El fallecimiento de Nelson Mandela la semana pasada, a los 95 años de edad, generó conmemoraciones y reflexión en todo el mundo. Un grande de la historia de la humanidad ha muerto. Mandela es recordado, con justicia, por su impresionante capacidad de reconciliarse con sus opresores y por lo que ese perdón significó políticamente para la fundación de una nueva Sudáfrica. “Ha llegado el momento de construir. Al fin hemos logrado nuestra emancipación política. Prometemos liberar a todos los pueblos del yugo de la pobreza, la privación, el sufrimiento, el sexismo y otras formas de discriminación”, dijo Mandela en su discurso de asunción de mando en Pretoria, el 10 de mayo de 1994. En el mismo discurso prometió no retroceder: “Nunca jamás volverá a suceder que esta hermosa tierra experimente de nuevo la opresión de los unos sobre los otros. El sol nunca se pondrá sobre un logro humano tan noble. Que impere la libertad. ¡Dios bendiga a África!”. Mandela nos dejó, pero dejó a las futuras generaciones su profunda convicción en el poder de los movimientos sociales para lograr cambios.

En sus primeros años como miembro del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) Mandela se dedicó a organizar las campañas de no-cooperación del movimiento. Un ejemplo de ello es la Campaña de Desobediencia Civil de 1952, cuando lo fotografiaron quemando su libreta de identificación, el temible documento de identidad sin el cual la población negra de Sudáfrica no podía desplazarse dentro de su propio país. En 1960, tras la Masacre de Sharpeville, en la que las fuerzas policiales del Gobierno liderado por los blancos mataron a al menos 69 personas que se manifestaban contra la “ley de pases” y las libretas, el Gobierno proscribió al Congreso Nacional Africano. Mandela y otros activistas pasaron a la clandestinidad y formaron el brazo armado del ANC, al que denominaron Umkhonto we Sizwe, que significa “la lanza de la nación”.

El grupo realizó una campaña de sabotaje, mediante la utilización de bombas rudimentarias para romper e interferir en el funcionamiento de importantes piezas de la infraestructura de Sudáfrica, como vías de tren y centrales eléctricas. En 1962, Mandela fue identificado en un control policial disfrazado de chofer. El New York Times informó en 1990 que fue la CIA, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, la que brindó los detalles a los servicios especiales sudafricanos acerca del paradero y la apariencia de Mandela. La nota decía además que la CIA gastó más dinero en vigilar al Congreso Nacional Africano que el propio régimen del apartheid. Mandela pasó los siguientes 27 años en prisión.

Durante el juicio por sabotaje, en el que fue acusado junto a otras nueve personas, conocido como “el Proceso de Rivonia”, Mandela habló en nombre de los acusados y defendió sus actos. “He luchado contra la dominación de los negros. He acariciado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que todas las personas vivan juntas en armonía, con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero alcanzar. Pero, de ser necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. Para sorpresa de muchos, y probablemente gracias a la gran atención nacional e internacional puesta en el juicio, los activistas no fueron condenados a pena de muerte, sino a cadena perpetua en la tristemente célebre prisión de la isla Robben en Sudáfrica.

Fue entonces que se inició una fuerte campaña internacional para poner fin al apartheid. Una de las principales estrategias fueron las campañas para que las empresas que tenían negocios en Sudáfrica retiraran sus inversiones del país. En 1970, Caroline Hunter y Ken Williams, dos empleados afroestadounidenses de Polaroid en Cambridge, Massachusetts, se dieron cuenta de que la empresa estaba suministrando tecnología fotográfica al Gobierno sudafricano para la emisión de las odiadas libretas. Hunter y Williams organizaron un movimiento de trabajadores de Polaroid que obligó a la empresa a poner fin a sus relaciones con el gobierno de Sudáfrica.

Bajo la creciente presión, el régimen del apartheid comenzó a reprimir con mayor severidad a los sudafricanos negros. Las noticias de la violencia llegaron a todo el mundo, y ello motivó a los estudiantes universitarios a tomar medidas. Se creó un movimiento mundial para presionar a las juntas directivas de las universidades a que retiraran sus inversiones de Sudáfrica. En Washington D.C., Randall Robinson, el fundador de “TransAfrica”, comenzó un movimiento de protesta frente a la embajada de Sudáfrica. Robinson dijo en el programa de noticias Democracy Now!: “Tres de nosotros fuimos arrestados, seguidos de 5.000 estadounidenses que fueron arrestados por ir a protestar frente a la embajada en los años subsiguientes…Por supuesto que eso ayudó a impulsar en el Congreso la Ley General Contra el Apartheid, aprobada en 1986. Fue así que, finalmente, las inversiones estadounidenses en Sudáfrica comenzaron a caer”.

Robinson hacía referencia al proyecto de ley presentado por el congresista de California Ron Dellums, que fue aprobado con apoyo de ambos partidos. El Presidente Ronald Reagan vetó el proyecto de ley, pero, en señal de la determinación del país de luchar contra el apartheid, ambas cámaras del Congreso votaron para anular el veto de Reagan, e impusieron fuertes sanciones al régimen del apartheid en Pretoria. Robinson agregó: “Y, por supuesto, eso, junto con la presión dentro del país generó las condiciones
para que el gobierno sudafricano se decidiera a negociar y, en última instancia, a liberar a Mandela ”.

El Presidente Barack Obama habló en el funeral de Mandela celebrado en Soweto esta semana, y provocó una ola de críticas en Washington por haber estrechado la mano del Presidente cubano, Raúl Castro. Mandela era un gran amigo de Fidel Castro, que siempre apoyó al Congreso Nacional Africano. Estado Unidos, por su parte, retiró a Mandela de su “lista de terroristas” recién en 2008, 14 años después de que fue electo Presidente de Sudáfrica.

Nelson Mandela termina su autobiografía con la siguiente reflexión: “Cuando salí de la cárcel, esa era mi misión: liberar tanto al oprimido como al opresor. …La verdad es que aún no somos libres. Apenas hemos logrado la libertad de ser libres”.


Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.