Fernando Guzzoni debuta en la ficción con ‘Carne de perro’, donde se pregunta por la vida que llevan hoy los que fueron torturadores de Pinochet y que conviven anónimamente con el resto de los chilenos.

El próximo 11 de septiembre se cumplirán cuarenta años del golpe militar contra el gobierno de Salvador Allende. En 1973 comenzó en Chile una aberrante dictadura que finalizó en 1990. No han pasado suficientes años desde entonces casi para nada, ni siquiera para poder pasear por las calles chilenas con la tranquilidad, sin la angustia de saber que uno puede cruzarse con alguno de aquellos sanguinarios y despiadados torturadores al servicio de Pinochet.

«Tenían presupuesto y sueldo», recuerda ahora el director y guionista Fernando Guzzoni, que en su primer largometraje de ficción, Carne de perro, se pregunta precisamente cómo es la vida de uno de estos individuos y cómo concilia su siniestro pasado con la rutina y con las emociones necesarias para cualquier ser humano.

La película, protagonizada por Alejandro Goic -verdugo en esta ficción y víctima en la realidad de la dictadura chilena-, se esfuerza por no hacer juicios de valor, por mostrar las contradicciones de un individuo en proceso de descomposición social, pero Guzzoni se rinde a sus propias emociones y no permite redención al personaje, no le asiste en su búsqueda de paz. Con un guión premiado en Berlín, en el World Cinema Fund, y en Francia (Fond Sud Cinema), el filme conquistó el Premio a la Mejor Película de la sección de Nuevos Realizadores del Festival de San Sebastián.

Es espeluznante saber que puedes cruzarte por la calle con los que fueron torturadores de la dictadura, ¿en Chile, qué hacen esas personas hoy?

Bueno, efectivamente puedes cruzarte con esas personas en la calle, cualquiera puede cruzarse con su torturador. Hay muchos casos en los cuales ha ocurrido eso, sin ir más lejos, Alejandro Goic, el protagonista de la película, quien fue torturado, se encontró con uno de sus torturadores en la fila de un banco hace algunos años. Así muchos casos. Sobre qué hacen, es difícil precisar, ya que no se tiene catastro de las identidades de cada uno de ellos, sin embargo, a través de las investigaciones e informaciones que pude recabar, muchos de ellos trabajan en el mundo de la seguridad, como taxistas o como empleados en diversos rubros.

Habló con muchos abogados de derechos humanos para documentarse, ¿llegó a contactar con algún torturador?

Mi trabajo con abogados que llevaban causas me permitió conocer ciertos elementos que me acercaban más al imaginario de estos personajes, me permitió ir construyendo el perfil del personaje. En esa documentación corroboré ciertos patrones comunes entre estos personajes, como los que te mencionaba con anterioridad con respecto a sus nuevos oficios. Tuve la oportunidad de conocer gente que trabajó en los servicios de seguridad de Pinochet, específicamente en la CNI.

Desconozco si esas personas directamente torturaron o fueron parte de otras labores, pero tuve mínimo contacto con ellos y fue una situación compleja, dolorosa en cierto punto, pero entendía que llegar a esos puntos estaba al servicio de la película y de construir desde la ficción a un personaje que se emparentara mucho con la realidad.

La película explora el terreno psicológico de estos individuos, ¿cree que son personas que necesitan justificar sus acciones del pasado o los hay que viven tranquilamente con ellas?

