Carta sin respuesta a la ministra de Educación

(publicada en lepoint.fr)

Isbergues, 16 de marzo de 2016

Señora Ministra,

En septiembre de 2016 franquearé las puertas de mi aula por el vigésimo quinto año consecutivo…

Hubiese sido un lindo aniversario, ¿no es cierto?

Veinticinco años al servicio de mis alumnos, latinistas, en su mayor parte…

Sí, soy profesora de letras clásicas…

En fin, lo era…

Había previsto un inicio de clases con alegría como lo hago desde hace 25 años…

Mi profesión, una vocación, una pasión…

Pero eso, eso era antes…

Antes de que usted decidiera esta reforma abyecta del colegio y la muerte programada de mi docencia.

A usted, que lleva a cabo esta reforma y la defiende, a usted que pregona el éxito para todos y declara el fin del elitismo en nombre de la igualdad para todos, a usted que debe defender los valores de la República, quiero contarle la historia de una niña de la Escuela de la República, quiero contarle la historia de 25 años de carrera al servicio de esta Escuela de la República.

Quiero contar mi historia y mi vocación, esa que usted está destruyendo.

Bisnieta de una empleada doméstica que no sabía leer ni escribir, nieta de empleada de limpieza, fui educada en la escuela del coraje, del esfuerzo y del trabajo.

No sabría decirle cuántas veces escuché a mis padres decirme, a mí y a mi hermano menor: “En la escuela hay que estudiar, si estudian van a tener éxito y podrán tener una situación mejor que la nuestra y la de sus abuelos. Estudien niños, aprendan, lean, esa será vuestra única y verdadera riqueza”.

Fui educada en la escuela del ejemplo: el de mis padres que, de simple obrera textil y obrero de la construcción, terminaron sus carreras como secretaria médica y técnico en electrotecnia.

Hubo una época en que hacíamos juntos los deberes en casa, los niños por un lado y los padres por el otro. Entonces yo seguí el ejemplo de ellos, por respeto, por admiración, por deber.

Trabajé en la escuela, amé la escuela, también me aburrí y hasta algunas veces la detesté, y parece que un día, cuando volvía de clases y aún estaba en pre-jardín de infantes, les dije a mis padres: “Cuando sea grande voy a ser maestra…”

Esta vocación, porque sin duda que lo es, me siguió a lo largo de todos mis estudios.

Me beneficié con lo que usted, señora Ministra, y como todos los que la precedieron, llama el ascensor social.

Yo, una niña del pueblo, elegí hacer lo que se llamaba en esa época un “bac B” (Bachillerato B) con todas las opciones que tuve el “derecho” de presentar: latín, ciencias naturales y música…

Llegaba al liceo a las 8 y me iba a las 17.30, cinco días a la semana, con una pausa de mediodía que no existía porque, ya en esa época, el latín y las opciones se daban en horas incongruentes…

Pero tenía el “derecho” de seguirlas, esas famosas opciones elitistas.

Yo, una niña del pueblo, no contaba mis horas de docencia, no me morí por ese empleo sobrecargado del tiempo, al contrario, me nutrí en la Escuela de la República, bebí de la fuente, sacié mi sed de conocimientos y de saberes, de autores clásicos y de humanidades; de todo lo que hace de mí lo que soy hoy.

De todo lo que yo, una niña del pueblo, no podía esperar de mi casa, de todo lo que mis padres querían ofrecerles a sus hijos.

Tuve el “derecho” porque trabajé con ardor en esto de mantener una búsqueda de excelencia, de conocimientos y de saberes en clase preparatoria de letras en una época en que no existía ninguna cuota-espacio para los hijos de obreros o de las poblaciones obreras.

Merecí este derecho sencillamente por mi trabajo y mi dedicación.

Mi recorrido siguió en la universidad con una licencia y maestría en letras clásicas hasta el momento más esperado de mi primer puesto en letras clásicas en el colegio, hará pronto 25 años de aquello.

Abrí la puerta de mi primera aula de clase con una voluntad casi única: devolver a la Escuela de la República lo que me había dado, ofrecer a cada alumno que pase por mi clase lo que tantos profesores me habían dado, ofrecer a cada niño con qué alimentarse, nutrirse, saciar su sed de saberes, de conocimientos, de referencias, de valores…

Lo hice durante largo tiempo y lo sigo haciendo…

Creí en eso durante largo tiempo, y ya no creo…

Ya no creo porque ese recorrido, señora Ministra, que no es algo excepcional y que conocieron y aún conocen muchos alumnos, ese recorrido, que por lo menos en parte fue también el suyo, usted ha decidido que ya no sea posible.

Matará todos los recorridos de excepción que ofrecía la Escuela de la República en nombre de una igualdad igualitarista, porque no quiere entender que para ser equitativa, la Escuela no debe proponer lo mismo a todos los niños, porque aunque todos los niños se parezcan entre ellos, no hay uno solo que tenga la misma necesidad que su vecino.

Me hace desaparecer no porque haga desaparecer mi materia, me hace desaparecer porque hace desaparecer todo aquello en lo que creo, todo por lo cual soy profesora desde hace 25 años.

La acuso, junto a tantos otros que la precedieron, de ser responsable y culpable de hundir a nuestra juventud en la desesperanza. La acuso de prohibirles a mis próximos alumnos todas las riquezas de las que se beneficiaron las generaciones anteriores.

