Por Roberto Pizarro para www.elclarin.cl

La incomodidad en que se encuentra Chile frente a la demanda peruana por los límites marítimos es exclusiva responsabilidad de una política internacional equivocada que se arrastra desde hace ya varios años. Esa política ha colocado en un segundo plano la integración regional y, muy especialmente, ha olvidado el tema vecinal. Esa política ha privilegiado hasta el cansancio los negocios y los Tratados de Libre Comercio con el mundo desarrollado por sobre los asuntos que tensionan las relaciones diplomáticas con nuestro vecinos. Esa política ha exacerbado el discurso autocomplaciente del éxito económico chileno y de la apertura indiscriminada al mundo, descalificando a los países de la región que impulsan políticas económicas e internacionales distintas a la chilena. Esa concepción adquiere preponderancia muy especialmente a partir de mediados de los años noventa. Consecuencia de ello es el aislamiento de Chile de su entorno regional.

El énfasis obsesivo por incorporarse al NAFTA, y posteriormente por materializar un TLC con los Estados Unidos desplazó la prioridad latinoamericana que había consagrado el programa de la Concertación en sus orígenes. Los negocios han subordinado a la política en el ámbito internacional, mientras el entendimiento con los Estados Unidos desplaza a un segundo plano los temas vecinales. La tesis del “Adiós a América Latina”, originaria de la derecha, fue asumida completamente por la Concertación. Para mayor gravedad, durante la presidencia de Bachelet, con plena hegemonía de los gobiernos nacional-populares en la región, la Cancillería pasa a ser dirigida por Alejandro Foxley. Se entregaba la dirección de Relaciones Exteriores al mayor adversario de la integración latinoamericana y al crítico más rotundo de las políticas económicas nacional-populares impulsadas por Argentina, Ecuador, Venezuela y Bolivia. ¿Craso error o propósito deliberado?

El aislamiento de Chile tiene hitos muy relevantes. El apoyo del Presidente Lagos al golpe de Estado contra Chávez. El retiro de las negociaciones para incorporarse al MERCOSUR, optando por el TLC con los Estados Unidos. El apoyo decidido al fracasado ALCA, proyecto norteamericano rechazado por Brasil y Argentina. El escaso compromiso con la CAF y el franco rechazo al Banco del Sur, favoreciendo siempre al FMI y al Banco Mundial. Actualmente, en la agenda inmediata se encuentran el compromiso con la Alianza del Pacífico y el interés por el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). Todos estos hechos le ha restado aliados a Chile, poniendo al descubierto su política contraria a la región.

Más aún, el gobierno del Ecuador, amigo histórico de Chile, en manifiesta contradicción con nuestra Cancillería, fijó el límite marítimo común con Perú, alejándose de su postura de refrendar los tratados de 1952 y 1954. Ello debilitó la posición chilena en la Haya. Este cambio puso de manifiesto la fragilidad de la diplomacia chilena, la que ha sido incapaz de comprender el nuevo carácter del gobierno del Presidente Correa, comprometido con la integración regional y crítico radical del neoliberalismo.

Los tiempos son difíciles para la política exterior de Chile. Por decisión propia y no por comportamientos ajenos nuestro país se encuentra aislado de la región. Y, la demanda peruana en La Haya se ha aprovechado de nuestras debilidades. La larga dilación a las controversias con Bolivia y nuestras diferencias con el resto de los países de la región no han ayudado a enfrentar en buenas condiciones la disputa marítima con Perú.

En definitiva, es preciso asumir nuestra responsabilidad en un eventual fallo adverso para Chile antes que responsabilizar a la justicia internacional. La economía y los negocios, rasgos dominantes de la política exterior chilena, le han jugado una mala pasada a nuestro país. El programa de la Nueva Mayoría no propone un cambio a esa política ¿Se atreverá la Presidenta Bachelet a modificarla?