Hace algunos días, mientras seguía las elecciones en USA, me vino a la memoria aquel eslogan que utilizara Bill Clinton, como un recordatorio de cuál era la cuestión prioritaria a tener en cuenta para ganar las elecciones en 1992: “Es la economía, estúpido”, fue la frase que tenía siempre a la vista. Reflexioné entonces sobre cómo, 24 años más tarde, la deteriorada situación económica de muchos trabajadores estadounidenses, había terminado de inclinar la balanza electoral para que un xenófobo como Donald Trump, derrotara a una representante del establishment como Hillary Clinton. Pero mi reflexión no se agotaba en analizar la influencia que puede tener la economía doméstica a la hora de elegir gobernantes, sino que me llevaba a reparar en lo paradojal de las democracias formales, en las que los pueblos buscan la salvación alternando a sus verdugos. Entonces me preguntaba si cada ciudadano no debiera tener también un cartelito con un eslogan, pegado en su heladera y en el espejo de su lavabo, para tener más claro y más presente cuál es el adversario a derrotar. Y no estaría mal agregar la palabra estúpido, para usarla con uno mismo, (no contra otros), como antídoto y despertador, para evitar que nuestro costado más ingenuo se deje influenciar por los manipuladores.

Es el Poder Económico, estúpido”, podría ser quizás una frase adecuada.

En esta época en la que avanzan los partidos de ultraderecha en buena parte de Europa; en la que triunfa el Brexit en Gran Bretaña y Donald Trump en USA. En un momento en el que las derechas más recalcitrantes recuperan terreno en América del Sur. Es hora de que los ciudadanos reflexionemos al buscar al responsable de nuestros males. Nuestro enemigo no es una persona, ni un grupo, ni una clase social, ni una etnia, ni una nación, sino una estructura de poder.

Parecería ser que hoy, los ideales humanistas de una Nación Humana Universal, donde las personas puedan circular libremente, se alejan cada vez más, frente al avance de la xenofobia, frente al temor de que los inmigrantes nos quiten nuestros trabajos, o atenten contra nuestras vidas. Frente a la creencia de que el desarrollo de las economías emergentes atenta contra las fuentes de trabajo de las desarrolladas. Y cuando la recesión nos deja sin empleo o sin vivienda; o cuando el odio se cobra vidas, buscamos el rostro y el nombre de los culpables. Entonces aparece el dedo acusador de los políticos oportunistas señalando al chivo expiatorio: los otros pueblos, las otras etnias, las otras razas, las otras religiones.

El mundo ya padeció el auge de los fascismos, cuando las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial, seguida de la Gran Depresión económica, abonaron el terreno para que la semilla del odio germinara con una fuerza destructora jamás vista y se desatara la Segunda Guerra. Pero si no queremos avanzar hacia una Tercera Guerra, no debemos solamente preocuparnos por el resurgimiento de la extrema derecha, sino sobre todo por la decadencia de las democracias formales, que plagadas de hipocresía, corrupción e injusticia, expulsan a la gente hacia falsas salidas.

No está de más explicar a la gente cómo las democracias formales se han convertido en verdaderas plutocracias, en las que el poder económico es el que maneja los hilos del poder real. No está de más explicar cómo la Banca siempre gana, y tanto en las crisis como en los períodos de bonanza, es el poder financiero el que siempre acumula riqueza a expensas de la economía real, cual sanguijuela silenciosa instalada en las entrañas del sistema. No está de más recordarle a la gente que mientras la crisis financiera dejaba sin empleo y sin vivienda a millones de personas, los gobiernos se ocupaban de apoyar a los bancos. Tampoco estaría de más explicar que mientras la tendencia del capitalismo globalizado sea la acumulación de riqueza en pocas manos, avanzarán la marginación, la desigualdad, y el resentimiento que termina en la guerra entre pobres. Que frente a todo esto los medios de comunicación podrán darle aire a diversas alternativas, induciendo a las más rudimentarias asociaciones por semejanza, contigüidad o contraste, para que la gente construya en sus cabezas adhesiones y rechazos, creyendo que caminan por diferentes senderos, pero desembocando todos en una misma avenida controlada por el Poder Económico. Siempre nos mostrarán las más variadas marionetas a las cuales amar u odiar, pero nunca nos mostrarán al titiritero.

“Es el Poder Económico, estúpido”; podría ser un buen eslogan que nos ayude a sintetizar las complejas explicaciones de cómo funciona el sistema, y nos evite buscar falsos enemigos entre la población.

Porque en un mundo globalizado en el que la localización de las inversiones la determinan las multinacionales según su conveniencia y voracidad, siempre habrá poblaciones empobrecidas dispuestas a trabajar por un salario miserable, y siempre habrá nuevos desocupados que creerán que fueron esas poblaciones las responsables de la pérdida de sus empleos. Mientras que si el proceso de mundialización tomara el camino de una Nación Humana Universal, en la que las poblaciones de todo el mundo se coordinaran para lograr el desarrollo conjunto, se podría avanzar hacia un equilibrio social.

Porque en un mundo en el que el Complejo Militar Industrial necesita que haya guerras para sustentarse, donde los territorios ricos en petróleo son el objetivo de las potencias armamentistas, siempre habrá invasiones, bombardeos y muertes que generen odios, y odios que generen terrorismo, y terrorismo que genere más odios y justificación de nuevas invasiones, en un círculo vicioso interminable. Y si bien está claro que no toda guerra ni todo conflicto entre pueblos se puede explicar solamente por razones económicas, también es claro que si no estuvieran los tentáculos del Poder Económico medrando en todas partes, sería mucho más factible resolver tales conflictos.

Y en un mundo con millones de marginados por un sistema económico manejado por los poderosos, y millones de desplazados por las guerras, desde luego que se incrementan las migraciones buscando un futuro mejor. Pero esos migrantes no son enemigos que vienen por nuestros trabajos, sino que son víctimas de un mismo sistema contra el cual hay que luchar. Y si bien ese sistema tiene marionetas bien visibles, como lo son los políticos xenófobos, pero también los son los neo-liberales y los socialdemócratas que en definitiva generan las condiciones en las que aparecen los primeros, no hay que arremeter sólo contra las marionetas; hay que ir más a fondo y arremeter contra el Poder Económico hasta desmantelarlo. Es una tarea muy larga y compleja, que requiere la unión y articulación de todos los que aspiramos a un mundo mejor, a una Nación Humana Universal. Pero cuando el camino es largo, hay que tener claro para donde ir, porque de lo contrario al tiempo podemos encontrarnos dando vueltas en círculo, así que no estaría de más ese recordatorio que evite confusiones. “Es el Poder Económico,…..”