Hace 20 años tenía más pelo y, sobre todo, muchísimo más largo. Hace 20 años el mayor peligro para mi supervivencia era la policía. Mis ídolos gritaban arriba de los escenarios consignas contra la represión, el gatillo fácil, las privatizaciones, el vacío de la cultura y el sinsentido que campaba a sus anchas en una Argentina rociada de dogmas importados, como importadas eran las políticas y los modelos que seguíamos.

El conurbano, el cinturón de Rosario, Santiago del Estero, Jujuy se habían convertido en epicentros de la violencia, de la desprotección y del hambre. Un caldo fecundo para que la inseguridad montara y la construcción de las estructuras sociales a base de palo y bala se reprodujeran.

Las comparaciones siempre son odiosas y, fundamentalmente, tendenciosas. Pero justamente hace 20 años cantábamos que todos los políticos eran narcos, que las pistolas se disparaban solas, que nos queríamos ir del país y despertarnos en otro lado.

Efecto zozobra

Y por más que los medios nos incendien el cerebro queriéndonos convencer que sigue todo igual, los ojos, los oídos y el corazón no logran convencerse. Después de la furia de fin de siglo y del arranque de pesadilla que vivió la Argentina, ocurrió el empoderamiento de la gente.

En este punto muchos dejarán de leer o simplemente buscarán en su cabeza los indicadores que se oponen a lo que yo estoy sosteniendo. Pero más allá del listado de conquistas de derechos y de oportunidades para las mayorías que se han alcanzado, creo que los temas que pretendo discutir, dan muestra cabal de que estamos en un contexto distinto a la inquietud permanente que vivíamos en los 90.

Pero no quieren que perdamos la zozobra, no quieren que pensemos por nosotros mismos y nos inoculan miedo, fastidio, desconfianza, deseos inalcanzables, promesas falsas. Discutamos las cosas con verdadero sentido, con altura, con profundidad.

1 de cada 40 argentinos paga impuesto a las ganancias, sin embargo, todos recibimos los beneficios que supone tener un Estado presente que se ocupa de las problemáticas más urgentes. ¡Alto! Dije Estado presente y no voy a escaparme de la evidencia de que ese Estado no llega a todos lados por igual, ni con la suficiente eficacia, ni con los mismos fines. Pero el análisis frío demuestra que está más presente que nunca antes.

Reparto

Los impuestos son un grandísimo avance civilizatorio que permiten que aquellos que no tienen medios para sostenerse, puedan ser sostenidos por el conjunto humano que los rodea. Y sí, esas decisiones se toman políticamente, no se puede depender de la decisión individual de los que estén más cerca del necesitado para asegurarle lo mínimo, eso tiene que venir de una decisión superior, que prevalezca por encima de las mezquindades y pequeñeces de las decisiones personales.

El nivel de compromiso y de sostenimiento es materia de disputa y discusión permanente y es parte del debate político, donde algunos priorizan ciertos sectores por encima de otros. A los empresarios o a los trabajadores, a los que viajan al exterior a comprar celulares o a los que no pueden viajar en condiciones dignas a su trabajo, a los que hicieron aportes jubilatorios y tuvieron sueldos fastuosos que quieren mantener de por vida o a los que no tuvieron la posibilidad de aportar y necesitan una pensión mínima que les evite mayores miserias. Todas estas decisiones se dan en la arena política.

Y en la arena mediática. Y es en esta donde parece que el chicaneo, la tergiversación, las cifras erróneas se multiplican inundando las redes sociales y filtrándose en todas las conversaciones de la gente. En las colas del supermercado, en la puerta de las escuelas, en las reuniones familiares, entre compañeros de trabajo o de estudio, en todos los ámbitos se imponen agendas manipuladas, deformadas.

Debate actual

Por estos días, además de estar de actualidad el impuesto recontrahiper minoritario de ganancias, se estableció la pensión para aquellas personas que no pueden seguir ejerciendo una actividad laboral. Los jubilados, claro, eso pensamos todos. Pero no, un par de proyectos de ley atendía a la necesidad de una de las minorías más invisibilizada, violentada y discriminada de todas, la transexual. Nos enteramos gracias a la propuesta que la expectativa de vida del colectivo trans es de 37 a 42 años. Sí, leyeron bien.

Quizás, entonces, pensar en que la sociedad en su conjunto se ocupe de ellos, a partir de los 40 años, o sea en el declive de su vida, podría ser una posibilidad de garantizarles una muerte digna y la aspiración de que mejorando sus condiciones de subsistencia puedan alcanzar la vida adulta a la que aspiramos todos. Hace tiempo se había escuchado voces escandalizadas por otra propuesta para que el Estado costeara los gastos de las operaciones de cambio de sexo. La necesidad era la misma, la supervivencia de estas personas, que pudieran recibir una asistencia médica digna y que no terminaran en manos de inescrupulosos que les provocaran con operaciones criminales, secuelas irreversibles.

