Por Olga Rodríguez* para elDiario.es

“De la difícil situación de Malí emerge una terrible realidad que se repite en otros países en conflicto: la instrumentalización de la violencia contra las mujeres para justificar la injerencia y las guerras de codicia por las riquezas de sus países”. Con estas palabras comienza un manifiesto firmado el pasado mes de noviembre por numerosas personalidades malienses y feministas como Aminata Traoré.

“Nosotras, mujeres de Malí, tenemos un papel histórico que jugar aquí y ahora en la defensa de nuestros derechos humanos contra tres formas de fundamentalismo: el religioso, a través del islam radical, el económico, a través del omnipotente mercado y la democracia formal, corrupta y corruptora”, prosigue el texto, en el que se pide la defensa del “no a la guerra por poderes”, “para que el Consejo de Seguridad no apruebe una resolución que autorice el despliegue de miles de soldados en Malí”.

Finalmente, Francia ha terminado impulsando una intervención armada con el envío de tropas galas al país africano. Y la ONU ha dado el visto bueno al despliegue.

Los grupos islamistas

La amenaza yihadista en Malí es un hecho. Testigos ya desplazados y refugiados en países vecinos han presenciado ejecuciones y amputaciones de manos por parte de los grupos armados islamistas, que están imponiendo en las áreas conquistadas normas estrictas de vestimenta y comportamiento a las mujeres, así como la prohibición de la música y la danza, profundamente arraigadas en la cultura maliense. Se habla también del uso de niños soldado en las filas de las milicias.

Tras la entrada de Francia en el conflicto, uno de los grupos que operan en Malí, Al Qaeda en el Magreb Islámico, ha protagonizado el secuestro de 685 argelinos y 107 extranjeros, occidentales la mayoría, en una planta de gas en Argelia de la compañía British Petroleum. En la operación de rescate han muerto 23 rehenes y 32 secuestradores.

Detrás de los fanatismos se esconden la pobreza, la discriminación, la opresión, la desigualdad, la miseria. Las intervenciones armadas extranjeras en busca de intereses ajenos a las poblaciones locales, el colonialismo, inventor de fronteras trazadas arbitrariamente con escuadra y cartabón, y el neocolonialismo también han contribuido a dar fuelle a los fundamentalismos.

Como decía esta semana el diario británico The Guardian en un editorial, Occidente ha jugado un importante papel en el fomento de “la brutalidad y las ideologías venenosas en el desierto”.

“Los fondos suministrados por Arabia Saudí -país respaldado por Occidente- han ayudado a extender el fundamentalismo violento (…). Y mientras que las intervenciones occidentales en la región han surgido por diversos motivos y han tenido efectos mixtos, una consecuencia no planeada de las mismas ha sido el redoble del riesgo yihadista”, indicaba The Guardian.

El líder de Al Qaeda en el Magreb Islámico, Mokhtar Belmokhtar, estuvo en Afganistán cuando Estados Unidos apoyaba a los muyahidines antisoviéticos, lo que contribuyó al surgimiento de los talibanes. Cuando Belmokhtar regresó a Argelia, luchó en la guerra civil desatada tras la suspensión de las elecciones que iban a dar la victoria a los islamistas, una anulación respaldada por potencias occidentales.

La intervención extranjera en 2011 en Libia creó un polvorín difícil de controlar en la región. El armamento que países como Qatar -o la propia Francia- entregaron a los rebeldes libios no se desintegró como por arte de magia. Se sabe cómo empieza una guerra, pero nunca cómo termina ni hacía qué territorios puede derivar.

Al reguero de armas introducidas en Libia se sumaron los arsenales del Ejército de Gadafi, que pasaron a nuevas manos. Las redes de contrabando y los propios combatientes trasladaron armas al Sahel, un enclave donde desde hacía años operaban diversos grupos contrarios a los gobiernos de países como Malí.

Con los nuevos arsenales de armas y frente a un Ejército maliense débil y desorganizado, varios grupos armados contrarios al gobierno central, tanto islamistas como laicos, ganaron posiciones en Malí.

En marzo de 2012 un capitán del Ejército, entrenado por Estados Unidos, dio un golpe de Estado que justificó apelando a la necesidad de combatir a las milicias armadas y de crear un Ejército fuerte y capaz. El caos político tras el golpe de Estado sirvió para que los combatientes -y en especial el salafista Ansar al-Din– avanzaran hacia el sur.

