El triunfo de la lista Crecer, presidida por Daniel Gedda, en las elecciones de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC), abre, desde luego, enormes expectativas de cambio al interior de lo que es para muchos el mayor bastión académico de la elite conservadora chilena. Estas expectativas no son infundadas.

En 1967, la FEUC presidida por Miguel Ángel Solar, protagonizó el inicio de la Reforma Universitaria en nuestro país, proceso que dio lugar a la elección democrática de autoridades con participación triestamental (académicos, trabajadores y estudiantes), además de asegurar la libertad de cátedra en una institución caracterizada por su tradicionalismo en materia de enseñanza.

Tras el golpe de Estado, las conquistas alcanzadas por la comunidad universitaria brillantemente liderada por Fernando Castillo Velasco, fueron rápidamente desmanteladas. Ni la lucha por la democratización de la FEUC a contar de los 80 fue suficiente para recuperar lo que se perdió tras la intervención militar de la UC, apoyada por el gremialismo de Jaime Guzmán, que favoreció la represión y asesinato de académicos y estudiantes.

Recién en 1997, 30 años después de la Toma de la Casa Central, la lista del Frente de Estudiantes de Izquierda (FEI), encabezada por el estudiante de teología Álvaro Ramis e integrada por independientes, colectivos de izquierda y militantes comunistas, se impone en segunda vuelta frente a su par gremialista. El resultado fue sorpresivo e inédito: por primera vez la izquierda extraparlamentaria accedía a la conducción de la FEUC.

Vivo de cerca y a la vez con distancia lo que los jóvenes han logrado en la Católica. De cerca, porque fui parte de ese puñado de estudiantes que a fines de los años 90 luchábamos por cambiar nuestra universidad, buscando acercarla más al pueblo y sus necesidades. Con distancia, porque hoy son otros jóvenes, con menos traumas y nuevas ideas de cambio, los que protagonizan esta historia.

Que la izquierda triunfe en la FEUC no es un hecho casual. Durante 2014 y este año, el rector Ignacio Sánchez se ha erigido como uno de los principales adversarios a la reforma en educación. En efecto, Sánchez ha manifestado públicamente su rechazo a la posibilidad de generar espacios de participación al interior de la U. Católica, que garanticen que los recursos que aporta el Estado para esa institución se condigan con los principios democráticos que debe promover la educación pública. Hace pocas semanas, de hecho, Sánchez amenazó con restarse de incluir a la UC entre las universidades que accedan a la gratuidad. Y son precisamente estas atribuciones del rector, para hablar en nombre de toda una comunidad, lo que indigna a un sector importante del estudiantado que queda excluido de las decisiones que lo afectan.

Hoy ese sector es mayoritario. Si en el pasado buena parte de este respaldó la propuesta centroizquierdista de la Nueva Acción Universitaria (NAU) alguna vez encabezada por el hoy diputado Giorgio Jackson, es sintomático que en esta ocasión se apoye a una lista abiertamente crítica y sin compromisos hacia el gobierno de la Nueva Mayoría. Los ambages políticos pueden servir para tranquilizar adultos, no para cautivar ni atraer a los jóvenes.

Con todo, sobre los resultados hay que ser cautos. Más del 30% de la votación de Crecer en segunda vuelta proviene del NAU, lista que responsablemente llamó de manera abierta a votar por la izquierda en el balotaje. Ese sector no despreciable del estudiantado probablemente también quiere cambios, pero guarda distancia con posiciones que puedan ser más confrontacionales.

Lo que es claro es que en la UC los estudiantes no quieren más ser ignorados, para lo cual deben reflotar la alicaída organización estudiantil nacional, luego del masivo movimiento de 2011. Pero el peligro siempre está latente. La izquierda y la UC no se llevan bien, a juzgar por la historia al menos.

El querer cambiar la organización de raíz, puede llevar a olvidar la diferencia entre lo medular y lo accesorio, o entre lo urgente y lo importante. Esto lo vivimos en los 90 cuando las pugnas internas poco ayudaron a cumplir nuestro programa, permitiendo a la derecha y a rectoría controlarnos sin mayor dificultad. Les bastaba con dejarnos caer, con obligar a los guardias a quitar nuestras publicaciones de los muros, con hacer llamados a las empresas para frenar cualquier posible auspicio a las actividades de la federación, con esperar nuestro derrumbe más que enfrentarnos directamente.

El no cometer los errores del pasado es parte de un aprendizaje necesario. La historia es precisamente ese espacio en que las diferentes generaciones nos encontramos y podemos sacar lecciones en torno de las luchas que nos unen y las necesidades de cada época.

Es en ese espacio en el que Crecer debe demostrar su capacidad de superar el dogmatismo que muchas veces ha caracterizado a la izquierda, de acercar a los estudiantes menos politizados en torno a una organización acogedora que respeta la diferencia, como también de representar a un sector político que aspira a ser una alternativa en Chile a la derecha y la Nueva Mayoría. Si lo hace, no solo habrá consolidado un proyecto de largo plazo, tendiente a cambiar la imagen siempre flemática de la UC. Habrá, de paso, redimido a quienes en sus errores y aciertos intentaron también transformar desde una izquierda sin tapujos al que sigue siendo el nido intelectual del modelo político y económico que prevalece en Chile. Y en esa lucha, los de ayer y hoy, sabemos que la promesa de la reforma universitaria de entregar al pueblo chileno “una nueva universidad”, sigue y seguirá estando vigente. Con todas las fuerzas de la historia, hoy es tiempo de crecer.

/Francisco Carreras V.-El Mostrador/