Gracias a los medios, muchas veces, una buena parte de la opinión pública se termina poniendo del lado del empresariado defendiendo su derecho a realizar operaciones fraudulentas de evasión de divisas extranjeras y las sucesivas importaciones que significan la incapacidad de industrializar la Argentina. Un grandísimo ejemplo lo tenemos ahora con el reclamo frente a los sueldos que reciben las personas privadas de libertad que trabajan. ¡Porque trabajan para empresas privadas, no trabajan para el Estado, señores! Y como la esclavitud se abolió hace más de un Siglo y medio en nuestro país, no me parece ilógico que se les pague por la generación de ganancias de empresarios privados.

Y tampoco me parece desadaptado que puedan cobrar los haberes mínimos que les corresponden por ley a todas las personas que trabajan en la Argentina y que tengan derecho a aguinaldos y vacaciones pagadas. Ya que no pueden tomarse vacaciones porque están en las cárceles, que se las paguen y que de esa manera sus hijos, los familiares de los privados de libertad puedan tener una vida alejada de la necesidad de delinquir y repetir un modelo transmitido en el seno de sus hogares. Además de costear los gastos de los juicios y el resarcimiento de las posibles víctimas que pudiera haber. Se trata de fondos que le permiten a los encarcelados rehacer su vida cuando recuperen la libertad.

No me cabe la menor duda que si una persona que delinquió aprende un oficio y afronta sus necesidades desde el trabajo, las posibilidades de que reincida en el delito se reducen drásticamente. Lo mismo que el derecho a estudiar, a aprender a relacionarse, a comunicarse, acercarse al arte, a la cultura, a lo estético. Escuchar los testimonios de los jóvenes que en las cárceles han podido descubrir las palabras, poder decir lo que sienten, poder conmoverse y expresar sus sentimientos de maneras no violentas, eriza la piel y permite tener dimensión del valor de tomarse el trabajo de incluirlos en la vida y no desecharlos.

Ya muchos fueron desechados, muchos están todavía a la vera del camino, mirando las vidrieras deslumbrantes mientras arrastran su decepción o sus carros de cartoneros. Hay que mirar esta realidad de frente para abordarla, para combatirla, para transformarla. Y eso se está haciendo. Bien, mal, regular, insuficientemente, clientelarmente, bueno, eso dependerá de la acción de cada uno. Porque la inclusión es tarea de todos, no es que porque el Estado garantice Salud, Educación y Trabajo, “el otro” esté incluido. No, al otro se lo incluye cuando no se lo desprecia, no se lo denigra, no se lo menosprecia, ni se lo infravalora. Y cuando se le reconocen sus derechos.

¿Buena gente?

Si el Estado es mejor que su sociedad puede ascenderlo en valores, en consciencia social, en compromiso. Pero para que el Estado mejore, tenemos que mejorar todos, porque es un reflejo de la conducta social. Cuando se pretende que la “Argentina es un país con buena gente”, no se está describiendo una realidad perceptible en los empujones para entrar o salir del tren, o en la actitud sobradora del que ni mira al que pide una limosna o el que busca la manera de no pagar impuestos, “total que el otro se arregle”. Sino que se está proponiendo una mirada superadora, una mirada reconciliadora. Se está diciendo que más allá de que mires para otro lado, o que codees a quien tenés al lado, o te vayas a Carmelo a sacar dólares del cajero para venderlos en Florida y Lavalle o salgas de chumbo, en algún lugar de tu alma, guardás la grandeza de la buena gente y en la medida que todos creemos las condiciones de que las oportunidades se equiparen y los derechos se extiendan y garanticen, la bondad va a sobrepasar a la mentalidad del “sálvese quien pueda”.

Porque todos hemos vivido que se ceda el asiento y el paso, que se ofrezca una sonrisa además de una moneda, que me sienta reconfortado cuando alguien cercano recibió una ayuda cuando la necesitaba o decidimos devolverle la billetera a alguien que se le cayó.

Parece simple y sin embargo, es necesario desprenderse del auricular que te dice que Todo es Negativo y volver a escuchar a los cantantes populares, los que le toman el pulso a la sociedad y ver lo que están cantando ahora, cómo se van moviendo los ejes trágicos de las sociedades latinoamericanas y cómo empezamos a discutir temas de sintonía fina. Ya no estamos rascando las ollas o haciendo cola para revolver la basura que tiran las cadenas de comida chatarra, así que podemos levantar la cabeza y ver cómo hacemos para que se alcance a esos bolsones de pobreza que todavía siguen anquilosados, cómo incluimos a esa marginalidad desesperanzada.

Hace muchos años que no veo un jubilado colgando de los árboles de las plazas argentinas, ¿ustedes?