Hasta no hace tanto los desarrollos en robótica y en inteligencia artificial eran de una escala tal que sólo permitían la interacción ampliada del cuerpo con el mundo a través de grandes aparatos que estaban fuera de nosotros. Sin embargo, ahora ya se manejan las tecnologías suficientes como para introducir esas inteligencias dentro de nuestro cuerpo. Este paso va a transformar radicalmente nuestra prótesis biológica, por lo que podrían surgir nuevas e insospechadas conexiones en nuestra conciencia que va a ver cómo se amplían enormemente sus posibilidades intencionales gracias al salto por encima de los límites naturales que le impone su cuerpo.

Los desarrollos aplicados a la nanomedicina, como tuvimos ocasión de ver en el Simposio del Centro de Estudios Humanistas realizado en el Parque de la Belle Idee en París a principios de este año, van en la línea de introducir nanorobots (o nanobots) que introducen la sustancia química sólo en las células en las que se necesita, o bien, realizan resonancias magnéticas de los ateromas vasculares sólo donde los encuentran con gran resolución y detalle, o bien, nanobots que atacan a las células cancerígenas introduciéndose dentro de ellas y pudiendo ser dirigidas desde fuera. Estos nanobots son dispositivos de unos 3 nanómetros de tamaño (millonésimas de milímetro) que se pueden mover magnéticamente y que podrían realizar microcirugías intracelulares en conglomerados cancerígenos. Ya hay dispositivos del tamaño de un glóbulo rojo que curan la diabetes tipo I probados en ratas; ya hay respirocitos, nanorobots que nos permitirían no respirar durante 15 minutos seguidos; y también hay ya diseños de glóbulos blancos artificiales. Estos escenarios pueden darse alrededor de 2020 (ver charla TED).

Otro ejemplo es la instalación en las conexiones neuronales (en las sinapsis) de enjambres de nanobots que se repartirían por amplias zonas del cerebro. Ello podría permitir que éstos modificaran esas conexiones según patrones predefinidos. Por ejemplo, con sólo poner en marcha la aplicación adecuada podría cambiar mi estado de ánimo en pocos minutos, pasando de la ira a la calma… o al revés. Una ingeniería llamada “rewiring”, literlamente, re-cableando o re-conectando. Desde este punto de vista, todo el aprendizaje se ha basado y se basa en modificar esas conexiones cerebrales para que podamos responder o actuar según nosotros queremos. Aprendemos a caminar, a hablar, aprendemos idiomas y también a comportarnos de determinadas maneras. Todo ello requiere la modficación de las conexiones sinápticas durante cierto tiempo hasta que ese aprendizaje queda instalado. Pues bien, esta neuroingeniería busca eso: introducir un elemento tecnológico que modifique esas conexiones en pocos minutos siguiendo los patrones elegidos para cada situación. Para determinados aprendizajes puede verse como algo muy interesante, pero en lo que se refiere a los sentimientos o emociones aún causa dudas y temores.

Por otro lado, y según adelantan expertos en el tema como Ray Kurzweil, estos nanobots neuronales podrían incrustarse también en zonas corticales y permitir la conexión directa de nuestra corteza cerebral con una internet específica, o con bases de datos adaptadas, o con datos almacenados en la nube digital, ampliando así enormemente nuestras posibilidades de obtener una información o un conjunto de datos relevantes sólo con pensarlo. Se cree que esto será posible aproximadamente en 2035.

Kurzweil lleva varios años haciendo predicciones sobre a dónde nos llevará la tecnología, y su apuesta es que la usaremos para hacernos inmortales dentro de los próximos 30 años. «Vamos a expandir lo que somos. Nos convertiremos en algo menos biológico», dice. En ese punto asegura que podremos extender nuestra vida ya sea con la asistencia indirecta de la inteligencia artificial, a través de diversas técnicas, o incluso «cargando» nuestras mentes en sustratos artificiales.

La otra cara de la moneda tiene que ver con los intereses que hay detrás de todo este desarrollo. Grandes empresas tecnológicas, fondos de inversión que buscan rentabilidad, millonarios y mecenas, inversores particulares, etc. Basta ver las firmas que financian, por ejemplo, la Singularity University de Kurzweil: Google, Nokia, Cisco, Genentech (parte de la farmacéutica Roche) o ePlanet Capital (un fondo de inversiones). En plena ola neoliberal los intereses financieros buscan desarrollar todo tipo de tecnologías que les reportarán numerosos ingresos económicos a sus inversores y socios, continuando así con la espiral de concentración de poder económico en manos de unos pocos.

