«El hecho de que los que hacen el negocio de la guerra sean los que se ocupan de la paz del mundo explica más sobre el terrorismo que cualquiera de los episodios que pueden legítimamente escandalizarnos» Eduardo Galeano

El ciberactivismo se ha convertido en una de las nuevas caras de la transformación planetaria. Para algunos acelera los procesos de cambio y despiertan consciencias, para otros generan manipulaciones y tergiversan los hechos. Los dos axiomas son verdaderos. En las redes sociales podemos encontrar las dos vertientes ampliamente representadas.

Lo que es innegable es que permite que los datos circulen a una velocidad mayor, que los hechos se puedan cotejar en brevísimo tiempo y que incluso se puedan seguir los eventos en simultáneo. Claro que esta aceleración y ampliación de fuentes han generado una falta de chequeo peligrosa, donde podemos creer que una imagen se corresponde con su pie de foto y que un video en un idioma que desconocemos se corresponde con los subtítulos que leemos abajo.

En realidad estas prácticas no tienen nada de novedoso, lo vienen haciendo los medios corporativos desde hace décadas, sin levantar demasiada polvareda. El atentado a la verdad y la desinformación programada forman parte del terrorismo informativo que vive nuestra sociedad.

También la crueldad manifiesta expresada en muchos de los videos y fotos que circulan nos golpean de forma brutal. Así como mucho se ha denunciado la banalización de la violencia que fomentaron la televisión y los videojuegos en generaciones enteras, hoy las imágenes exceden el morbo televisivo y la denuncia gráfica.

Ver personas quemadas vivas en África o mujeres descuartizadas a machetazos por carteles de drogas en México, las torturas a homosexuales en Rusia o las más recientes de los ultraderechosos deteniendo autobuses que transportaban manifestantes en dirección a Kiev y que eran golpeados, vejados, torturados frente a las cámaras, hielan la sangre. Ya no son las imágenes de las tropas de ocupación disparando sobre niños indefensos o un gobierno autoritario ejecutando a culpables de crímenes mortales o a las torturas en prisiones en territorios en guerra.

Ahora puede pasar todo en cualquier lado y cualquiera puede tener acceso a documentos estremecedores que aniquilan la esperanza en el género humano.

Desde personas despellejando vivas a chinchillas, pasando por atropelladores que huyen de la escena del crimen, maltratadores en jardines de infantes o geriátricos, hasta llegar a soldados disparando para divertirse sobre autos que circulan por las autopistas de los países invadidos.

El sinsentido absoluto se cierne sobre estas imágenes descorazonadoras, donde faltan los contextos, donde no se sabe en qué terminan estos hechos, ni quiénes son los ejecutores o víctimas de semejantes barbaridades.

Esa sensación de impunidad total que sigue al visionado de estas imágenes es terrorismo y generan paralización y desconfianza. Eduardo Galeano hablaba del terror globalizado cuando Estados Unidos puso a andar la cárcel de Guantánamo a la que podían ir a parar ciudadanos de cualquier país del mundo sin juicio previo, ni posibilidad de defensa por el sólo hecho de ser denunciados.

Estas cazas de brujas intentaron frenar las revueltas sociales que denunciaban al poder dictatorial y aniquilador que representa Estados Unidos para el mundo. Siendo, además, modelo de conducta para el resto de sociedades.

La realidad imita a la pantalla

«La realidad imita a la tele» reza Eduardo Galeano y es gravísimo que reproduzcamos estas atrocidades a las que tenemos acceso y de las que ya no se tiene pudor en mostrar a la población mundial.

Debemos concientizarnos de estas realidades y trabajar para que no ocurran en ningún rincón del planeta. El descorazonamiento es la herramienta que promulgan los corporativistas para sostener su poder de influencia y manipulación. La historia se cuenta por balas y batallas, las revoluciones que se estudian son todas sangrientas, la violencia campea en esta civilización planetaria globalizada. Se enseñorea y condiciona todos nuestros actos.

Es verdad, es inobjetable la tesis que describe la violencia del ser humano, pero no es la única posible. Es hora de escribir la tesis que revalorice la capacidad creadora del ser humano, su esencia dadora de sentido y su búsqueda de equilibrio con la naturaleza  y el cosmos. Hay que ir a contrapelo de lo que este mundo enfermo nos dicta y nos bombardea. No dejemos que el desasosiego nos convenza.