Desde hace algunos años Alemania se está interesando más profundamente por un tema, setenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Mientras que ya a finales de los noventa se hablaba de los niños de la guerra, aquellos gobernados por el largo silencio, la represión de experiencias dolorosas o conductas de culpabilidad, la población aceptaba la transmisión del trauma de los niños de la guerra a sus hijos, los nietos de la guerra. Este acontecimiento no sólo fue importante por el hecho de que cada uno podía ahondar en sus problemas personales y su historia familiar, sino también para conciliar y hacer madurar a las personas que entienden lo que la angustia, la persecución y la violencia causan a través de las generaciones y, por tanto, para utilizar lo aprendido en ofrecer hoy día protección y ayuda a refugiados y víctimas de la violencia.

En los años ochenta y noventa, nos empapamos de documentales que trataban al detalle todos los aspectos del nazismo y los horrores del Tercer Reich. Se realizaron entrevistas a expertos, testigos de la época hablaron y se mostraron vídeos. Fue una fase necesaria para superar el pasado, pero muy académica; ahora es el momento oportuno de pasar a una nueva etapa. La generación de autores murió, y los niños de la generación de la guerra son ahora ancianos que prefieren, en su mayoría, realizar un balance de sus experiencias pasadas. También los nietos de la guerra, aquellos que tienen entre 35 y 50 años de edad, empiezan a interesarse por las causas de sus problemas y los antecedentes familiares de sus padres. No es de extrañar, por tanto, que este tema surja ahora y sea una oportunidad para muchos de acerarse al ayer de sus familias.

Se ha investigado y escrito mucho sobre las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, especialmente sobre los supervivientes del Holocausto y el sufrimiento de las siguientes generaciones bajo los recuerdos extremadamente traumáticos de sus abuelos. Cuando hablamos de los niños de la guerra alemanes no hacemos referencia a los supervivientes de campos de concentración. Sin embargo, también ellos han pasado por experiencias terribles, sin tener culpa alguna, en las huidas o en las noches de bombardeos. Han sufrido pérdidas, enfermedades, muertes, hambre y han vivido casos de violencia extrema.

Sin embargo, el estudio de las consecuencias de estas experiencias en los niños y las generaciones futuras ha sido durante mucho tiempo un tabú. Por un lado, porque se temía que pudiera ser visto como una reducción de la valoración del sufrimiento de las víctimas del nacionalsocialismo, pero también porque los sentimientos de vergüenza y culpa dentro de la familia se mantuvieron en secreto. Es lo que se esperaba de la generación de los niños de la guerra, aquellos nacidos entre los años 1930 y 1945, que olvidaran rápidamente los terribles acontecimientos.

Hoy conocemos más y sabemos que la experiencia de la desestabilización y el fracaso, la sensación de desamparo y soledad llevan a los niños a tener trastornos psicológicos dramáticos en su edad adulta. Mientras más jóvenes sean, más graves son estos. Muchos niños de la guerra han sufrido durante toda su vida ansiedad, depresión, una continua sensación de abandono, miedo a la existencia y a la pérdida, alcoholismo y otras adicciones, a menudo sin saber de dónde provienen estos problemas.

Sabine Bode, la autora del libro La generación olvidada afirma, que no es nuevo que los niños sean los que más sufren la violencia colectiva, sino el hecho de que toda una generación que ha tenido una experiencia dramática no se sienta mal de haberla experimentado porque no tiene acceso emocional a ella.

Es obvio que no eran las mejores condiciones para criar a los niños. Los nietos de la guerra así lo describen. Sus padres no han estado nunca accesibles para ellos emocionalmente, realmente nunca han estado ahí. Siempre han estado perdidos en sus pensamientos y ocupados en ellos mismos. Lo han compensado con consumo y mucho trabajo. Además, los niños que han crecido en una situación inestable han asumido a menudo el papel de los padres, sintiéndose responsables del ambiente que se respiraba en casa e intentando ayudar a solucionar algo que ni sabían qué era ni entendían de dónde venía. Hasta la edad adulta los padres exigían su cuidado por parte de los hijos y estos no podían alejarse frecuentemente de la casa de sus padres sin tener un sentimiento de culpabilidad. Sobre el pasado no se hablaba pero para muchos estaba presente. La guerra no fue nunca un tema a tratar y cuando se hacía, se hacía de una manera muy vaga e impersonal.

Estos padres no han podido ofrecerles a sus hijos un apoyo ni una orientación como padres, los niños han sido criados con frases vacías: «Vosotros lo tenéis mucho mejor que nosotros», «A vosotros os va realmente bien». En consecuencia, la generación de los nietos lo ha tenido difícil para afrontar y encontrar un sentido a sus vidas. Muchos todavía se sienten desorientados y sufren desde sobreexigencia, pobreza emocional, carencia de relaciones, soledad hasta depresiones profundas y ataques de pánico, que según informan muchos terapeutas, a menudo resultan ser transferencias directas de las peores experiencias del padre o de la madre.

No pueden averiguar de dónde provienen sus problemas. Ellos siempre han estado bien, sin guerra ni sufrimiento, crecieron en una de las mejores sociedades posibles. Se les llama también los niños de la niebla, que deambulan por la vida buscando unas respuestas que sus padres no son capaces de darles.

Lo que podemos sacar en claro de todo esto es que la guerra tiene una larga sombra. Cuando pensamos en las guerras actuales y los continuos enfrentamientos en Siria, Palestina, Libia, Congo, Somalia y así sucesivamente, tenemos que pensar, ante todo, en los niños que crecen en situaciones de inestabilidad, el exceso de trabajo, el miedo de los padres y las experiencias traumáticas. Si echamos la vista atrás nos damos cuenta de que hemos dañado a la humanidad durante muchas generaciones, y tenemos que hacer todo lo posible para ofrecer a los que huyen de estos conflictos un hogar seguro para que puedan superar mejor sus traumas.

Lecturas recomendadas:

  • “Nebelkinder” de Michael Schneider y Joachim Süss, editorial Europa.
  • “Kriegsenkel: Die Erben der vergessenen Generation“ de Sabine Bode, editorial Klett-Cotta.

Traducción desde el alemán por María Navas