A Sergio Uassouf

«Todos los vicios de que puedan despojarse las demás clases son recogidos por la clase media. No hay nada más despreciable, más inútil»
                                                     Juan Carlos Onetti
«No estás, te busco y ya no estás», dice Julio Sosa desde aquel tango, pero por razones un tanto más dramáticas y románticas (y no es raro que, a veces, coincidan). La he buscado en las góndolas como alcayota (así se la nombra en Mendoza y San Juan) y como «cucurbita ficifolia», que es como la nombra mi vecina Emilia, académica en esos menesteres. Pero no está. El listado de «Precios Cuidados» la ha descuidado y discriminó a mi amigo y a un puñado de habitantes más de este singular territorio del planeta, seres humanos de gustos insólitos que, a diferencia de los personajes de «Los invasores», aquella serie televisiva de los 60, no tienen el dedo meñique estirado como la devaluada Mirtha Legrand, sino que paladean las hebras de este alimento con fruición digna de mejor causa. Son raros, nada más.. Razón más que suficiente para que los consumidores de la cucurbita se declaren furiosamente opositores y maldigan a esta señora que se ocupa de las mayorías y sus gustos (los que comemos manzanas y uvas o ingieren cebollas sin llorar, se lavan con jabón, toman mate, practican el asado como deporte nacional de la amistad, endulzan el café porque toman café y demás costumbres populares, tan mersas, ¿vio?). Pero mi amigo es medianamente sensato, canta en el Coro «Cumpa» de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, es uno de los informáticos más capacitados y creativos del país y, sobre todo, tiene a la solidaridad como principio rector de su vida. Entonces él, como puede, acompaña a esas mayorías con conciencia crítica y es feliz, como yo, de vivir estos tiempos difíciles, contradictorios y luminosos. Aunque suspire por ese zapallo vip convertido en mermelada y yo sea un militante del dulce de leche y la lasagna. El coreuta vive  en CABA (Ciudad Autista de Buenos Aires) y yo en Mendoza, capital nacional del vino y la cletomanía. En fin, que cada uno asume sus delirios como puede.
La cuestión es que cuando llegamos a la caja registradora del supermercado no nos preguntan si la alcayota es oficialista u opositora ni si el dulce de leche es para el pibe de La Cámpora o para Los Borrachos del Tablón. Los deformadores de precios nos avasallan igual, no les calienta. Aunque haya terminado el carnaval les importa un pomo.
«Cuando era pequeño creía que la vida era más sencilla», me dice Manuel Pintos Rudman, 7 años, mi nieto mayor. Y no sabe todavía que hay seres humanos que son capaces de atravesar las barreras de la impiedad por conseguir alguna cuota de Poder. Su existencia perfumada por la «increíble aventura de pan y chocolate» conoce ya la rutina de la batalla por la domesticación a la que se ve sometido por la escuela. Es que, en su primer grado, tuvo que soportar a una maestra vieja en su juventud, adicta al caño televisivo, aduladora de las revistas chismosas y los secadores de pelos en las tardes de peluquería de los sábados. En fin, la seño Mamarracho es una docente sin lecturas, pero una buena vecina, seguramente. Mientras sus dirigentes gremiales defienden con ferocidad y convicción su bolsillo (con más de lo primero que de lo segundo) ella prefiere ver a Tinelli que a Paka-Paka, cómoda, con el auto a buen resguardo en el garaje y la cuota del televisor al día. Manu y todos, sus padres, abuelos, tíos, primos y él mismo, soñamos con un nuevo comienzo, con otra oportunidad para que ese cachorro de filósofo sea feliz cada día de clases.
No insistan, no abriré una cuenta de facebook. No tengo tiempo, interés ni ganas de enterarme de que Felicitas Block de Canson dio a luz un cachorro que se llama José María y que, dice ella, se parece tanto al padre (el de ella), que algunas amigas le pongan «Me gusta», aunque, como se sabe, todos los bebés de dos días de vida se parezcan más al Doctor Chapatín que a cualquier pariente de la parturienta. Me dirán que es un instrumento de trabajo (el niño no, el facebook), de inclusión y que acorta distancias si está bien utilizado (el facebook, el niño no). Sí, es cierto, pero salvando esa excepción, me suena más a reunión de mujeres en la vereda, con la escoba y el lampazo en versión posmoderna y a mesa de café masculina, hablando de fútbol, política y minas, idem. Mi compañero Santiago me divierte más cuando comenta en el programa la sección «Entre mujeres» del diario Clarín.
