El secretismo que rodeó siempre al desarrollo nuclear, ya fuera en plena guerra fría como en el combate por los mercados de la energía, no ayuda en nada a esclarecer sobre los verdaderos riesgos y los posibles beneficios de esta costosa fuente energética.

Justamente el hecho de existir un movimiento antinuclear desde los inicios de la era atómica ha provocado que las informaciones que dieran los promotores de esta energía fueran parciales y falaces, intentando no despertar una controversia mayor.

En realidad detrás de esa política de encubrimiento se esconden las coordenadas de los modos de acción contaminantes de producción y/o de explotación de recursos naturales. No difiere de las estrategias de propaganda de las petroleras, las mineras, las papeleras o las cadenas de producción de alimentos. El denominador común de todas estas megaempresas es el corporativismo codicioso que busca el máximo provecho sin medir las consecuencias.

Casi todas estas actividades las llevaron a cabo las potencias y con el tiempo fueron partiendo de sus propios territorios para ejecutarlas en el extranjero. Por diversas causas, optimización de la ganancia, disposición de recursos naturales escasos, pero también por el reclamo de las sociedades civiles que exigían un cuidado mínimo de sus territorios.

Pero el desarrollo nuclear no puede hacerse a distancia, porque el secretismo debe mantenerse, ya que estamos hablando de una energía que permite realizar las armas más devastadoras que existen sobre este planeta.

Partiendo de esa base, la defensa del complejo militar-energético atómico siempre camufló sus accidentes y minimizó los daños. Los dardos del movimiento antinuclear se sustentan en la debilidad de las garantías de seguridad de las centrales, que requieren muchísima inversión para su mantenimiento, algo difícil de sostener en el tiempo y que acarrea además las discusiones sobre qué hacer con los desechos radiactivos.

Si bien el efecto Fukushima nos permite discutir y poner sobre la mesa todos estos temas, no está en juego la hecatombe nuclear como nos quieren vender ciertos medios. Los medios defienden intereses, son conglomerados de poder que agrupan todo tipo de empresas, sin lugar a dudas las más lucrativas: armamento, salud y energía. Tres gremios muy interesados en sacar rédito comercial e incluso político de este tsunami, como ya lo han hecho del que asoló las costas esrilanquesas en diciembre de 2004.

Japón ha sido durante décadas sinónimo de tecnología y sinónimo de innovación, dando imagen de seguridad, seriedad y compromiso. Las compañías estadounidenses y francesas, fundamentalmente, han encontrado con este desastre natural la oportunidad de hacer leña del árbol caído y dejar un competidor en la cuneta. Un competidor del abastecimiento global de energía.

Es muy difícil separar la propaganda, de la antipropaganda, de la contrapropaganda y poder tener una visión imparcial de la fenomenología internacional. Pero es imprescindible saber qué se esconde detrás de la información, detrás de las líneas editoriales y detrás de los analistas especializados, en casi todos los casos contratados por empresas concernidas de este debate y guerra por el mercado energético.

En esencia lo que significa un profundo perjuicio para la especie humana es el apoderamiento de puntos clave de nuestra supervivencia (alimentación, salud, energía y armas entendiéndolo como defensa, aunque se utilice más para el ataque) por fundamentalistas del enriquecimiento, por monopolistas del pensamiento único codiciosos de poder, con un hambre mesiánico de dirigir el destino de la humanidad toda.