Por Eduardo Montes

El planeta todavía está sumido en las consecuencias de la crisis bursátil de 2008. No es una crisis nueva, es la misma que nos persigue desde que el capitalismo es tal, desde que hay excedentes de riqueza en pocas manos y desde que esas manos descubrieron que las crisis “traen oportunidades”, como casi burlonamente pontifican. Ha pasado bastante tiempo desde que aprovechaban las crisis espontáneas y pasaron a provocarlas (¡es que me mata la impaciencia!). Es como si hubieran pasado de “recolectar” crisis al “cultivo” de las mismas.

La percepción de “la gente”, o su imaginación, sólo llega hasta los extremos de la visibilidad, por lo tanto no le queda más remedio que culpar a los gobiernos. Y está bien, porque en general son corresponsables por acción y/u omisión. Es claro que los responsables verdaderos se pierden en la estratósfera de los algoritmos matemáticos con que calculan riesgos, ganancias, apalancamientos y otras cosas mucho más misteriosas e incomprensibles.

Pero el caso es que además del fárrago de antigüedades calamitosas que persisten sin mostrar, todavía, señales definitivas de debilidad; llámese explotación, trabajo esclavo, especulación, manipulación de la información, etc.; aparecen de cuando en cuando algunos signos de que el futuro está asomando en el horizonte presente.

No estamos hablando de la modificación esencial de las relaciones sociales e interpersonales, no hablamos de una revolución en el concepto de propiedad de los medios de producción, no nos referimos a un súbito cambio en el sentido de vida de los individuos y conjuntos, mucho menos mencionamos una masiva humanización de la humanidad. Sin embargo, algunos  fenómenos que no guardan relación causal con esas aspiraciones pueden ser un indicio de que algo está cambiando sustancialmente en la conciencia humana.

Hacia mediados de 2010 se publicó una noticia que, más allá de haber sido ignorada por los grandes medios, más allá de haber sido tratada como una curiosidad científica sin mayor importancia frente a las “reales urgencias del momento”, constituye una revolución en sí misma. Se trata de la creación de vida artificial, de la producción de la primera célula viva por medios tecnológicos. Esto significa que el ser humano puede producir las especies animales o vegetales que desee y, en un escandaloso además, puede reproducirse sin la mediación, ni siquiera indirecta, de sus funciones reproductivas. No se trata de clonación sino de la creación de seres vivos, tarea reservada, hasta ahora, a esas entidades llamadas dios o naturaleza, según el gusto.

Otras dos noticias rescatamos como indicio de que algo se está moviendo en algún lugar recóndito de la conciencia humana: Uno es el anuncio de un directivo de Google quien afirmara que hacia el año 2030 estaremos en condiciones de ser inmortales. Así nomás, sin anestesia. Es claro que por estupefacción o incredulidad, o ambas cosas combinadas, nadie, o nadie en general, se ha dado por informado o ha tomado con algún grado de profundidad semejante afirmación. Seguramente los poderosos, los que tienen todo menos eso, le habrán echado el ojo al asunto y deben estar muy interesado en adquirir el producto y, en la medida de lo posible, monopolizarlo.

Cuando esto se haga realidad y entre en la conciencia de los grandes conjuntos, cuando se aspire a ese beneficio, cuando se asuma como derecho, seguramente se iniciarán nuevas luchas sociales que buscarán modificar las nuevas fronteras establecidas. Es poco imaginable el tipo de conflictos, el tipo de reacciones, el tipo de crisis que puede suscitar este hecho, pero seguramente estas crisis sí traerán nuevas oportunidades.

Por cierto, esta inmortalidad conlleva la eterna juventud y se basaría en el desarrollo de la nanotecnología hasta sus últimas consecuencias, permitiendo prevenir y curar donde hoy en día no se puede y, fundamentalmente, reparar los deterioros celulares (genéticos) cuya resultante son la vejez y la muerte.

