Por Pablo Brodsky

Desde la renuncia del candidato de la UDI, Lorenzo Golborne, hace menos de 4 meses, a la de Pablo Longueira, anoche, el agua que ha pasado bajo los puentes de los partidos del gobierno de Piñera amenaza con anegar las más cuidadas tiendas de la política chilena. El caudal ha sido cuantioso y sus dirigentes corren con sus baldes de playa como niños arrancando de las olas. Y entre sollozos, gritos de espanto y manotazos, juran que están más unidos que nunca, que lo único importante es la salud del otrora candidato a la presidencia.
¿Qué pasó con Longueira? El íntimo de Jaime Guzmán tiene ciertas características que hacen plausible algunas hipótesis. Hace años le escuchamos decir por la televisión que había tenido contacto con el inframundo, cuando estaba en boga el tema de 31 Minutos, “Mi muñeca me habló”. También es conocida su preferencia por ir a votar a las comunas populares del gran Santiago, recibir tomatazos y huevos podridos de parte de la población, y salir airoso exclamando que es parte de su “sacerdocio político”. Y ahora, cuando estaba en la cúspide de su carrera, después de haber vencido en las urnas, justo cuando se transformó en el candidato a la presidencia de su sector, se deprimió.
Desde distintos medios, especialmente relacionados con las redes sociales, se levantan algunas hipótesis respecto de la verdad del delicado asunto. Algunos dicen que le ronda la bipolaridad, y que después de la euforia del triunfo en las primarias, tenía que venir un bajón potente. Otros plantean que ha convivido con un trastorno de personalidad, una cierta escisión que deja entrar eventos ominosos, como el de “Mi Muñeca me habló”. Para no pocos se trata de un trastorno paranoide, por ese temple para recibir tomatazos que linda con el de un psicópata fanático.
Pero hay otra vertiente que podría estar presente en todo esto. Se menciona el trastorno disociativo, esa escisión en dos identidades, y que conlleva una incapacidad para recordar información personal relevante, como cuando se le apagó la tele y no supo si se había inscrito o no para el Plebiscito del 88. Pero también se notició una crisis de pánico, sufrida por el ex candidato el sábado anterior. Entonces, estamos ante un trastorno de ansiedad. Y, por último, su psiquiatra sentenció que se trata de aquello que sufre el 20% de los chilenos: depresión. Este diagnóstico da cuenta de que Longueira es un verdadero líder, capaz de encarnar todos los síntomas que sufre su sector: ansiedad y pesimismo ante la pérdida inminente, quejas y reproches entre aliados, irritabilidad, indecisión, escisión de la realidad social, en fin, un futuro sin muchas esperanzas.
Otros -opiniones del bajo pueblo, a no dudarlo- hablan de enredos de faldas, cuyo conocimiento público destruiría una vida ejemplar en lo familiar y en lo político. Y, por cierto, están aquellos que leen este episodio desde la política. Para ellos, el rechazo que siempre se ha manifestado contra Longueira en las encuestas ciudadanas, hace imposible ganar las elecciones de diciembre para su sector. Poner a competir a Longueira contra Bachelet es un suicidio político, dicen. Y, después de darse el gustito de ganarle a Allamand, podía bajarse heroicamente al líder de los líderes. Después de todo, soldado que huye, soldado que sirve para la próxima guerra, como diría Evelyn Matthei.