Ante el trágico terremoto que sacudió las miserias ancestrales del sufrido pueblo haitiano, muchos escombros salieron a la luz: Por un lado quedó evidenciado de manera dramática la realidad de un país, saqueado, exprimido y oprimido, castigado por su heroísmo de ser el primer lugar donde se abolió la esclavitud, por sus hazañas contra el ejército de Napoleón, por su color de piel caoba, por su digna actitud de querer ser libre.

También quedó evidenciado al mundo el mentís del supuesto interés de los países poderosos para terminar con la pobreza, porque en Haití, la miseria no decrecía se aumentaba exponencialmente. Mientras las potencias discutían como cumplir su promesa de acabar con la pobreza, la naturaleza se encargaba de acabarla a su manera.

Quedó evidenciado también el valor humano de la solidaridad, de la más amplia solidaridad de los pueblos del mundo, de los propios haitianos y sin lugar a ninguna duda, del pueblo dominicano, que se lanzó barrio por barrio, calle por calle a buscar la ayuda y fluyó como un torrente, desbordando la capacidad de repartir de los encargados.
Quedó evidenciado que no hay pueblos enemigos, que no hay resquemores, que hay dos pueblos hermanos divididos por una línea construida por unos cuantos. Por los vencedores de una guerra.

Quedó evidenciado que las potencias se siguen creyendo los amos del destino de los pueblos, se creen autorizados a disponer del territorio de un país libre, a disponer de su institucionalidad, a opacar o anular a los gobiernos y sus instituciones.

Quedó bien claro ante los ojos del mundo que es posible construir una sociedad mejor, más justa y humana, con el concurso de nuestros pueblos, sin injerencia, sin traumas, sin intervenciones, sólo basta con la voluntad solidaria, franca, abierta de tanta gente buena del mundo entero.
Está demostrado entonces que es posible construir un mundo nuevo, donde la vida no sea un milagro, ni una dádiva, ni mucho menos un privilegio de unos cuantos.

Los dominicanos y dominicanas, hicimos y haremos todo cuanto nos corresponda en este tiempo de dolor y martirio del pueblo haitiano y reclamamos para ellos, para nosotros y todos los pueblos del mundo: Respeto por su soberanía, por su institucionalidad, por su independencia, pues estos principios no están en venta, ni en juego, aún y muy a pesar de los miles de cadáveres que aún están por todos lados.
“Juntos: los pueblos seguiremos soñando con el legitimo derecho a un mundo mejor.”

Miguel Gil. República Dominicana