La imagen positiva que tenía el gobierno nacional al asumir la presidencia, según varias encuestas, viene en franca caída, tarifazo y despidos mediante, son muchos los argentinos que están descontentos y salen a manifestarlo. Y si tienen posibilidad de decírselo al mismisimo Mauricio Macri que el rumbo que lleva su gobierno los excluye, no la pierden. Así hemos visto como en más de una oportunidad se lo ha increpado en actos públicos. Pero para el gobierno, esos escraches son organizados por ordas que quieren desestabilizar. Y allí aparece la excusa perfecta, crea un enemigo, cual tigre de papel, para sostener su estrategia de gobernabilidad.
 
En un país semicoloníal, cuando gobierna la oligarquía, la democracia pasa a ser una cuestión formal, donde la política queda circunscrita solamente a la cuestión electoral. Para estos sectores oligárquicos el “exceso de democracia” debe ser contenido, lease, reprimido, ya que la única participación política que aprueban para el pueblo es la que se da a través de las urnas, en el mejor de los casos. Cualquier otra manifestación política será deslegitimada. Ellos tienen con qué.
 
En ésta linea vemos que no fueron casuales las declaraciones del presidente Mauricio Macri cuando exigió a los trabajadores, en un acto en La Matanza, en la fábrica de gaseosas Manaos, “no poner palos en la rueda”. Aquel que lo haga será considerado, como tituló en portada el diario La Prensa: subversivo.
 
En la nota anterior señalábamos que para que haya un ejercicio efectivo del poder, el gobierno debe construir una “verdad”, un relato que sustente la razón de sus acciones. De allí las operaciones de construir la imagen de la corrupción asociada a la figura de la ex-mandataria Cristina Fernández de Kirchner y la instauración de la verdad primera: los discursos de la “pesada herencia”. Y marcábamos que el efecto de verdad a instalar era la de que el pueblo argentino sintiera vergüenza de haber apoyado los doce años de kirchnerismo. En ésta verdad primera está la posibilidad de que efectivamente se destruya la estructura social que edificó el gobierno de la década ganada.
 
Pero con ello no basta. Sino que además deben continuar construyendo verdades que posibiliten la gobernabilidad. Una de las formas más antiguas y más efectivas, es la de construir la figura del enemigo. El nazismo encontró su chivo expiatorio en el pueblo judío; la dictadura Cívico-Militar, en las organizaciones armadas.
 
En la construcción del enemigo el gobierno busca generar una verdad, la cual se sustenta sobre la imagen de la supuesta vocación antidemocrática de los movimientos nacionales y populares, que se apoyan en las masas para avanzar contra los representantes de la libertad; y en nuestro caso, contra un gobierno legítimamente electo a través de los votos. Ese enemigo es sin duda residuo de la “pesada herencia” y su jefa es la ex mandataria Cristina Fernández de Kirchner. Es decir, el kichnerismo es la asociación ilícita que impide la gobernabilidad.
 
La construcción de ésta figura desestabilizadora se torna sencilla cuando se dispone del conjunto de los poderes del Estado y los medios hegemónicos-oligárquicos para efectivizarla. Es una operación doble, por un lado deslegitima el reclamo social, y por el otro legitima la acción represiva. A fin de instalar esta idea fuerza el rol de los medios es fundamental ya que ellos imponen la agenda y orquestan los discursos a fin de darle sentido y coherencia a las acciones de gobierno.
 
En una reciente editorial del diario La Nación titulada “Espionaje fuera de control”, Joaquín Morales Solá alimentó la imagen desestabilizadora de la ex presidenta cuando afirmó que “es Cristina Kirchner la jefa de la estrategia de colocarle a Macri un helicóptero en la Casa de Gobierno para que se vaya del poder”.
 
Vale aclarar, para no caer en subestimaciones, los medios no dicen como uno debe pensar, su papel consiste meramente en señalar los temas sobre los cuales hay que pensar, y del resto de la operación se encargan los agentes al servicio del proyecto de gobierno: periodistas, jueces, opinólogos, grandes empresarios y demás “mediadores de la opinión pública”. De ese modo convirtieron en delincuentes a los abuelos que fueron reprimidos el pasado 16 de agosto sobre el Puente Pueyrredón.
 
Así han justificado la utilización de las herramientas represivas del Estado para resolver el reclamo de las organizaciones sociales que el pasado 24 de agosto se manifestaban cortando un tramo de la autopista Buenos Aires – La Plata. Allí la Gendarmería avanzó sobre los manifestantes minutos antes de que se desconcentraran.
 
El enemigo genera efecto de verdad, la cual supone que es realmente ese enemigo el que no permite a la sociedad vivir en paz y que busca terminar con el gobierno democráticamente electo. Está idea es la que sustenta la persecución política hacia cualquiera que se oponga a las políticas de gobierno. Ante la presencia de un enemigo el mensaje es claro, cualquiera que se oponga al gobierno será perseguido/encerrado.
 
En ésta gramática de construir la imagen de delincuente a todo opositor político la intervención del Estado debe no aparecer, por el contrario, su acción debe ser el resultado de una solicitud, la de la población que quiere ver preso a todo aquel que delinque. Entonces allí se justifica la represión, porque en su concepción de seguridad todo aquel que corta calles, marcha contra el gobierno, u opina en contra, pasa a ser un enemigo potencial del Estado, y por tanto de la población toda.
 
Esta histórica matriz de construcción política ejercida por las clases dominantes de nuestro país, debe ser necesariamente pensada en conjunto con los objetivos económicos que propone el actual gobierno. Estigmatizar a los trabajadores y a los sectores sociales excluidos es el primer paso necesario de cara a la intención de contar con una mano de obra barata que permita al gran empresariado recomponer su tasa de ganancia. Para eso es imprescindible domesticar al movimiento obrero y las organizaciones sociales, construyendo a esa otredad como salvaje y amenazante.
 
Estar atento a estas trampas discursivas se torna necesario si queremos evitar que la restauración liberal se imponga sobre nuestro pueblo.