La acuso de privar a mis niños más pequeños de la Escuela de la exigencia y de la excelencia a las que yo, una niña del pueblo, tuve derecho y, por eso mismo, de ser responsable de su ¡futura incultura!

¿Y si tuvieran necesidad de Acompañamiento Personalizado además de sus horas curriculares?

Peor para ellos, las tendrán, pero en el lugar y a cambio de sus horas de clases.

¿Y si quisieran seguir una verdadera enseñanza de latín?

¡No tendrán derecho!

¿Y si, ya en 4°, tuvieran ganas de perfeccionar su inglés y de ser bilingües al terminar el liceo, así como su hermana mayor?

Nada de eso, ¡no existe más!

Se las arreglarán para lograr su curso de inglés en la clase común.

¿Y si quisieran descubrir las profesiones y los estudios que les gustaría seguir después de 3° porque la enseñanza general no los motiva?

Podrían solicitar una opción DP3.

¡Pero eso era antes!

¿Cuántos padres podrán agregar la escuela en la casa para paliar las carencias de la Escuela?

¿Cuántos padres tendrán los medios para ofrecer clases particulares a sus hijos para que puedan continuar teniendo acceso a los saberes y a los conocimientos?

¿Es esa su concepción de la igualdad para todos?

¡No es la mía!

Y sé por qué lo digo: mis padres, con la mejor voluntad del mundo, jamás podrían haber reemplazado la Escuela en caso que no hubiera sido de calidad.

Por el contrario, confiaban en ella y tenían razón…

Sin duda, soy de esas últimas generaciones que no sacrificaron.

Hoy, acabo de recibir mis horarios para el año próximo…

El año próximo, señora Ministra, gracias a esta reforma que usted defiende tan bien, debería enseñar 21 horas por semana: 16 horas de latín, las únicas que sobrevivirán a la reforma (sobre las 26 que existían hasta el presente) y 5 horas de francés, es decir, 21 horas de presencia en aula, 4 niveles de clases diferentes, 4 programas nuevos para preparar contra un tiempo pleno en latín este año sobre dos niveles…

Qué reconocimiento a mi profesión, ¿no es cierto?

¿Y de mi inversión?

Su directora general de Educación, la señora Florence Robine, ya respondió a eso: “Los profes tendrán sus vacaciones para prepararse, no tienen necesidad de manuales, todo está en Internet”.

Usted dice que quiere promover el latín para todos…

¡Ya existía, y mucho antes que llegara usted!

Lo interdisciplinario, señora Ministra, ¡hace 25 años que vengo practicándolo!

¡Mis cursos no están hechos solo de declinaciones y de gramática que aburren a mis alumnos!

¿Tan poco hay que conocer mi profesión y despreciarme así?

¿Es necesario despreciarme tanto como para decirme en formación que mi “posición monolítica de oponente a la reforma es válida solo porque soy susceptible de perder mi puesto y que hay que tenerme compasión hasta el mes de junio”?

¿Es necesario despreciar tanto nuestra lengua y los alumnos como para hacerme saber, siempre en formación, que el año próximo, sería juicioso que en la copia tolere ciertas faltas de ortografía porque dan la “sensación correcta”?

¿Es necesario despreciar tanto la profesión de profesor o desconocerla a tal punto como para permitir que se diga que “el educador ya no transmite los conocimientos vinculados con su disciplina, ayuda al alumno a construir las competencias que harán de él un buen ciudadano europeo”?

Si, temo que siga despreciándome, que con su silencio una vez más me desprecie, que sus próximas intervenciones mediáticas sean nada más que desprecio…

Sin embargo, señora Ministra, si se tomara el trabajo de entenderme, si se tomara el trabajo de escuchar la desesperanza y el grito de corazón del llamado que se le hace, encontraría mucho más que simples “ruidos cloacales”, encontraría el respeto que tengo por mis alumnos, encontraría el respeto que tengo por mi trabajo, encontraría la pasión que me anima cada vez que cruzo el umbral de mi aula, encontraría ese amor que recibo de mis alumnos y que estoy perdiendo de mi profesión…

Y si se diera el trabajo de entender y de escuchar al 80 % de los profesores que hoy se oponen a esta reforma, a la de los ritmos escolares y a la del liceo, estaría escuchando a mujeres y hombres de convicción, mujeres y hombres de propuestas, mujeres y hombres convencidos de que nuestra Escuela está enferma por su refundación y por las reformas que se suceden, mujeres y hombres dispuestos a obrar largos años todavía por Reinstituir la Escuela al servicio de todos los niños de la República.

Siga despreciándonos, señora Ministra, y pronto escuchará el sonido de nuestra ira, escuchará el rugido de nuestra desesperanza, porque no hay nada peor que no ser escuchado cuando otros lo son.

Aspiro a que llegue el día en que podré nuevamente dirigirme a mi ministro de tutela, con todo el respeto que le es debido, aspiro a que llegue el día en que mi ministro de tutela tendrá por mi, profesora, el respeto que yo tengo por mis alumnos.

Aspiro a que llegue el día en que mi ministro de tutela tendrá por mis alumnos todo el respeto que se merecen.

Aspiro a que llegue el día en que mi ministro de tutela sabrá reinstituir la Escuela de la República.

Solo entonces mi mayor consideración y mis saludos distinguidos serán sinceros, solo entonces volverá la confianza.

Sin más, reciba, señora Ministra, mis respetuosos saludos, solamente como una formalidad.

Isabelle Dignocourt

Profesora certificada de letras clásicas

El artículo original se puede leer aquí