Por Eros Tetti.-

Más del 50% de la población mundial vive en ciudades, una tendencia imparable que transporta anualmente más de 60 millones de personas de las zonas rurales a las aglomeraciones urbanas. Un fenómeno, el de la urbanización, que a partir de la revolución industrial sigue aumentando en progresión geométrica, incluso a velocidades insostenibles en los últimos 50 años. Un flujo de sangrado que ha llevado cada vez más a despoblar el campo y las montañas para engrosar la periferia de las ciudades, produciendo desbordes de manera fragmentada y difusa en dirección a los campos limítrofes.

Esta tendencia no muestra señales de detenerse, y según las proyecciones de Unicef para 2050, más de 6,3 millones de personas vivirán en ciudades, una estadística impactante si se considera que en 1950 vivían en ellas solo 700 millones.

Es importante agregar que este fenómeno no solo afecta a Occidente, sino que incluye directamente a Asia, África y América del Sur, donde también el desarrollo de la urbanización supera con creces el aumento de la “civilización” occidental. El fenómeno es aún más complicado si pensamos que más del 10% de la población urbana se concentra en las grandes ciudades, o en ciudades con más de 10 millones de habitantes, que son alrededor de 21 en todo el planeta, además de Tokio y Nueva York que ya entraron en esta categoría antes de 1950, y todos los demás se añadieron más tarde. De estas 21 ciudades, 16 se encuentran en Asia, África y América Latina. Un último dato a tener en cuenta, es que fue en el año 2008 cuando por primera vez en la historia, los habitantes de las ciudades han superado en número a los habitantes de las zonas rurales [1].

Un crecimiento enorme y sin control que nos enfrenta a escenarios muy complejos para el equilibrio medioambiental y social de nuestro planeta. Esta tendencia ha dado lugar a un aumento de la contaminación, el uso del suelo, la demanda de energía, afectando obviamente a un mundo irreemplazable no solo desde el punto de vista ambiental, sino también desde el punto de vista paisajístico y sociocultural: hemos sido testigos de la destrucción de la unidad familiar tradicional, la marginación de los ancianos y de todo lo que no es pragmáticamente productivo. Los campos se han vaciado gradualmente mientras se llenaban los suburbios ricos a menudo solo de miseria y explotación. Y es éste el aspecto que me gustaría profundizar, un tema muy complejo que considero esencial para las reflexiones actuales y futuras, y tal vez una posible clave para salir de esta crisis estancada.

El fenómeno de la urbanización se encuentra fuertemente también en nuestra querida Italia, un país que expresa una amplia gama de paisajes rurales que han caracterizado el perfil indeleble, el carácter, la cultura y, sin duda, la imagen global en el mundo. Paisajes que varían de los pastos de montaña de los Alpes hasta las colinas y viñedos de la Toscana, a los paisajes agrícolas Hyblaea de Sicilia; una sucesión de territorios de la antigua cultura campesina que parece haber sido segregada en el ático para dar paso al pragmatismo industrial, como una espada de Damocles colgada sobre la belleza de nuestros paisajes y el futuro de nuestro pueblo. Estos paisajes rurales son todavía como libros abiertos que nos dicen de dónde venimos; cada pedazo de tierra en este país con una muy alta actividad humana, está organizado para permitir a sus habitantes (humanos, animales y vegetales) sobrevivir, cada rincón agradable y cultivado de acuerdo con los viejos hábitos de la gente que vivía allí. Pero ahora, ¡ay!, se ha roto ese equilibrio y hemos visto desaparecer casi por completo la cultura sabia y antigua que había logrado encontrar con gran esfuerzo un buen compromiso entre el medio ambiente y natural, y con ella casi ha eclipsado (todavía no del todo, afortunadamente) una cultura que podría hoy dar respuestas útiles a un futuro incierto.

La cultura nativa de la población rural, por su naturaleza, tiene una estrecha relación con el medio ambiente: vive y está regulada por los ritmos circadianos y estacionales, está caracterizada y fundada en la “conciencia del límite”, los límites físicos y reales que el medio ambiente pone, punto fundamental que hace que sea – esta cultura – estructural, duradera, dinámica, armónica y sostenible. Por el contrario, la urbanidad se presenta en el paisaje como una ruptura con lo natural, su formación no procesal sino desestructurada, e incluso el tiempo es diferente y fragmentado (la medición del tiempo que conocemos hoy, es una invención urbana) [2]. Se está de acuerdo en que la cultura urbana está lejos del medio ambiente natural. Es una cultura que se basa en el progresismo, como se lee en un ensayo escrito por Fabio Baroni [3], en el que el ser humano vive convencido de que a través de la adquisición progresiva de conocimientos de leyes naturales, tendrá la capacidad de someter todas las cosas a su voluntad a través de la ciencia. Una cultura que se extrapola a partir del contexto real en el que se desarrolla, como si estuviera aislada bajo una campana de cristal, sin establecer relaciones y con una soberbia pedante hasta el punto de pensar que podemos contener y regular todo fenómeno natural.

