«Tengo, vamos a ver,

                                                    tengo lo que tenía que tener»
                                                                                      Nicolás Guillén
Habrá que reconocerlo. La Corte Suprema de Justicia argentina se demoró un poquito menos en reconocer la constitucionalidad de la Ley de Medios que el Vaticano en admitir las barbaridades de la Inquisición. Tal vez cuatro años en los albores del siglo XXI sean el equivalente histórico de los casi cuatrocientos que van desde el 12 de abril de 1633 hasta nuestros tiempos. Galileo tenía sesenta y nueve años cuando entró ese día a aquella sala a defenderse de las acusaciones de sacrilegio y otras ciertas ternuras eclesiásticas. Es como si los sesenta segundos que caben en un minuto fuesen hoy más vertiginosos, aunque cualquier reloj lo desmienta, por más berreta que sea.
Debe ser un síntoma más de la confusión con que la civilización, sobre todo la occidental, nos desabriga. En esta época de luces tecnológicas y tempestades éticas parece ser lo mismo la dialéctica que la contradicción. O, al menos, eso nos quieren hacer creer. En Uruguay, por ejemplo, aparece el médico Tabaré Vázquez como estandarte del ala derecha (sic) del Frente Amplio (este sí, auténticamente progresista) y en nuestro país un señor Sergio Massa se postula como dirigente de un Frente restaurador del neoliberalismo, (una cierta ternura genocida y contemporánea), pero autodenominándose Renovador. Casi como calificar de brisa pacificadora al tifón «Haiyán» o de dentadura inmaculada lo que me queda labios adentro, en esa «frontera de los besos», como canta Hernández en su trágico poema «Nanas de la cebolla».
Mientras, el Grupo Clarín tiene, como la Selección Argentina de Fútbol, problemas de defensa. Uno de los abogados patrocinantes se llama Damián Cassino, apellido apropiado para quienes se timbearon la guita de los aportes jubilatorios y crecieron al amparo de la muerte, la desaparición de seres humanos, el robo de criaturas y la tortura para hacerse de negocios. Cassino, bueno es aclararlo, no se pone colorado. Es. Claro que el fútbol, ya se sabe, es causa nacional y popular. En cambio, no creo que un monopolio genere ciertas ternuras, precisamente.
Un fantasma recorre estos medanales cuyanos, si se me permite esta paráfrasis marxista. El fantasma de una endemia ciudadana, una coprofilia electoral que aqueja a buena parte de la sociedad mendocina y que premió a un exdecano, exgobernador y exvicepresidente que ocupará un asiento en la Cámara de Diputados de la Nación después de haber corrompido el cargo ejecutivo para el que fue convocado en 2007. Una cierta ternura cívica.
El publicista ecuatoriano Jaime Durán Barba, asesor emérito del gerente de la ciudad capital del país, ha derramado una catarata de ciertas ternuras históricas. Para este homínido que habita nuestra pampa húmeda «Hitler era un tipo espectacular» y Stalin un ser de infinita finura y un apasionado lector de poesías. Si hasta el rabino Sergio Bergman, su discípulo en versión kipá, debió salir a marcar distancias. Claro, respecto de Hitler solamente.
El mejor alumno de Jaimito, casi su JTP (Jefe de Trabajos Prácticos), Mauricio Macri, también tuvo su gesto de cierta ternura, en la categoría «Soberanía», al cambiar el nombre del Pasaje 2 de Abril (fecha del desembarco, en 1982, de tropas argentinas en Malvinas) por el de ¡Inglaterra!. Con ese timming tan bien ensayado en su trayectoria (nombró al comisario Palacios al frente de la flamante Policía Metropolitana cuando el cana está involucrado en el atentado a la AMIA, al escritor Abel Posse como ministro de Educación, pese a su pasado de embajador del gobierno terrorista burgués del 76, espió telefónicamente a las víctimas del atentado de 1994 y a sus parientes, reprimió a trabajadores y pacientes del Hospital Neuropsiquiátrico Borda, y otras ciertas ternuras aplaudidas en las urnas por buena parte de la también coprofílica sociedad porteña), el gerente tiene su lugar aquí, en el Cuadro de Honor de este textículo miscelánico.
El diario «La Nación» me obsequia una cierta ternura económica o sociológica, no sé. Dice que el llamado «cepo cambiario» desató un boom de viajes al exterior y una fiebre de compras con tarjetas, de débito y de crédito. Traducido a idioma gelmaniano, nos toman por boludos. Si no se puede comer en un restaurant sin reservar la mesa con tres días de anticipación, si las calles y las rutas nacionales parecen un enjambre de vehículos cero kilómetro, si cada vez más argentinos viajan por el mundo y consumen a mansalva es, según estos crápulas con «olor a bosta de vaca», Sarmiento dixit, porque no nos dejan ahorrar en dólares.
Pero basta de ciertas ternuras, paso a las ternuras ciertas.
Deodoro Roca, el abogado y periodista que, entre otras virtudes fue cofundador de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, redactó, se sabe, el Manifiesto Liminar del Movimiento Reformista que, en 1918, sacudió la modorra y la mazmorra mental del clericalismo en la cultura y, especialmente, en la vida universitaria argentina y latinoamericana. Roca escribió: «Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan». Palabras que hoy tienen notable vigencia porque dejamos atrás la vergüenza de una legislación que protegía los monopolios de la palabra y la imagen, pero nos quedan los dolores de los formadores de precios, los asesinos de pueblos originarios, los depredadores de nuestro suelo, nuestro aire, nuestras aguas, nuestra fauna y nuestra flora, los empresarios disfrazados de dirigentes gremiales, el territorio colonizado en las islas del sur y sus pensadores lacayos envueltos en la bandera nacional. La plena vigencia de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es, lo siento así, una de esas ternuras ciertas que justifican mi vocación. Porque tenemos lo que teníamos que tener, Nicolás.
Y, por supuesto, los desayunos con tu mermelada de damascos, amor, esa ternura cierta que me endulza cada jornada.