Argentina en la última década tuvo por necesidad y por proceso histórico la posibilidad de instalar un Gobierno Nacional que, desde las mayores dificultades y adversidades,  se paró claramente en una vereda (la de las convicciones) y avanzó con políticas de alcance y beneficio general, sin discriminación. Yendo de este modo a la base, desarrollando una plataforma de derechos -diría de efectivización de derechos- que posibilitó empezar a construir otra sociedad.

Esto fue posible porque las políticas partían y parten de un valor central  verdaderamente humano, desde un enfoque de derechos y con ello se va generando una conciencia social humanizada, que va del yo al nosotros, en una construcción abierta y posibilitaria.

Sin embargo, al interior de nuestro país, ampliando el foco, encontramos franjas sociales reaccionarias, individualistas que son las que siguen poniendo palos en la rueda del desarrollo.

Lo que maliciosamente se llama una sociedad dividida, es en todo caso una sociedad en transición, donde algunos sectores –los más postergados en décadas pasadas- poseen un grado de sensibilización y ponen manos a la obra de reconstrucción del tejido social, alentados por un Gobierno Nacional cuyas políticas apuntan reinstalar la solidaridad como un valor en las relaciones sociales.

No es que la sociedad se ha dividido, para ello sería necesario que estuviera junta. La trama social se desarticuló durante años de políticas neoliberales cuyo éxito estaba directamente ligado a la destrucción del tejido social, y en consecuencia de la solidaridad.

Es decir, la división se produjo hace mucho tiempo, se desintegró, se destruyó el tejido social, dividiéndose en tantas partes como individuos la conformaban. Hoy está en proceso de reconstrucción, aún inconcluso. El gobierno y sus políticas inclusivas, han operado uniendo vastas capas de la población, generando igualdad de oportunidades para todos.

Los poderes fácticos se han ocupado de concentrar, de “juntar” esa otra parte de la sociedad, caracterizada por el individualismo, el que no obstante juntarse para ciertas coyunturas, no logra (porque desde el individualismo no se puede) una unión y una construcción.

Como siempre aspiro a lo mejor para la humanidad, aspiro a que por necesidad, si no por convicción, la sociedad termine de elaborar su conexión poniendo como eje de esa unidad a la solidaridad. Que fomente la participación popular como un derecho humano, que se involucre en el diseño de políticas públicas, que acompañe y se comprometa con las decisiones.

Aspiro a una sociedad que sea capaz de querer para otro lo mismo que pretende para sí, no solo en término de derechos sino básicamente de condiciones para el acceso real, universal e igualitario a esos derechos. Que se conciba como una estructura donde cualquier parte que resulte afectada, termina afectado al todo.

Creo que hay que interpelar a la sociedad en cuanto a las condiciones en que quiere vivir y si lo quiere como individuo o como colectivo. Creo que es ahí donde hay que trabajar fuertemente, es un desafío que estamos dispuestos a encarar.