Como un claro ejemplo, podemos ver el daño causado por el consumo del suelo debido a las construcciones que luego lleva a dramas hidrogeológicos incontrolables e incontenibles; podemos verlo en el aumento de la alienación, de la depresión, la adicción y suicidio, en una sociedad que en la década del 2000 tendría que haber resuelto todos los problemas de la humanidad a través del uso adecuado de conocimientos.

Cada dato parece poner en claro el hecho de que nos encontramos ante el fracaso de la ciudad, o al menos, de la cultura urbana-consumista que prevaleció en este siglo. Por tanto, es necesario recurrir a las montañas y al paisaje, dando un paso hacia atrás, y mirar hacia los medios campesinos abandonados, zonas fértiles y productivas que nadie ahora cultiva, mantiene ni controla. Áreas que si las dejamos “salvajes”, solo generarían problemas en nuestra vida, porque, como se ha mencionado antes, son áreas donde la intervención humana durante milenios ha sido muy consistente y, por tanto, su re-naturalización implicaría enormes costos en términos de desequilibrios hidrogeológicos, climáticos, pero también culturales y sociales. Como a menudo leemos en los llamados que hacen los geólogos y expertos de la industria, que en los últimos años vienen siendo desatendidos, la reutilización de estos territorios podría aliviar en gran medida los riesgos de los centros de población.

Si escribo todo esto, no lo hago como periodista, o como científico ni teórico, sino como un activista de un movimiento que se ocupa de las zonas rurales, construyendo activamente una realidad que conecta en redes las granjas, las empresas de turismo, la artesanía local, el ahorro de energía y muchas otras actividades que le permiten volver a disfrutar de las montañas y las zonas rurales, tratando de re equilibrar la relación de dominación de las ciudades vecinas. Es una obra no dirigida únicamente a tangibles (alimentos y economía), sino también a los aspectos intangibles de la vida – que son lo espiritual y lo cultural – rescatando nuestra cultura, los conocimientos ancestrales y tradiciones. Todo sin sentimentalismo nostálgico, pero con una mirada orgullosa y apuntando hacia el futuro, sin dejar de lado el uso de la tecnología, que entendemos como patrimonio de la humanidad y no propiedad exclusiva de unas pocas corporaciones.

Es posible, pues, a nuestro juicio, reconstruir los centros rurales y campesinos que satisfagan las necesidades del ser humano, liberándonos de la ideología del consumismo y luchando contra ese proceso compulsivo que lleva todo hacia la concentración: la concentración de personas en las ciudades, la concentración de capital en manos de unos pocos, la concentración del poder… Aquí yace una propuesta para las personas activas que desean participar en el cambio de las cosas, una propuesta que no necesita a ningún político en el gobierno. Cualquier persona, en cualquier lugar, puede comenzar seriamente a respaldar este fenómeno de la descentralización, ya sea iniciando nuevas actividades, ya sea apoyando a través de la compra, por ejemplo, de productos procedentes de las zonas rurales y montañosas. Hoy en día todo está en nuestras manos, en las decisiones económicas de cada día; podemos realmente influir en el futuro de este proceso. Hoy esto es posible, es el momento y es posible para todos.

Es un tema complejo que será necesario ampliar en artículos siguientes, proporcionando una amplia documentación. Mientras tanto, podría ser interesante comenzar una discusión seria sobre el tema, tal vez incluyendo estas consideraciones en nuestras próximas conversaciones, o en las redes sociales, en los centros comerciales, y ¿por qué no?, en los campos que están a la espera de nuestro regreso.

[1] Informe UNICEF 2012, “Hijos de la Ciudad”

[2] Charla de Silo, Mario Rodríguez Cobos, “El campo y las ciudades” (Argentina 2007)

[3] Fabio Baroni, “Ciò che non è civile è rurale, non incivile”

– Ver más en: http://www.informazionesostenibile.info/7362/citta-vs-campagna-un-conflitto-da-comporre/#sthash.7kht5TWb.dpuf