Por La Garganta Poderosa

¿Saben qué pasa? A lo mejor ustedes no lo hayan visto, seguro, seguro no hayan visto cuando el tipo levantaba el índice, como si fuera un pico, mientras esa garganta poderosa mediaba la puja entre las venas del cuello y su propia piel. Prepotente, una abanderada convicción le izaba la sangre hasta el corazón, enrojeciéndole la nariz, calentándole los cachetes y encendiendo esa pelada minada por las únicas canas que no pudo derrotar, una plataforma de ideas que ningún terrateniente logró colonizar, ni maquillar para televisión, ni condenar a la sojización.

Claro, amigos, ¡ustedes no lo vieron! No lo vieron parar de pecho un patrullero, ni tumbarlo, como inventaron para poder enjaularlo, pero tampoco lo vieron dar vuelta a la mafia uniformada del Chaco, con sus propias manos. ¿Qué no? Los paró, los detuvo, lo hizo dar marcha atrás y los volcó a fuerza de grito, para que tuvieran bien clarito que ningún corralito nos podría domesticar, porque la sangre de Darío tarde o temprano los iba a ahogar.

Y sí, la televisión trasmite todas las mañanas, todas las tardes, todas las noches, pero si no tiene tiempo para las marchas masivas del movimiento estudiantil en su Buenos Aires tan excesivamente querido, ¡menos que menos para semejante atrevido! Ya debatimos los números de baile, los promedios del descenso, los puntos de rating o los porcentajes de sus encuestadoras, pero bueh, todo no se puede. No podemos detenernos también ante la impronta intempestiva, propositiva y educativa del maestro que impulsó un modelo de educación participativa, para llevar la tasa de deserción escolar del 50% al 1%, ni ante las escuelas del barrio Mate Cosido que cerraron sus puertas para decirle gracias al padre que las fecundó. Boludeces, no.

Ojo, tal vez puede ser que tanta luz y tanta acción no hayan tenido tannnta cámara, porque si bien era un tipo de principios, de desarrollos y de finales, no era la clase de cibernauta capaz de compartir muchas veces la foto del niño sirio. A él, más bien le gustaba compartir la foto de sus asesinos, por una cuestión de buen gusto. Gente lista, exportando seres humanos. Gente de mierda, con títulos en inglés. Sus gritos tenían dos manos, una izquierda y otra izquierda al revés.

Pero cómo lo van a saber, ¡cómo mierda lo van a saber! Por suerte para la muerte, el servicio de comunicación audiovisual aún vela por nuestro derecho a la estética comercial y este hombre, hay que decirlo, parecía gordo. Parecía, por la pronunciada elongación de su chomba, por la abrupta frontera del cinturón y porque justo ahí cargaba un baúl abdominal relleno de sueños, de tizas, de aguante y de palos que se comió por ahí, burlando la ingesta calórica de tantos funcionarios, que jamás en su vida morfaron en los comedores comunitarios. Una barriga con autoridad, siempre saturada de proyectos irregulares, esas ideas que surgen en las entrañas populares, en las ollas barriales, en las manifestaciones gremiales, en las movilizaciones antiprotocolares. Gordo, como Soriano. Gordo, como Hemingway. Gordo, como el mar. Gordo… ¡Cómo te vamos a extrañar!

Ni fotogénico como el Che, ni mercenario como Lanata, el viejo no llegó a comprar el manual de Durán Barba, ni el libro de Vicky Xipolitakis, para entender la lógica mediática de la pelotudez catedrática. Y en parte se lo tiene merecido, por no haber sabido administrar el tiempo: uno no puede andar por la vida gritando, ni poniéndole voz a la ruta 11, ni criando hijos con ojos abiertos, ni enalteciendo a su madre, ni educando otros padres, ni aprendiendo de sus niños, mientras todo el país trabaja para inaugurar otra fachada de Metrobus o para rebalsar esta economía que finalmente se ha derramado: el viejo sabia que se derramaría para ese lado. Y sí, decimos viejo, para no dejarnos llevar por las ganas de llamarlo pendejo, porque el paso de los años no siempre explica que maduraste: a veces, sólo implica que te cansaste. Y no, el Viejo maduró, nunca se afeitó y hasta algunos creen que falleció. Ahora, cansarse lo que se dice cansarse, todavía no se cansó.

Bueno, pero gente solidaria hay mucha, eh. Capaz no tanto los días que se vota, pero si recuerdan a esos empresarios que aportaban desinteresadamente 50 mil pesos para una cena de campaña, tan sólo para ayudar al candidato que ahora les ofrece desinteresadamente los ministerios, los fondos públicos y los cargos que multiplican esa inversión original, de seguro notarán que estamos rodeados de personas honestas, dispuestas a multiplicar la riqueza que han heredado, para poder enseñarnos la inutilidad del Estado. Y este chabón mentía, eso sí, cuando jugaba al truco mentía descaradamente. Quizás no cuando honraba el presente, ni cuando agitaba al gremio docente, ni cuando el INADI destacaba su coherencia, ni cuando reclamaba la Segunda Independencia, ni cuando resistía con el Movimiento Territorial de Liberación, ni cuando todo pintaba mal, ni cuando abrazaba una escuela de gestión social, para todos sus hermanos. La llamó “Héroes Latinoamericanos”.

Un poco, apenitas, un cachito de ganas de compartir un mate y un pan, ¿no les dan? Pues deberán ir a buscarlo marcha atrás, porque ahora no está más: el 20 de julio nos dejó, un traidor Día del Amigo se lo llevó. Bah, eso dicen los medios chaqueños, que no son tan independientes y creíbles como los porteños… Todos, todas, todes, publicaron ese accidente vial, pero su fallecimiento tampoco alcanzó a la prensa restringida, porque su muerte fue opacada por su propia vida. Por eso, por esa, hoy vinimos todos hasta su tierra, para volvernos su eco en el foro federal, con las cuerdas barriales de cada asamblea provincial. Pero también para esto, para ejercer la ley de medios por mano propia, puesto que tristemente no hay espacio en la caja pelotuda para la primicia de una tremenda joya perdida: hoy hacemos noticia, su multitudinaria despedida.

Y acá estamos, mojando la pluma en la rabia, para gritar con todas nuestras gargantas que Fito Molodezky vivió y vivirá por siempre, aunque la tele nunca lo viera, en el fondo del Mate Cosido.

No queríamos que nadie muriera, sin haberlo conocido.