si en algún momento dejamos de encontrarnos con este amigo tan especial, sin duda no es por causa de él. De todos modos, uno va practicando el camino de regreso, que no es otro que volver al cuerpo y sentirse y sentarse dentro de él.

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