Por Marcela Latorre*

Mucho se habla hoy de niños hiperactivos y con déficit atencional, los profesores sin dudar mandan a cualquier niño que no esté dentro de lo “normal” inmediatamente al psicólogo, quien sin demorarse mucho, llama también inmediatamente a sus padres para decir el diagnóstico esperado: “El niño tiene déficit atencional”.

Lo más grave es que la mayoría de los padres cree esto y peor aún, medica a sus hijos para que estos vuelvan a entrar en la categoría de los “normales” y no sean expulsados de sus establecimientos educacionales.

Pues bien, la primera noticia es que el déficit atencional no existe, su mismo descubridor, el famoso psiquiatra estadounidense Leon Eisenberg, siete meses antes de morir, reconoció que fue un invento, una enfermedad ficticia, ya que tenía relaciones financieras con la industria farmacéutica.

La segunda noticia es que vivimos en un sistema educativo arcaico, aunque no lo crea, su hijo no es el que está mal, lo que está mal es la estructura educativa que obedece a un sistema mecanicista de la época de la revolución industrial, donde se necesitaba que hubiese seres humanos funcionales a la producción.

Ese sistema sigue primando hasta hoy, considerando a las personas como seres de conciencia pasiva, conciencia que hay que llenar de contenido, de contenido conveniente para los que deciden ese contenido.

El filósofo y ensayista español, José Ortega y Gasset ya nos señalaba en su libro “La Rebelión de las Masas” que: “Conviene abandonar la idea de que el medio, mecánicamente, modele la vida; por tanto que la vida sea un proceso de fuera a dentro. Las modificaciones externas actúan sólo como excitantes de modificaciones intraorgánicas; son, más bien, preguntas a que el ser vivo responde con un amplio margen de originalidad imprevisible: cada especie, y aun cada variedad, y aun cada individuo, aprontará una respuesta más o menos diferente, nunca idéntica. Vivir, en suma, es una operación que se hace de dentro a fuera, y por eso las causas o principios de sus variaciones hay que buscarlas en el interior del organismo”.

Es decir, cada ser humano da respuestas diferentes a los mismos estímulos, la conciencia no es pasiva, sino que completamente activa. Es cosa de observar a los pequeños como llegan a este mundo a descubrirlo todo, a experimentar, son verdaderos científicos en busca de respuestas, pero ninguno lo hace de la misma manera; hay algunos más motrices, otros más intelectuales, otros que todo lo miran desde lo emotivo, en fin.

Dado lo anterior, ¿Cómo es posible que se tenga a 45 niños adentro de una sala, mirando a un profesor que repite lo que sale en un libro y escribe lo mismo en la pizarra, durante 45 minutos? Yo adulta, también me declaro con déficit atencional en esa situación.

Cada niño y niña están ansiosos de aprender, de crear, de plasmar en el mundo esa característica particular con la que llegaron. En la primera infancia se potencia el aprendizaje a través de la acción, es en la educación básica donde comienzan a limitar y cortar esas ganas maravillosas de aprender.

Sir Ken Robinson, en su charla de Ted, llamada “Las Escuelas Matan la Creatividad”, comenta sobre una pequeña que no lograba quedarse tranquila en su silla, su madre la llevó a un especialista que le pidió que salieran de la habitación y dejaron a la niña sola con música. La miraron desde la puerta y vieron como ella comenzó a bailar sin parar. El doctor recomendó a su madre que la sacara del colegio y la llevara a estudiar danza. Su madre hizo caso y esa pequeña hoy es la creadora de grandes musicales de Broadway como “Cats”.

¿Qué hubiese pasado con esa niña si le hubieran dado ritalín? No sólo ella no habría realizado lo que venía a hacer al mundo, sino que también el mundo hubiese perdido ese tremendo aporte artístico.

Pero algo se está produciendo que están surgiendo nuevas corrientes pedagógicas, nuevas visiones acerca de la educación, de a poco se puede observar que nuevamente la intención humana está tomando fuerza y se están instalando, frente a esta crisis, nuevas posibilidades.

Así como dice Ortega y Gasset, en su teoría de las generaciones: “… Toda actualidad histórica, todo ”hoy” envuelve en rigor tres tiempos distintos, tres “hoy” diferentes o, dicho de otra manera, que el presente es rico de tres grandes dimensiones vitales, las cuales conviven alojadas en él, quieran o no, trabadas unas con otras y, por fuerza, al ser diferentes, en esencial hostilidad. “Hoy” es para uno 20 años, para otros, cuarenta, para otros, sesenta…”

Eso nuevo que surge, atiende a esta teoría, ya a comienzos de 1900 personajes como Rudolf Steiner, María Montessori, entre otros, estaban tejiendo lo que hoy ya se está poniendo en práctica. Asimismo, Maturana, Varela, Naranjo, Freire y quizás cuántos más, están haciendo lo propio.

Dadas estas características generacionales, es tan fundamental lo que se plantea en el libro “Pedagogía de la Intencionalidad” de Rebeca Bize y Mario Aguilar, acerca del diálogo generacional, donde se plantea que: “… Un primer paso importante es tomar conciencia de que esa diferencia de miradas existe y está presente en todo momento en el aula. Si el educador es consciente que su propio paisaje de formación corresponde a una época de 10, 20, 30 o hasta 40 años atrás, es probable que su actitud de “imponer miradas” se vea atenuada y ello ya puede operar como un facilitador de diálogo generacional”.

La buena noticia es que si no existe el déficit atencional y sabemos que es el déficit en la educación la que está generando líos en nuestros hijos, podemos ampliar la mirada y comenzar a estudiar y buscar las nuevas formas pedagógicas que están surgiendo y que son las que reemplazarán este sistema añejo de educación.

*Marcela Latorre es actriz, periodista, pedagoga teatral e impulsora de la COPEHU (Corriente Pedagógica Humanista Universalista) en Chile.