El Movimiento para la Liberación de Azawad, milicia armada integrada por tuaregs separatistas, proclamó la independencia del norte de Malí, la zona más abandonada por el Estado central. Posteriormente, los islamistas se enfrentaron a este grupo laico y se impusieron en el bando rebelde.

Suelo rico, población pobre

Malí es el tercer productor de oro del mundo. Además de otros minerales, tiene depósitos de uranio en el área de Falea, situada en el suroeste del país, donde realiza exploraciones la compañía canadiense Rockgate. La población local lleva tiempo expresando su oposición a la explotación del uranio y su temor a las repercusiones que esta tendría en el medio ambiente. Recientemente se han descubierto además importantes reservas de petróleo, en la cuenca sedimentaria más grande del África Occidental.

El país africano comparte frontera con otra ex colonia francesa, Níger, uno de los mayores productores y exportadores de uranio. Allí tienen negocios la multinacional pública francesa Areva, que lleva cuarenta años operando en el país.

A través de dos grandes empresas participadas por el propio país africano, por Francia y también por Japón y España -esta última a través de la empresa Enusa, con el 10%-, Areva explota dos minas de uranio en el desierto de Níger. Además, está previsto que en breve inicie la explotación de las minas de Imouraren, lo que convertirá a Níger en el segundo productor de uranio del planeta.

En Níger se han registrado varios secuestros de ciudadanos occidentales. En 2010, Al Qaeda en el Magreb Islámico secuestró en el pueblo minero de Arlit a siete trabajadores de la compañía francesa Areva y los trasladó a Malí, donde cuatro permanecen aún secuestrados.

Tanto Níger como Malí se encuentran en la lista de los países más pobres del mundo. En 2012 el gobierno de Níger criticó a Areva por su “desequilibrada” relación y llegó a cuestionar los acuerdos de explotación de uranio, “de cuyos beneficios Níger solo recibe el 5% del presupuesto nacional”.

El uranio de Níger representa entre el 30 y el 40% de las importaciones de Francia, que posee 58 generadores nucleares. Dos tercios de la energía francesa es nuclear.

El conflicto abierto en el norte de Malí, con el avance de diversos grupos hacia la capital y la intervención militar extranjera genera sin duda inestabilidad en el vecino Níger, que ya ha acogido a decenas de miles de refugiados malienses.

Solo en 2012 unas 200.000 personas se vieron obligadas a abandonar sus casas y a desplazarse dentro de Malí. Otros 144.500 malienses huyeron a países vecinos a causa de la inestabilidad.

“Francia no tiene ningún interés económico o político en Mali, defendemos la paz”, ha afirmado el presidente de Francia, Francois Hollande.

París ha explicado que su presencia en Malí tiene como objetivo «luchar contra la amenaza terrorista», proteger la capital, a los ciudadanos franceses que en ella viven, y recuperar la integridad territorial del país.

«Si no hubiéramos cumplido con nuestra responsabilidad, ¿dónde estaría Malí hoy?», ha dicho Hollande.

Teniendo en cuenta estas últimas palabras de preocupación por la situación del país africano, cabe preguntarse si el gobierno galo se hará cargo de los refugiados y los desplazados y si suspenderá las persecuciones y expulsiones de inmigrantes malienses sin papeles en suelo francés.

Hay otras preguntas: ¿Ha calculado el gobierno de París cuántos civiles morirán por fuego francés en Malí? ¿Se irá el Ejército galo en cuanto logre frenar a las milicias islamistas?

¿U optará por un modelo de intervención similar al de Libia, donde los Ejércitos occidentales acudieron, según la resolución de Naciones Unidas, para poner fin al asedio de la ciudad de Benghazi y sin embargo finalmente se quedaron meses más, hasta el asesinato de Gadafi?

¿Tratará Francia de verse ‘recompensada’ por Malí?

Se puede intentar resolver problemas a golpe de disparos o, por el contrario, analizar el origen de los mismos y actuar en consecuencia. Para ello es preciso tener en cuenta que, por encima de todo, deben primar los intereses de la población local. Pero en África, mina del primer mundo, nada suele ser como debería.

* Periodista especializada en información internacional. Tras cubrir las revoluciones árabes en 2011, acaba de publicar el libro Yo muero hoy. Las revueltas en el mundo árabe, (Debate). Ha desarrollado buena parte de su carrera profesional en la Cadena SER, Cuatro y CNN+, cubriendo entre otros conflictos la guerra de Irak, y ha sido colaboradora habitual de Público y Periodismo Humano. [media-credit name=»Olga Rodríguez» align=»alignright» width=»143″][/media-credit]