A pesar de esto, el gobierno instaurado tras el golpe de Estado, bajo el mando del Presidente Porfirio “Pepe” Lobo, es cada vez más represivo, lo que suscitó que esta semana 87 miembros del Congreso estadounidense enviaran una carta a la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, para exigir la suspensión de la ayuda a las fuerzas armadas y a la policía hondureñas.

Fui la única periodista estadounidense en el vuelo que llevó a Zelaya de regreso a Honduras. Allí le pregunté cómo se sentía acerca de su inminente regreso. “Lleno de optimismo, de fe, de esperanza. Todavía el diálogo y la acción política es posible ante las armas. No a la violencia. No a golpes militares. Golpes de Estado nunca jamás”.

Cuando el Presidente Zelaya aterrizó en Honduras, se arrodilló y besó el suelo. Fue recibido por decenas de miles de personas que lo ovacionaron mientras flameaban la bandera negra y roja del movimiento surgido tras el golpe, el Frente Nacional de Resistencia Popular, “la resistencia”, que ahora lidera Zelaya. Su primera parada: una concentración multitudinaria frente al monumento en memoria del joven Isis Obed Murillo, de 19 años de edad, que fue asesinado una semana después del golpe de 2009 cuando Zelaya intentó por primera vez regresar al país. Murillo se encontraba entre las decenas de miles de personas que esperaban el regreso de Zelaya en el aeropuerto. Los militares bloquearon la pista de aterrizaje y dispersaron a la multitud disparando balas de plomo, que mataron al adolescente.

Desde entonces, la violencia y la impunidad han sido moneda corriente. Campesinos, periodistas, estudiantes, maestros y cualquier otra persona en Honduras que se atreva a disentir se expone a intimidación, arresto y asesinato. Al menos 12 periodistas fueron asesinados allí desde el golpe, según el Comité para la Protección de los Periodistas. Muchos campesinos fueron asesinados. Esta semana, estudiantes de secundaria que protestaban contra el despido de maestros y la privatización de la educación fueron atacados violentamente por la policía a balazos y con gases lacrimógenos.

En el discurso que pronunció en el acto de bienvenida, el Presidente Zelaya dijo: “La presencia de ustedes esta tarde demuestra el apoyo de la comunidad internacional, que no se derramó la sangre en vano porque estamos en pie de lucha, manteniendo nuestras posiciones. Resistencia pacífica, compañeros, resistencia es hoy el grito de victoria del retorno a Honduras de todos los derechos y las garantías de la democracia hondureña”.

El actual gobierno de Honduras aceptó permitir el regreso de Zelaya para lograr la readmisión del país en la Organización de Estados Americanos en un intento de despojarse de la condición de paria que se ganó en América Latina debido al golpe.

Paria en América Latina, pero no en Estados Unidos. A pesar de que el Presidente Barack Obama incialmente calificó el derrocamiento de Zelaya como un “golpe”, el gobierno estadounidense pronto abandonó el uso del término. Pero no hay otra palabra que describa lo ocurrido. El domingo hablé con Zelaya en su casa, donde me contó lo sucedido.

Eran alrededor de las 5 de la madrugada del 28 de junio de 2009, cuando soldados hondureños encapuchados irrumpieron en su casa luego de haberle disparado a la puerta trasera.

“Me amenazaron que iban a disparar. Y yo les dije: ‘Si tiene orden de disparar, dispare. Pero sepa que le está disparando al Presidente de la República y usted es un subalterno’. Y ellos no dispararon sino que solo me sometieron a que los acompañara al vehículo, así, en ropa de cama. Aterrizamos en la base militar norteamericana de Palmerola. Ahí se reabasteció de combustible. Hubieron movimientos afuera, yo no sé con quién hablaron. Como quince o veinte minutos estuvimos ahí. Y después a Costa Rica. Lo demás es público.”.

En última instancia, lo más importante para Honduras no es el regreso de Zelaya, sino el regreso de la democracia. Zelaya estaba logrando apoyo popular para políticas como un aumento del 60% del salario mínimo, un plan para asumir el control de la base aérea estadounidense Palmerola con el objetivo de utilizarla como aeropuerto civil en lugar del peligroso Aeropuerto Internacional Toncontin, planes de distribuir tierra a campesinos y unirse al ALBA, el bloque cooperativo regional creado para disminuir el dominio económico de Estados Unidos. El día en que fue derrocado, Zelaya iba a realizar una consulta popular no vinculante para preguntarle a la población si quería llevar a cabo una asamblea nacional constituyente para evaluar posibles reformas a la Constitución. Ese, explica Zelaya, fue el motivo por el cual fue derrocado.

La Secretaria de Estado Clinton y su íntimo amigo Lanny Davis, que lleva adelante un poderoso lobby a favor del régimen golpista, ejercieron una fuerte presión a favor de la legitimación del actual gobierno de Lobo, a pesar de un cable interno del propio Departamento de Estado que comanda Clinton titulado “Asunto ineludible: El caso del golpe en Honduras”. El cable fue recientemente publicado por WikiLeaks y en él se afirma que el golpe fue claramente ilegal.

Cuando me dirigía al aeropuerto para tomar mi vuelo de regreso luego de este fin de semana histórico en Honduras, me topé con un grupo de maestros que llevaban un mes haciendo huelga de hambre frente al Congreso hondureño. Ellos, al igual que una amplia red de grupos de la sociedad civil hondureña, al tiempo que celebran el regreso de su presidente derrocado, tienen claras sus exigencias–que cuentan ahora además con el apoyo de 87 miembros del Congreso estadounidense: que se ponga fin a la violencia y a la represión en Honduras.

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Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.