Por Enrique Collado Rueda

Todo lo que está pasando puede resultar muy inquietante o muy interesante según la perspectiva con que se mire.

¿A qué me refiero? A que si se miran los acontecimientos de los últimos años -y los próximos que vendrán-, últimas horas, últimos minutos… con una mirada externa, no se entenderá nada porque aparecerán extraños e inconexos, lo que llevará a una visión negativa del futuro y a cierta desestructuración interna del que adopta esa particular mirada.

Si se adopta una mirada interna, sin embargo, la aparente incoherencia de los acontecimientos comienza a mostrar el hilo invisible que los liga.

Pongamos un ejemplo: ¿qué tiene que ver la candidatura de Donald Trump, los recientes acontecimientos en España, la presidencia de Rodrigo Duterte en Filipinas, el ascenso de la extrema derecha en Europa, la «crisis» de refugiados en esa misma Europa, el 15M y movimientos afines, el auge de nuevos partidos, filosofías, espiritualidades, religiones…, los cambios de un signo y otro en América Latina, el auge de los nacionalismos, etc., etc., etc.?

Desde una mirada externa, nada. Desde una mirada interna, todo.

Desde esta última, se verá como el nacimiento de algo nuevo que quiere expresarse y la consiguiente resistencia por la añoranza de lo que se está yendo o por el temor a lo que vendrá.

Soy plenamente consciente de que hago reduccionismo y que la vida, por definición, no es reducible pero alego en defensa de este punto de vista que presentar las cosas gráficamente, preguntar-preguntarnos e ir un poco más allá de la verdad comúnmente aceptada puede ayudar a desvelar las apariencias y explorar otras perspectivas.

Así, pues, ¡he aquí mis preguntas!: ¿No será que, como tantas veces en la historia, el ser humano se encuentra en una encrucijada del camino? ¿No será que estamos sumidos en una crisis y que, como en toda crisis, nos da vértigo el cambio porque nos desestabiliza e incluso nos aterra la incertidumbre? ¿No será que se nos abren varias posibilidades y no sabemos para dónde tirar? ¿No será que mientras unos buscan la respuesta volviendo la mirada hacia atrás porque les da miedo lo por venir, otros anhelan lo nuevo porque sus casas hace tiempo «se incendiaron» y sienten que ya no hay marcha atrás? ¿No será que, como en todo cambio, algo tiene que morir para que pueda despegarse lo nuevo?

Pero sucede, y aquí la confusión, que inevitablemente se dan palos de ciego por la sencilla razón de que no hay camino trillado sino que, como dijo el poeta, «se hace camino al andar» y porque, ¡ay!, la historia avanza con dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás.

Podemos aventurar que la crisis será generalizada y no se detendrá en un partido o un país sino que más bien se extenderá y saltará a otros partidos y países, así como a instituciones sociales, religiosas…

¿Por qué? Porque con toda probabilidad nos encontramos en el centro de una crisis sin precedentes. Antaño, históricamente, cuando una civilización «caía» otra tomaba su relevo; hoy en día al vivir en un mundo globalizado todo está interconectado y no hay una civilización al lado que lo pueda hacer.

¿No será entonces que estamos ante una crisis de crecimiento y que la respuesta está en el interior del ser humano? En poco tiempo ya no será posible mirar para otro lado.

La vestimenta que nos trajo hasta aquí nos queda pequeña y tal vez necesitamos otra más holgada sin perder tiempo en remiendos y zurcidos y, mucho menos, añorar nuestra infancia, ya que en realidad lo que necesitamos es otro traje.

Entre tanto la ley de «la superación de lo viejo por lo nuevo» irá haciendo su efecto y los «elementos» más interesantes y progresivos pasarán a la siguiente etapa.

Una nueva sensibilidad se está desplegando y se manifiesta, con sus aciertos y errores, buscando nuevos caminos más posibilitarios para tod@s las personas, no para unas pocas.

Ojalá que esos nuevos caminos tengan el sabor de la inclusión, la cooperación y el entusiasmo.

Ojalá el ser humano actual se encuentre más pronto que tarde con el futuro ser humano.

Seamos optimistas. Al fin y al cabo somos una especie joven. Sólo llevamos unos dos millones de años sobre la Tierra.