Pero, además, las mujeres han tenido que enfrentarse a leyes discriminatorias y a una desigualdad de género profundamente enraizada.

Así que no es de extrañar que las mujeres hayan tomado las calles. Que hayan gritado «vivas» cuando Mubarak dejó el poder. O que hayan querido creer en la promesa de un nuevo amanecer en Egipto.

Y justo cuando el país empieza a mirar hacia el futuro, las mujeres corren peligro de ser excluidas del proceso de creación de un nuevo Egipto.

Están siendo excluidas por el gobierno de transición, y la comunidad internacional permanece, hasta el momento, indiferente. Recientemente se creó una nueva comisión nacional para proponer cambios en la Constitución egipcia, compuesta sólo por hombres… Esto es inaceptable.

La participación de las mujeres debe estar presente en todos y cada uno de los aspectos de la creación de nuevos sistemas e instituciones. Sin embargo, el actual comportamiento de las autoridades interinas y de la comunidad internacional trasluce un paternalismo demasiado familiar para las mujeres egipcias, que han vivido durante décadas bajo un gobierno opresor, respaldado por Estados supuestamente respetuosos con los derechos, como Reino Unido y Estados Unidos.

Para que se cumpla la promesa de un cambio en materia de derechos humanos real y duradero en Egipto y en cualquier otra parte de la región –y del mundo–, mujeres de diversa procedencia y opiniones deben sentarse a la mesa de negociaciones como actores de pleno derecho.

Amnesty International hace un llamado a escribir al jefe del Consejo Militar Supremo, el mariscal de campo Muhammad Tantawi, para decirle que las mujeres no deben ser excluidas del proceso de creación del futuro de Egipto.