El tan temido cierre de los balnearios sobre la costa del río Uruguay ya es un hecho. Después de registrarse 90 casos de personas con sarpullidos en la piel durante el último fin de semana, el balneario entrerriano Ñandubaysal, en Gualeguaychú, Argentina, decidió cerrar preventivamente el acceso al público.

Si bien la corporación finlandesa Botnia niega responsabilidad directa sobre el brote, el primer informe realizado por el grupo Técnico Interdisciplinario de la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú advierte que la empresa ya vertió al río 38 mil toneladas de tóxicos. La experiencia científica internacional de 30 años no deja duda alguna sobre el serio riesgo de contaminación ambiental irreversible de los ecosistemas próximos a plantas de celulosa.

Desde hace varios meses, los habitantes vienen registrando, periódicamente y con angustia, manchas de distintos colores y varios kilómetros de extensión sobre el río. Las mismas contienen gran desarrollo de algas de distinto géneros, entre ellas Cianobacterias productoras de potentes toxinas, capaces de originar intoxicaciones en el hombre y en los animales, variadas sustancias químicas de elevada toxicidad, entre ellas nonilfenol etoxilados y productos similares, provenientes de Botnia, tal como los denunció la delegación argentina en el Tribunal Internacional de La Haya, en septiembre pasado.

La violencia económica de la empresa, con la complicidad de varias autoridades políticas, viene siendo resistida de diversas formas pacíficas por la población local: en el corte del puente internacional, los manifestantes exigen la desmantelación total y definitiva de la pastera; también piden a las autoridades que cumplan con el Plan Técnico Ambiental para controlar la contaminación de la región.

Hasta el momento no se conoce ningún estudio, informe o documento de validez científica que diga explícitamente que la planta de Botnia con su volumen de producción, la tecnología usada y su ubicación geográfica, no contamine. Los informes de la Corporación Financiera Internacional (IFC, Banco Mundial) omiten toda referencia a compuestos sulfurados tóxicos, entre ellos el sulfuro de sodio o a las dioxinas y furanos generados por combustión y arrojados a la atmósfera, además de varios insumos tóxicos o peligrosos que no son reportados.

Con un volumen de producción de un millón de toneladas anuales –que la convierten en una de las plantas de celulosas más grandes del mundo–, la pastera además emite a la atmósfera material particulado, dióxido y monóxido de carbono, óxidos del nitrógeno, dióxido de azufre y compuestos orgánicos volátiles, que pueden trasladarse decenas y aún cientos de kilómetros del lugar de emisión con una carga importante de contaminantes de distinto tipos, produciendo afectaciones de diversa índole: dermatológicas, respiratorias, conjuntivales, etc.

Los vecinos de Gualeguaychú vienen quejándose por la presencia creciente de olores nauseabundos, similares a huevo podrido –característico del sulfhídrico–, pero las autoridades uruguayas y de la misma empresa afirman que los contaminantes se encuentran dentro de los “límites permitidos por Uruguay” y que dichos olores no afectan la salud. Cabe aclarar que el olor desagradable, de por sí afecta la calidad de vida y el bienestar de de la población, por lo que, técnicamente, debe considerarse como un contaminante ambiental. Ya vienen acumulándose más de 500 denuncias de intoxicaciones documentadas en pobladores de la región, producidas por este compuesto de elevada toxicidad.