Es claro que se trata de una inmortalidad relativa, si es que la expresión no incluye una contradicción insalvable, porque no dotaría de indestructibilidad. Todavía puede caerme un piano en la cabeza y desbaratar todos mis planes futuros.

La carga del pasado, la acumulación de siglos de historia, se constituyen como un peso en los ojos que no deja ver lo que está sucediendo y que fatigan la imaginación impidiéndole ir más allá, aun la de aquellos que hacen de la ficción un modo de vida, tales como intelectuales, artistas y otros amanuenses de lo establecido.

Otra noticia que llamó nuestra atención fue el proyecto de viaje a Marte. Una iniciativa de estas características tuvo siempre un impedimento insuperable para los parámetros actuales: su alto costo.

Ir a Marte, como cualquier otro proyecto de exploración del espacio exterior, es costoso, pero lo que lo hace inviable a los ojos de inversores estatales o privados, es el altísimo costo del retorno, más allá de su viabilidad técnica. Nadie está dispuesto, ni países, ni empresas, a invertir esos recursos en una aventura incierta y de provecho inmediato casi nulo.

Sin embargo algunos inversores privados, conscientes de todo lo anterior, están dispuestos a pagar un viaje de ida, sin retorno. No es que enviarían astronautas a morir sino, en las primeras etapas, a vivir en Marte e ir creando las condiciones de desarrollo como para en el curso de las próximas décadas sea posible instrumentar el viaje inverso, de Marte a la Tierra.

Según un cierto plan se irían enviando oleadas de viajeros, primero cuatro, luego otro número mayor, y así, mientras los más antiguos van creando las condiciones para los recién llegados. Crecería la población y con esto las posibilidades de desarrollo autónomo. Es claro que esos primeros habitantes de Marte serán profesionales de las distintas ramas del conocimiento que fueran necesarias. Estos serán ingenieros de distinto tipo, médicos, agrónomos, biólogos, etc.

Un proyecto de este tipo no puede realizarse enviando gente contra su voluntad. Aparte de la mala prensa está el hecho de que seguramente preferirían la cárcel o alguna otra consecuencia antes que ser enviados a un lugar sin posible retorno. Por esto la base humana de este proyecto está constituida por voluntarios y para que existan posibilidades de selección de los mejores son necesarios en un buen número. Así, para enviar en una primera etapa unos veinte voluntarios son necesarios alrededor de mil.

El caso es que desde que se abrió la inscripción de voluntarios se han sumado ¡doscientos mil! O sea que existe ese número de personas que se consideran aptas y están dispuestas a esta aventura extrema, con un sentido del pionerismo incomensurable o con un hartazgo mayúsculo hacia las bondades de nuestro planeta.

El proyecto Mars-One, iniciativa de un grupo holandés sin fines de lucro, entrenará hasta 2015 a un número de entre seis y diez equipos de cuatro personas. El viaje con el primer equipo está previsto para 2023 con un costo de 6000 millones de dólares. Por supuesto, fuera de los implicados y alguno que otro entusiasta, el proyecto está rodeado de un fuerte escepticismo.

Si esto prospera y crecen las colonias marcianas se plantearan diversos dilemas: ¿reproducirán, dados sus orígenes, los humanos marcianos las mismas instituciones, las mismas injusticias y las mismas desigualdades de su planeta de origen? Y, en la Tierra, ¿se persistirá en la injusticia y el genocidio por hambre mientras se puebla un nuevo mundo?

Inspirados en todo esto es altamente probable que los malvados sólo pergeñen maldades, por ponerlo en términos un poco planos pero que sirven para ilustrar. Dependerá de la conciencia y la acción de los conjuntos que los eventuales adelantos se orienten hacia un buen destino, se transformen en buen conocimiento.

Ir contra la evolución de las cosas, oponerse a los cambios, resistir el progreso no es una buena política, le da la ventaja a los susodichos malvados.

Estas noticias y, seguramente, muchas otras que ignoramos, no sólo del campo tecnológico, nos dicen que algo está sucediendo en la conciencia humana, que no todo es esa monstruosa antigüedad de apoderarse de todo para nada.