Si se muere un pariente cercano, un primo querido, casado y padre de dos hijos, buen ciudadano, de clase media, empleado administrativo en un laboratorio de especialidades medicinales, propietario de un Susuki Fun azul metalizado, comprado en 84 cuotas y a medio cancelar, que vacaciona un mes en Buzios cada año y medio y en la temporada sandwich alquila una casa en un country de la periferia. En síntesis, si fallece un burgués pequeño pequeño en un quirófano al que llegó de urgencia porque las acciones que le hizo comprar el gerente de la empresa se fueron al mismísimo carajo, ¿usted le preguntaría a su familia, dolorida y en shock, cómo debió proceder el cardiocirujano para que el final hubiese sido con champagne, mimos de sus cachorros, incluido el gran danés que le regaló la amante, y un viajecito extra para festejar? Supongo que no. Entonces, ¿por qué habría que consultar al almacenero del barrio si el anteproyecto de Código Penal que proponen cinco juristas (el equivalente a cinco cardiocirujanos prestigiosos) es beneficioso o perjudicial para la sociedad? El miedo, ese paradigma del que cree que tener es ser, es capaz de convencer a una persona de que sabe más que un cirujano, aunque sea su cuenta bancaria el único certificado de sabiduría que puede ostentar. Y así nos va.
Raro paradigma el de este rincón del Oeste del Sur, como le llama mi amigo Ernesto. Durante el menemato, generó «el equipo de los mendocinos» (José Luis Manzano, Eduardo Bauzá, Roberto Dromi y sus crías, entre otros). Un poco más acá en la Historia el abominable Julio Cobos y en la semana que está terminando una diputada, engendro de cuarta (lo que ya es mucho decir) del exvicepresidente. Ella, Evangelina Godoy, decidió cambiar la dirección de su voto, aunque dos horas antes había declarado que acompañaría la decisión de su bloque (existe registro de audio de sus dichos), el Frente Para la Victoria, para impedir que se inicie el proceso de juicio político al miembro de la Suprema Corte de Justicia provincial, Carlos Böhm.
El asunto de fondo no es ni el juez de la Corte, ni la Corte, ni la diputada. El asunto de fondo es, como casi todo en esta época, los grupos mediáticos concentrados. Todos todos (desde el Grupo Vila-Manzano, pasando por Clarín y sus hijos putativos locales, hasta personajes menores que se sienten parte del estiércol empresarial vernáculo) decidieron unificar sus armas para evitar que se aplique el Estatuto del Periodista que, en uno de sus artículos, obliga a pagar el doble del salario mínimo a cualquier trabajador de prensa que ingrese a un medio privado. La Corte provincial tiene que resolver los casos Assumma y Sartori, entre otros, por ese tema. Y he aquí el detalle: la legisladora está casada con un empresario de medios de San Rafael. El culebrón toma cuerpo cuando el marido, Gustavo Mátar, procesado por la justicia local por un chanchullo de guita junto a exfuncionarios del gobierno de Celso Jaque, le envió unos mensajes de texto al celular del gobernador, Paco Pérez, en el que le proponía eliminar el acento ortográfico de la primera a del apellido y transformarlo en acento prosódico de la segunda. En síntesis, parece que sugirió matarlo. Pérez hizo público el affaire, aunque ma non troppo. Veremos. Uno de estos días, cuando las aguas retornen a su cauce ¿normal? habrá que preguntarse qué hacía esa lacra moral en el bloque kirchnerista de diputados, pero mientras tanto vuelvo al comienzo de este párrafo. El paradigma de la traición sobrevuela los viñedos, los cerros y las acequias de nuestra sociedad que, a veces, sorprende con gestos de valentía ciudadana y otras recuerda la canción de León Gieco. Porque «un traidor puede más que unos cuantos», pero acá, en Mendoza, esos cuantos lo olvidan fácilmente. Como quedó demostrado en las recientes elecciones legislativas.