Yo creo que debe haber muchos de ellos que viven aparentemente tranquilos, que al menos públicamente no deben sentir arrepentimiento o conciencia por lo que hicieron. Ahora yo pongo todo esto en el terreno de la ficción, porque desconozco como será la interna de muchos de ellos. A mí lo que me parece perturbador e interesante a su vez es cómo ellos pueden convivir con eso sin renunciar a los afectos o a la posibilidad de una vida normal o intentado llevar una vida normal. Eso es muy violento, indescifrable, pero es mi exégesis, porque tal vez sea una carga demasiado pesada. De todas formas, son identidades construidas al servicio de un stablishment, que los necesitó para vigilar y castigar sistemáticamente como una práctica del Estado, es decir, no nacieron de forma espontánea, son parte de una construcción institucional, eso es aún más fuerte, no son psycokillers que operaron desde el anonimato, al contrario, tenían presupuesto y sueldo. Es decir, hay otros que son más peligrosos y responsables, que fueron los jefes y líderes políticos de la época (casi todos vivos) que fueron los sostenedores de todo este tinglado y que viven tranquilos, en posiciones de poder y sin ningún grado de arrepentimiento y eso es inaudito, pero insoportablemente chileno.

El actor protagonista fue víctima de torturas en la dictadura, ¿cómo manejaron esa situación?

Era un elemento que a mi juicio le daba un grado de mayor complejidad y tridimensionalidad a la construcción del personaje. Era una paradoja muy grande desde la propuesta, pero había en Alejandro mucha generosidad y sensibilidad de interpretar a su ex verdugo. Él se sintió muy identificado con una cita de Pessoa que decía: «Todos tenemos dentro una víctima y un verdugo» y fue una especie de axioma para construir el personaje. Con respecto al rodaje fue complejo, pero más que por la carga del pasado, lo era porque fue muy exigente en términos actorales, por lo que le ocurría al personaje y porque aparecía en todos los planos de la película, lo que sin duda es muy extenuante.

Hay un episodio con un perro que es definitivo, el personaje no duda a la hora de castigar físicamente, ¿es una herencia de su entrenamiento en la dictadura o él es así?

Esa escena opera como una suerte de analogía con la tortura del pasado y también revela la vulnerabilidad del personaje entre la violencia y la culpa, en su pulsión por dañar como método y luego intentar torpemente repararlo.

El personaje busca perdón, una especie de redención de sus pecados, pero lo hace a través de la religión, ¿es ese un territorio fácil para él, que apoya su convicción de que hay que castigar los pecados, lo que justifica de algún modo sus acciones?

El personaje realmente no encuentra ninguna redención o al menos, ese era mi objetivo, lo que encuentra es un espacio donde volver a la estructura, al dogma, donde un personaje adoctrinado como él se siente parte de algo una vez más. En ese templo vive un regreso al ejército pero con otro contexto. No hay en ese espacio un encuentro mísitico, real, no hay una epifanía, es un eterno retorno a ese círculo donde encuentra un paraguas de contención.

No hay juicios en su película, es como la mirada curiosa de alguien… ¿fue difícil llegar a ese distanciamiento?

Creo que lo interesante era desnudar lo complejo del personaje y no hacer proselitismo, aún cuando me parece muy clara la lectura que uno puede hacer de la película.

Ahora bien, creo que haber establecido una actitud simplemente condenatoria sobre el personaje hubiese hecho una película menos compleja y eso me parecía un poco predecible.

Narrativa y estéticamente hace un doble juego con el agua, ¿es la necesidad de limpiarse del personaje, una transparencia que usted propone con la película o…?

Es un elemento narrativo extra, que habla del personaje y de lo que será el final, su necesidad de expiar la culpa a través del agua y el agua como un símbolo de bautismo.

¿Cómo fue la reacción en Chile tras el estreno de la película?

Muy buena, buenas críticas, buena recepción. La gente consideró en general que la película es muy necesaria, es una segunda o tercera lectura sobre nuestro pasado, pero desde la vigencia de un personaje que está al lado de nosotros a diario, quedé muy contento con la sensibilidad y claridad de la gente con la película.

¿Qué ha significado para la película y para usted el Premio a Mejor Película en Nuevos Directores de San Sebastián?

Fue una maravillosa forma de empezar el camino de la película, estrenar en un festival tan importante como San Sebastián y llevarse el premio fue muy importante. Tras esos vinieron muchos reconocimientos internacionales, fue una gran ventana de exhibición y distribución para la película y un momento personal muy inolvidable.