Un ejemplo es el posicionamiento de Google con la compra de 8 empresas de robótica (entre ellas Boston Dynamics) y una de IA en este último año (Deep Mind). También ficharon recientemente al mencionado tecnólogo futurista, Ray Kurzweil, que ahora es jefe de ingeniería de Google. Puede haber un interés publicitario y de márketing para el manejo del Big Data y un interés en refinar búsquedas o en adecuar las respuestas a esas búsquedas en función de criterios comerciales y contratos de Google con sus empresas cliente. De hecho, Deep Mind no fabrica hardware robótico, sino que trabaja con la semántica de la IA, con aplicaciones inteligentes. Pero entonces, para qué 8 empresas de robótica?

A pesar de estas onerosas intenciones por parte de quienes impulsan estos negocios, se pueden producir grandes modificaciones en la relación del ser humano con el mundo que le rodea y en el mismo interior del ser humano, entre la conciencia y las posibilidades de su cuerpo. De la misma forma que Colón perseguía un ensueño de riqueza a través de nuevas rutas comerciales y se encontró con otro mundo, los ensueños neoliberales tecnológicos de grandes ganancias monetarias pueden encontrarse con situaciones que no habían previsto en absoluto y producir fuertes cambios en la conciencia humana y en su relación con el mundo.

Ya se habla hace un tiempo de post-humanismo, o de trans-humanismo, de un ser medio natural, medio artificial que va más allá de lo humano. Pero en realidad, quienes ven así las cosas, piensan al ser humano como un ente natural equivalente a su cuerpo. Por tanto, al modificar ese cuerpo natural y añadirle elementos tecnológicos artificiales, el ser humano queda reducido en su humanidad. Este post-humanismo afirma que ese ser tecnológico es menos humano. Paradójicamente el desarrollo tecnológico nos devuelve a cuestiones ancestrales: cuál es el concepto de ser humano. El entrelazamiento de lo tecnológico y lo natural en el cuerpo humano ya ha hecho renacer la pregunta acerca de qué es el ser humano en realidad.

Sin embargo, si entendemos que lo humano está en el hecho intencional, la tendencia a aumentar las capacidades naturales del cuerpo, como prótesis de esa intención, es una muestra de que lo humano está creciendo y su maquinaria biológica se queda pequeña, al igual que ocurre con la organización social o con tantos otros campos, donde parece que los esquemas actuales ya no sirven, ya no llegan para una intención que ha crecido y busca expandirse. Se habla de un post-humanismo pensando que lo humano se reduce cuando en realidad ese nuevo ser tecnológico es mucho más humano que el actual ser encerrado en su cuerpo limitado.

Como reflexiones finales, y ante este panorama, nos podríamos hacer algunas preguntas sobre las posibilidades de lo humano: ¿qué pasaría con el “espacio de representación” si éste tuviese acceso a una gran masa de datos que estarían en copresencia y a los que podríamos acceder sólo con quererlo? ¿Se ampliaría este espacio, se ampliarían las conexiones neuronales para dar cabida a todas las nuevas posibilidades? Si la aparición de un sólo pulgar en la mano disparó el número de conexiones en la evolución del cerebro, ¿qué pasaría con el acceso directo a toda la información posible sobre cualquier tema conocido? Hasta ahora podemos acceder a una gran cantidad de información de las redes pero intermediado por los ordenadores o teléfonos móviles. Ello ya nos produce una cierta sensación de vértigo o amplitud. ¿Cómo sería un acceso inmediato a todo el conocimiento desde nuestro propio cuerpo? Y si la muerte del cuerpo diluyese su límite temporal y éste pudiese alargarse indefinidamente, ¿qué consecuencias tendría en el comportamiento individual, en el sentido de la vida de las personas, en  la organización de las sociedades o en los valores de las culturas?
Y, por último, si el desarrollo de la inteligencia artificial y la robótica alcanzasen ciertas cotas (o bien, cuando las alcancen), ¿qué pasaría si en un robot suficientemente complejo apareciera el fenómeno del “Yo”? ¿Y si un robot llegase a decir «yo existo»? Si sucede eso, tal vez incluso se ponga en duda que lo profundamente humano sea el yo. Lo humano no sólo no estará en su cuerpo, sino que tampoco estará en el yo, en la conciencia. ¿Dónde buscamos lo humano entonces? Pero este paso quedará para un futuro mucho más lejano.

Jordi Jiménez