Por Aurélie Aimé para INREES

¿Cuál es esa extraña experiencia desconocida pero que, sin embargo, parece tocarnos a muchos de nosotros?

La noche negra del alma es una experiencia poco conocida, pero que sin embargo habría abarcado a muchos, a juzgar por los testimonios de incontables relatos. Se caracteriza por una pérdida profunda de sentido en la vida y de nuestras creencias, una suerte de “depresión” del alma que toca de lleno el núcleo de nuestros temores más profundos y prepara para una verdadera transformación interior. Muere el ego y se despierta el yo verdadero…

Este sentimiento de desolación espiritual ha sido extensamente relatado a través de los siglos. En las escuelas de misterios del Antiguo Egipto se intentaba crearlo artificialmente para tratar de lograr un despertar acelerado. Encerrado en un sarcófago, el sujeto experimentador se confrontaba con sus miedos íntimos: la oscuridad, la soledad, la muerte. Después de algunos días, se abría el sarcófago. Los que sobrevivían habían logrado la iniciación. En la mitología se encuentran otros relatos semejantes, a veces llamados “viaje al final de la noche” o también “descenso a los infiernos”.

El primero que utilizó la expresión mística fue Juan de la Cruz, en el siglo XVI, en su obra Noche oscura. Las narraciones de noches negras tienen numerosos denominadores comunes. Se trata muchas veces de personas en el camino del desarrollo personal o de la espiritualidad y que creen haber encontrado una forma de verdad, de serenidad. Como dice Juan de la Cruz: “Así como las cosas divinas son en sí más claras y manifiestas, más oscuras y ocultas son naturalmente para el alma. Igual que con la luz natural: mientras más clara, más encandila y oscurece la pupila de la lechuza; mientras más queremos fijar la vista en el sol, más encandilamos la potencia visual y la privamos de la luz (…). Asimismo, cuando esta luz divina de la contemplación baña el alma que aún no está completamente esclarecida, produce en ella tinieblas espirituales”.

Tenía la sensación de haber alcanzado el despertar…

Así como la imagen de los primeros rayos del sol que empiezan a calentar la tierra y ahuyentan la penumbra, la noche negra del alma crea una dinámica, un movimiento de vida, genera un cambio profundo. Para Fanny, una consultora en web marketing de 28 años de edad, “comenzó después de un episodio extremadamente fuerte, cuando tuve la sensación de haber alcanzado el despertar y de haber encontrado mi lugar. Luego esa sensación se desvaneció. Y reaparecieron todos mis miedos. Pensé que estaría así toda mi vida, con una tristeza, una ira omnipresente. Me desinteresé de mi camino espiritual. Me dio la impresión de que todo lo que había aprendido no tenía sentido.

En el transcurso de la noche negra, las personas se dan cuenta y sienten en sus cuerpos que todo lo que creían saber y que había sido fabricado mentalmente, es erróneo. Sin preámbulos, todo se derrumba. La aparente paz es sustituida por una depresión profunda, una sensación de vacío que ninguna actividad puede llenar, que ninguna lectura o sesión de análisis logra aliviar. Para Eckhart Tolle, que cuenta su experiencia de noche negra en su sitio web, este sentimiento tiene un sentido preciso, el regreso “a un estado de ignorancia en el que las cosas pierden la significación que se les había dado, que esta era solo condicional, cultural, etc. Entonces se puede mirar al mundo sin imponer un marco de significación construido por la mente (…). Es por esto que es tan angustiante cuando sucede efectivamente, no así cuando se adopta en forma consciente”.

Thierry Pasquier, doctor en farmacia, vivió esta travesía durante 23 años. En su trigésimo tercer año, siendo el dueño de un restaurante vegetariano, creador de una eco-aldea y profesor de Kundalini Yoga, su mundo colapsa. Su automóvil deja de funcionar, sus dos gatos mueren, su mujer lo abandona y se lleva uno de sus hijos y su casa queda reducida a cenizas por un incendio. Poco más adelante comprende que está atravesando una oscura noche del alma. Según él, vendría a ser el resultado de “un rompimiento que hacemos entre nuestros viejos hábitos celulares y otro estado de ánimo luminoso cuya intensidad aún no aceptamos”.

En cuanto a la noche negra, la oscuridad puede revelarse del interior, sin que obligadamente tenga que tener una causa exterior conocida, como en el caso de Thierry. Nos confrontamos brutalmente con las raíces de nuestros viejos fardos emocionales, con nuestros miedos más profundos, algunos que ni siquiera teníamos identificados. Mientras que no nos encontremos frente a frente con nuestros temores, la mente da vueltas en círculo, se fortalece el ego, un concepto intelectual suplanta al otro pero la experiencia del cuerpo realmente no integra ninguno.

Felizmente este período iniciático dura solo un tiempo.

Los miedos a los que nos vemos confrontados, muy íntimos, son a menudo bastante superiores a todo lo que habíamos conocido, al límite de lo soportable. En tanto no nos identifiquemos con ellos, el juego del ego se mantiene y los miedos se alimentan. Thierry Pasquier cuenta cómo desbarató este círculo pernicioso: “Para mí lo mejor que podía hacer era soltar el sufrimiento, lo que estaba allí presente. Solo observar el sufrimiento, sin ponerle una tapa, ni hacerlo hervir poniendo la olla sobre el fuego mental típico: “no sirvo para nada, doy vueltas en redondo, no llegaré a nada, desperdicié mi vida, a pesar de mis esfuerzos no cambio, etc.” Simplemente dejar que el cuerpo llore, todo el tiempo que sea, una hora, un día, una semana”. Así nos desidentificamos de nuestro sufrimiento, vemos cómo surge nuestro verdadero yo, nuestra alma. Recuperamos el poder que le habíamos dado a nuestro temor. Igual como en un proceso de duelo –el de nuestro ego negativo-, la negación y después la depresión dan paso a la aceptación.

Felizmente, este período iniciático no dura más que un tiempo. Cuenta Fanny: “Empecé a salir el día en que toqué fondo. Era el día de mi cumpleaños, pasé todo el día tirada en el sillón, los ojos en la nada. Después de más de dos años en ese estado, no podía más. Comprendí que debía dejarme ir, ya no había nada más que hacer. Y a la mañana siguiente me sentí mucho mejor”.

De acuerdo a los relatos, con frecuencia la forma en que se pone fin a una noche oscura del alma es la misma. Vivimos como propio lo que se suele relatar en las enseñanzas espirituales o en los relatos del despertar: en cuanto soltamos, nos damos cuenta de la volatilidad de los pensamientos y de las emociones. Eckhart Tolle explica: “(las personas) despiertan a algo más profundo que ya no se basa en conceptos de la cabeza: un sentimiento más profundo de propósito o de conexión con una vida más grande que ya no depende de las explicaciones, ni de nada conceptual”.

A medida que los temores más profundos desaparecen y que los juegos de la mente se aplacan, experimentamos un gran agradecimiento, una sensación de liberación muy potente.

Enseguida, aun cuando hayan caído pedazos enteros de creencias, el aprendizaje no ha terminado. Pero nuestra mirada de los juegos del ego ha cambiado y las lecciones de vida parecen ser más directas, más rápidas de integrar. No nos dejamos atrapar tanto por las olas. Un espacio de serenidad se ha abierto y podemos seguir nutriéndolo.

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