**Solo con la democratización real de Rusia cesarán las movilizaciones populares en auge**.

El procedimiento intimidatorio es multar al ciudadano por manifestarse, con una multiplicación
astronómica de su valor (entre 60 y 100 veces más), aprobado contrarreloj por el Parlamento la
semana pasada, sumando los registros domiciliarios y el hostigamiento de conocidos opositores
en la víspera de la marcha. O sea, formas de intimidación a la ciudadanía que no obstante, no se
inmoviliza. Dicho en dinero, el aumento de una multa individual es de hasta 300 mil rublos (7.200
euros) por ‘participar en protestas ilegales’ (¿?) y hasta un millón de rublos por organizarlas, cuando
antes eran sólo de 5.000 rublos en ambos casos. ¿Qué militante puede afrontar semejante dineral?
Y lo irrisorio es el argumento de ‘proteger a los transeúntes contra posibles actos de violencia
de los manifestantes’… Quedan en el vacío declaraciones anteriores a favor de los derechos
constitucionales de lo ciudadanos a expresarse, manifestarse, etc. La dictadura de la URSS sigue de
trasfondo.

Los observadores ven que, con esta ley represiva y las redadas a las casas de los más destacados
lidere opositores, es posible que el Kremlin consiga lo opuesto y brinde a los disidentes un
fenomenal empujón a su causa y dé brios renovados a sus protestas.

La oposición actual es nueva, pero consigue un lugar visible, aunque es un fenómeno difícil de
comprender y su existencia real puede que sea más alta que la de mera participación en marchas.
Esta oposición es aun organizativamente débil, sobre todo frente a un estado despótico, es
ideológicamente muy dispersa y hay mucha rivalidad entre personalidades, un lastre de antaño.
Así que la principal fuerza cohesora es el enemigo común; falta pues mucho camino por recorrer
para tener un proyecto común relevante. Por otra parte, parece pírrica la supuesta victoria del actual
poder y es obvio que esta oposición se acrecienta.

Está claro que el presidente ruso, que el mes pasado recomenzó un nuevo mandato, ahora por seis
años, con un sistema político a su medida, y que ha controlado todo férreamente desde 1999, no
tiene el menor perfil democrático. Su estilo autocrático se manifiesta tanto en la misma Rusia como
en su acción exterior (véase su posición sobre el tema Siria por ej.). Respecto a las protestas, si este
líder toleró antes de su reelección una de las mayores protestas jamás hecha contra su persona —
por el fraude electoral en las parlamentarias de diciembre pasado—, ahora parece querer ponerles
coto de modo contundente. El pretexto de la draconiana norma antimanifestaciones, firmada el
viernes pasado, antes de la manifestación reciente, viene con la excusa de impedir la violencia
callejera. Pero, sabemos, la arbitrariedad y peculiaridad con que las leyes se interpretan en Rusia
hacen de esta normativa una tremenda palanca represora en manos de este Kremlin. Pero que no
frena a la oposición emergente.

La oposición rusa es aun novata, carece de líderes indiscutidos y no pueden hacer sombra a quien
durante los últimos 12 años ha hecho y deshecho a su antojo en el país. Pero el mayor problema
que afronta Putin – alguien dispuesto a la estabilidad a toda costa y si no, miremos a los disidentes
enviados a Siberia – es que su país se aleja rápidamente del que dejó en 2008… la sociedad rusa es
muy diferente y le surge todo un desafío que quizás las multas no frenen las protestas, lo único que
puede hacer la ciudadanía disconforme.

En Rusia, como se ve por los sostenidas y crecientes reclamos callejeros, ha emergido una nueva
sociedad civil desafiante, que es básicamente urbana, que aunque históricamente anestesiada,
parece descongelarse, exige libertades y hace que le sea imposible al régimen seguir manteniendo su corrompido tinglado con que rige el país. Es claro que los rusos no quieren seguir más siendo
tratados como sujetos feudales. ¿Lo comprenderá el autoritario Putin? Que quizás sepa o intuya, que
sin sustanciales concesiones a la democratización rusa, no agotará el largo mandato que acaba de
iniciar.