La multitud recibe el resultado congregada en la revolucionaria plaza de Tahrir.
Mohamed Morsi es el primer presidente elegido libremente de la toda la historia de
Egipto. Crease o no y así lo ha comunicado la Comisión electoral en medio de una
tremenda expectación, debido al retraso del anuncio electoral, que se esperaba desde
hace días. De este modo, Mohamed Morsi sucederá al dictador Hosni Mubarak (que
ahora se supone que agoniza en un hospital de las afueras de El Cairo y los rumores
circulantes desorientaron a muchos), destronado por la revuelta popular egipcia que
emocionó y conmocionó al mundo árabe. Demostrando que “la gente sí puede acabar
con un régimen”, como reza el grito de batalla de las revoluciones árabes, que aún
recorre la región. Tal como sucedió en Túnez, mas no en Libia y ni qué hablar de Siria,
pero es claro que la costa mediterránea africana se ha artado de mandamases.

Recordemos que los egipcios votaron el fin de semana anterior en segunda vuelta a su
presidente en una elecciones han sido relativamente limpias, donde nadie ha dicho lo
contrario, aunque ambos partidos, alegan pequeñas irregularidades. La participación fue
baja y muchos egipcios votaron a regañadientes porque ninguno de los dos candidatos
les convencía. Tal es la diversidad ideológica de este país singular.

Sólo las grandes maquinarias del antiguo régimen –la del Ejército y la de los Hermanos
Musulmanes- consiguen llegar a la segunda y definitiva vuelta de las presidenciales.
Pues, los que aquí llaman liberales, o sea los laicos que no apoyan al Ejército,
no consiguieron poner un candidato capaz de competir con poderes mucho más
consolidados. Al final, islamistas y militares se van a repartir el poder. No obstante
al margen de interpretaciones, por fin un civil, Morsi, será el primer presidente de la
transición democrática egipcia.

La incertidumbre hace subir la tensión a límites imposibles en un país que se polariza
por momentos. Los seguidores de los Hermanos Musulmanes, desde hace días
ya consideraban a su candidato como el ganador y deciden volver a ocupar la
revolucionaria plaza Tahrir desde el pasado martes; afirmando que no se moverán hasta
que la Junta militar gobernante de facto retire una serie de medidas con las que recortan
el mandato del presidente entrante.

Este domingo, la plaza ha vuelto a vibrar. Hoy Tahrir está abarrotada, el calor es
abrasador, pero los seguidores de Morsi no se dejan vencer por el termómetro corporal.
La marea humana emana a su vez ingentes cantidades de energía. Minutos antes del
anuncio en el ambiente se podía palpar un tremendo nerviosismo. Parecía que una
mínima chispa podría incendiar la plaza. Las inmediaciones estaban sembradas de
cuerpos de seguridad y de ambulancias.

Abarrotada por cinco noches consecutivas, los islamistas mantienen la fiesta en pie hasta las primeras horas de la madrugada, son los seguidores de la Hermandad
y los salafistas, que también secundan la convocatoria. Cantan en árabe “¡Allahu
Akbar!”, ‘Dios es el más grande’, que es la música preferente de la laza. Agreguemos
que la presencia de grupos revolucionarios laicos es más bien reducida estos días en la
plaza.

De todos modos la victoria llega plagada de interrogantes, no se sabe cómo se repartirá
el poder el nuevo presidente con la Junta militar gobernante del país tras la caída
de Mubarak, y que emitió hace una semana, justo cuando se depositaban los votos,
un texto constitucional suigéneris, por el que recortan drásticamente los poderes del
presidente entrante.

Por otra parte el poder legislativo ya estaba en manos de los militares, después de que
disolvieran el Parlamento aludiendo a una especial interpretación de una sentencia
del Constitucional que anulaba parte de los escaños por la supuesta violación de un
tecnicismo electoral. Lo tocante a la defensa del país y su presupuesto (obviamente)
también compete ahora a los militares que aparte ostentan un poder de veto de
facto sobre la redacción de la futura constitución. Con lo cual, los militares – o el
llamado “estado profundo” -, que maneja la política, y también buena parte de la
economía del país, se resisten así a ceder el testigo del poder.

No obstante la Junta militar se ha comprometido a entregar el poder a las autoridades
civiles antes del 1 de julio, pero, aparte de actos simbólicos, los actores políticos de esta
tortuosa transición egipcia, son muy conscientes de que desprenderse de la tutela del
ejército va a llevar años. He ahí el desafío. Y la esperanza.