El día que yo llegaba a este mundo, Mandela ya estaba encarcelado. Cuando mis padres me celebraron los 15 años, Mandela seguía encarcelado. Y el año 83, en mi primer año de Universidad, mientras yo aprendía a arrancar de la policía de Pinochet, Mandela seguía en prisión.

Seguramente fue en ese primer año de universidad, mientras sentía en carne propia la represión, cuando escuché por vez primera hablar de Mandela. No había protesta, mitin o barricada en contra de la Dictadura donde no gritáramos “LIBERTAD PARA MANDELA”.

Hoy, días después de su muerte, debo confesar que al escuchar varios de sus homenajes, más de alguna tripa se me crispa al descubrir quién es aquel que lo homenajea tan lisonjeramente.

Es curioso, cada vez que fallece un(a) gran luchador, trasgresor o revolucionario, quiénes más corren por homenajearlo, elogiarlo y despedirlo con las palabras más melosas, son justamente aquellos (o sus representantes) que lo persiguieron, difamaron, encarcelaron o torturaron.

Pasó con Gabriela Mistral y Pablo Neruda; John Lennon y Violeta Parra o Gladys Marín y Laura Rodríguez.

Pareciera ser que detrás de tanta palabrería, de tanto adjetivo arjoniano, se ocultara una inconfesable alegría por la partida de aquel “peligroso ser humano”.

Pero también pareciera que detrás de tantos vacuos adjetivos, se ocultara un bisturí destinado a castrar o “ablacionar” lo indómito y peligroso que tenía el personaje por el cual se derraman esas falsas lágrimas llenas de hipocresía.

Quizás el mejor ejemplo de esto sea la figura de la poetisa Gabriela Mistral. Una mujer adelantada a su época, de quien – luego de 56 años de su partida – han intentado que sólo quede aquella imagen inofensiva de la maestra rural recitando “piececitos de niños, azulosos de frío” y no de la mujer trasgresora, amante de su hermosa secretaria y con un compromiso por las causas libertarias como la lucha del General Sandino en Nicaragua.

Rolihlala, “la rama que no se quiebra” o “el revoltoso”, fue el nombre de nacimiento de Mandela. Y ese espíritu rebelde lo acompañó toda su vida, desde cuando abrazó la causa de la no violencia y desobediencia civil, inspirado en Gandhi, cuya causa comienza justamente en Sudáfrica, 25 años antes que naciera Mandela.

Las luchas de Rolihlala comienzan por los años 40 y tiene en la Carta de la Libertad de 1955 uno de sus puntos cúlmines. Dicha carta es una verdadera plegaria a la libertad y a la igualdad humana, y bien podría ser demandada en nuestro Chile de hoy. “En consecuencia, nosotros, el pueblo de Sudáfrica, negros y blancos juntos e iguales, gente del país y hermanos, adoptamos esta Carta de la Libertad”, señala el documento.

Fue en 1960, luego de la masacre de Sharpevill, que Rolihlala abandona la No Violencia y asume la lucha armada. Ese año, el Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela, había organizado una acción de desobediencia civil no violenta, pero lamentablemente tal acción terminó con la masacre de varias decenas de desarmados sudafricanos.

Luego de esta masacre, Rolihlala funda y encabeza el movimiento Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación), el brazo armado del CNA. “Primero violamos la ley evitando el recurso a la violencia. Pero cuando se legisló contra esto, y cuando el Gobierno recurrió a la fuerza para aplastar a la oposición a su política, sólo entonces decidimos responder a la violencia con violencia”, diría años más tarde en el juicio que lo condenó a cadena perpetua.

En los años 80, es decir con ya más de 20 años de cautiverio, el gobierno le ofreció varias veces su libertad a cambio de renunciar a la vía armada, “Sólo los hombres libres pueden negociar” fue su lacónica pero sabia respuesta.

Los gobiernos de Reagan, Thatcher e incluso el propio Bill Clinton, apoyaron abiertamente al gobierno del apartheid y trataron a Mandela como un terrorista. Incluso Amnistía Internacional se negó a considerarlo un prisionero político pues, al decir de la propia organización: “participó en la planificación de actos de sabotaje y de incitación a la violencia”.

Pero sólo cuando las luchas del CNA y la ayuda militar cubana en la batalla de Cuito Cuanavale, el año 1988, debilitan al gobierno, Mandela – que ya era llamado Madiba (jefe o guía) por su pueblo – ve la oportunidad para avanzar con resolución, y sin complejos inicia un diálogo con el régimen provocando las suspicacias en antiguos y combativos aliados.

Ya en libertad, ahora provoca la decepción de aquellos antiguos perseguidores que pensaron equivocadamente tener cooptado y conquistado al otrora revolucionario. El intento fallido de lavar su imagen de “revoltoso”, fracasa cuando Madiba viaja a Cuba para agradecer a su “hermano” Fidel Castro, luego haría lo mismo con Gadhafi, Arafat y Jomeini. Es que Madiba nunca renegó de su pasado pues quien no traiciona sus principios no se avergüenza de lo realizado.

Uno de sus grandes temores, que lo acompañó toda su vida, era que sus luchas terminaran en una gran guerra civil e interracial, tal como había pasado en gran parte de las nacientes y artificiales repúblicas africanas al colisionar los principios republicanos con la cultura tribal de sus propios pueblos.

Quizás sea esa la razón, por la cual una vez electo Presidente, inicia el proceso de reconciliación, trasgrediendo – una vez más – lo que muchos esperaban. Sus aliados cabezas calientes se decepcionaron cuando descubrieron que no habría venganza ni tampoco pasadas de cuenta.

No era ese el objetivo de sus luchas de tantos años ni tampoco quería un derramamiento entre sus propios hermanos, es en la victoria, en el triunfo, cuando mejor se palpa la grandeza de un ser humano.

Mandela, Rolihlala o Madiba, como decía la carta de a la Libertad de 1955, siempre quiso para “el pueblo de Sudáfrica, negros y blancos, juntos e iguales, gente del país y hermanos”, construir una República para todos. Es cierto, finalmente la república construida no es precisamente la república socialista que imaginó en su juventud, pero será tarea de otros hombres y mujeres, de otras generaciones, construir las condiciones para que irrumpa un nuevo Rolihlala y un nuevo Madiba.

Después de todo, Mandela no podría explicarse sin un Gandhi, Desmond Tutu, Oliver Tambo, Steve Biko, Fidel Castro o los millones de sudafricanos anónimos que acompañaron sus luchas e, incluso, aquellos desgarbados jóvenes chilenos que gritábamos Libertad para Mandela en los años ochenta. Desconocer tal situación sería ser ingrato y si algo nunca olvidó Madiba, fue justamente la gratitud por todos quienes ayudaron a sus luchas.

Gracias Rolihlala, gracias Madiba y gracias a todos lo que hicieron posible el surgimiento de tan grandioso ser humano.

@Efren_Osorio

Consejero nacional y ex presidente de Partido Humanista