Por Fernando Dorado

www.alainet.org

 

Qué fue lo nuevo que nos dejó el paro agrario? Además del extraordinario esfuerzo realizado y mostrado por los campesinos de todos los sectores productivos y regiones movilizadas, lo que se debe destacar es que el movimiento agrario nos hizo descubrir la amplia disposición de lucha que existe en la gente de las ciudades. Apareció así, un lazo de unión entre la población citadina y el campesinado colombiano. Fue sólo una brizna, pero es de máxima significación. Anuncia lo que se viene en los polos urbanos.
Ver por televisión a nuestros campesinos boyacenses o a nuestros indígenas nariñenses (Pastos y Quillacingas), defendiéndose de los desmanes y atropellos del ESMAD, acudiendo a palos, piedras o a los tradicionales “cuetes” de pólvora para asustar a los energúmenos policías – sin dejar su ruana en ningún momento –, movió las fibras más íntimas de la ciudadanía del país.
Después, al sentir el desprecio y el menosprecio con que un representante de la aristocracia bogotana que funge como Presidente de la República se refería al “tal paro agrario”, no sólo lastimó el alma y los sentimientos de millones de personas que en los últimos 50 años han emigrado del campo, sino que movió a esas personas y a sus hijos a manifestarse de alguna manera.
Así surgieron los “cacerolazos”, que adquirieron en Colombia la forma de concentraciones ciudadanas en las plazas principales de las ciudades muy al estilo de las rebeliones árabes y de los “indignados” españoles. Sólo fueron unos días, dado que el gobierno se dio cuenta de su error y rápidamente inició negociaciones con los campesinos para calmar el “avispero” que había alborotado. Pero esas manifestaciones “espontáneas” anuncian la aparición de un nuevo tipo de “ciudadanía”, que ya se había expresado en la “ola verde” pero que sus dirigentes no entendieron ni estimularon.
El hecho es que en éstas nuevas movilizaciones va todo el mundo en «montón». Es la multitud en toda su expresión. No hay “orden”, el orden es el desorden. Es convocada por mucha gente, especialmente por las redes digitales. No hay libreto, la espontaneidad de la creación está a flor de piel. El protagonismo de los dirigentes no tiene cabida aunque son bien recibidos porque no se notan. Son manifestaciones irreverentes pero pacíficas. Las reivindicaciones sectoriales no son bien vistas, aunque nadie es rechazado. La verdadera solidaridad se siente porque hay comunión con una causa. Hay desprendimiento pero a la vez construcción de identidad. Es algo nuevo en verdad.
Vimos como en la Plaza de Bolívar la gente cantó el himno nacional masivamente y con un nuevo sentimiento. Se envió el mensaje de que la Nación es del pueblo, especialmente de los campesinos que nos aportan la comida. La avalancha de gente hacia la plaza provenía desde todos los puntos cardinales, no era la «procesión tradicional» en que se han convertido las marchas de las protestas cotidianas. No había pancartas que separaran a unos de otros y las que habían era para simbolizar la causa común. Se sentía la alegría del que está haciendo algo nuevo, descubriendo y auto-descubriéndose. La participación no era una obligación impuesta sino que existía la convicción de que era necesario pronunciarse. Era urgente hacerle ver al gobernante que estaba equivocado, pero todavía más importante, se les enviaba el mensaje a los campesinos de que no estaban solos, que mucha gente los entendía y apoyaba. Era indudablemente una fiesta común, un orgasmo colectivo, una movilización popular.
Y es que la mayor parte de los manifestantes eran jóvenes llamados por la izquierda de “clase media”. Seguramente muchos son estudiantes. Pero la mayoría son jóvenes estudiados, bien “formados”, trabajadores calificados pero maltratados por el capitalismo realmente existente. Son jóvenes informados de lo que ocurre en el mundo, ven cómo el desempleo crece entre la juventud capacitada y estudiada, sienten cómo el sistema capitalista sólo les ofrece un mundo de “competencia” y de “consumo compulsivo”, en detrimento del medio ambiente y de la vida. Empiezan a cuestionarse.
Sin embargo, también están cansados de la violencia. Quieren experimentar con nuevas formas de comunicación y de expresión. Lo simbólico y gestual, la música y lo lúdico, el mensaje corto pero punzante, la imagen y lo visual, todo ello lo convierten en herramientas e instrumentos para hacerse escuchar. Los sondeos, las consultas rápidas, son formas de intercomunicarse y de saber qué piensan los demás y cómo sintonizarse con agilidad y eficacia. Allí hay importantes motores para la acción social y política de extraordinaria magnitud y de máxima utilidad.
Desgraciadamente las actuales organizaciones sociales orientadas por la «izquierda tradicional y conservadora» no están preparadas para interpretar ese movimiento que está en ciernes, que está emergiendo. Pareciera que en este tipo de movilización, los dirigentes de las organizaciones “sociales” y populares, y de la izquierda tradicional, se sintieran incómodos. Seguramente no hacen parte de su «orden» mental, burocrático y vertical. Tal vez no las puedan “manejar”, “orientar”, “canalizar” hacia un objetivo determinado, y por ello las desconocen o menosprecian.
Esas movilizaciones son una manifestación de algo muy nuevo que está en conexión con nuevas miradas que algunos llaman «posmodernismo» pero que en verdad son expresión del nuevo proletariado (precariado) del siglo XXI que necesita expresarse de nuevas formas, más «livianas», más «sueltas», verdaderamente comunitarias y colectivas, muy similares a las que ocurrían en los inicios el movimiento obrero.
Y es que ese no es un fenómeno que acontece sólo en Colombia. Ya ha ocurrido en los países árabes, en España, en Turquía, en Brasil, en donde se ha percibido una desconexión mental y generacional entre la dirigencia de izquierda y las nuevas expresiones sociales. Es importante entender ese fenómeno. Es necesario sintonizarse con él. Los campesinos apreciaron la fuerza de ese nuevo movimiento y lo agradecieron. El gobierno lo sintió y respondió a tiempo. Sin embargo, los problemas en los centros urbanos son tan graves como los que existen en el campo y el polvorín acumula fuego lentamente.
Ojalá las explosiones sociales que se avecinan nos encuentren más preparados para con su fuerza producir los cambios estructurales que requieren la Nación y el pueblo.
Popayán, 13 de septiembre de 2013