Mientras tomábamos los canelazos que nos ofreció la Universidad Andina conversábamos entre los asistentes a la presentación de los 3 libros de los 3 autores humanistas que acababa de terminar y nos costaba poner en palabras lo que habíamos vivido. Continuábamos embargados por las emociones, en estado de feliz conmoción.

Todo había empezado un par de horas antes cuando se apagaron las luces del auditorio y una voz leyó iluminada con una linterna. “Se tendió en su cama, los demás esperaron a unos diez metros, en el escritorio. Ella cada tanto fue a verlo, le frotaba un poco la zona del cuerpo que tenía más dolorida. El ritmo de su respiración ni siquiera se escuchaba en el silencio. Se acomodó de pronto, colocando la cabeza en la almohada de modo que, cerrando los ojos, pudiera desposeer todo y dejarse ir hacia Lo Profundo”.

Otras dos voces le contestaron y el aire se volvió eléctrico. No sabíamos qué podía suceder, el guión preestablecido en nuestras cabezas de las presentaciones anteriores se había desdibujado. Un grupo musical toma el relevo, guitarras, violín, flauta traversa, voces y bombo, los aires andinos y la alegría acompañan la iluminación de la sala.

Sami toma la palabra desde su lugar y le agradece a Tony por haber escrito ese libro tan profundo e irreverente a la vez y que “le aportó demasiadas cosas positivas a mi vida y ha hecho que sea y me sienta una mejor persona”. Se refería al británico Tony Robinson, el autor de Café con Silo, que miraba esa chica de 17 años sorprendido y exultante. Los siguientes agradecimientos fueron pronunciados en boca del autor por tan hermoso recorrido del libro y por la posibilidad de presentarlo de forma tan maravillosa.

Otra vez a oscuras. Otra vez las voces “¿Quién soy? ¿A Dónde voy?”. Y si bien comenzábamos a creer que conocíamos el ritual, las sorpresas continuaban. Lecturas en simultáneo nos llevaban entre comprensiones y pasajes de la fuerza, entre el despertar de la consciencia y la apertura del plexo solar de la comunión energética. Las lágrimas se apelotonaban en los ojos. La sensación de mareo iridiscente acompañaba la música que había vuelto a sonar.

Leo comienza su relato. “Recibo un correo electrónico. Asunto: urgente. Archivo adjunto: La unidad en la acción. Autor: Dario Ergas” y el viaje a la profunda introspección que le propone Dario Ergas con La unidad en acción, lo trasciende y Leo hace suyas las preguntas, las certezas, los ensueños y sentidos que explican el libro. Lanzado en la carrera desenfrenada por expresar los toboganes vividos en esa lectura le lanza a bocajarro preguntas al autor chileno: «¿es posible sentir la unidad con tanta certeza como para ser capaces de atrevernos a elegirlas a pesar de que supongan ir contra todo un esquema de pensamientos y ensueños, no solo personales, sino también sociales? ¿Acaso no se corre el riesgo de que esta sensación de cohesión y unidad se asemeje a una especie de ilusión y que de paso a un sentimiento de temor de una decepción más grande por anteriores experiencias de fracaso? ¿Qué sucede cuando las acciones que deberíamos realizar para aumentar el nivel de conciencia, son acciones que atentan contra lo establecido, normalizado o estandarizado: hasta qué punto se pueden trasgredir, ya sea un trabajo, una carrera universitaria, un matrimonio aparentemente feliz; si sentimos aquella lucidez prometida como para hacerlo y apoderarnos de la situación hasta las más profundas consecuencias?».

Dario se reincorpora en su silla, toma aire y con los ojos húmedos le agradeció el testimonio antes de decirle que esas preguntas eran lo suficientemente pertinentes como para ser el punto de partida de un nuevo libro.

La sala se seguía llenando con las personas que llegaban con retraso, sin embargo era notable ver en sus caras como conectaban rápidamente con el nivel de honestidad e interiorización de los testimonios y sus réplicas. Los corazones pedían reposo, pero la epidermis continuó encendida.

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Oscuridad, las voces que nos generan cada vez mayor impacto: “Entonces algo extraordinario ocurrió, perdí el control de mi cuerpo, me sentí impactado por una enorme energía. (…) Esto era lo que yo quería: gente del mundo entero reunida…. Este era mi pueblo, aquí era donde yo quería estar y en ese momento me enamoré completamente de todo lo que se expresaba allí”.

“¿Y si fuera cierto? Si se desestabilizara esa cortina de cinismo que impide imaginar un nuevo amanecer. ¿Y si fuera cierto? Tal vez algún día cercano volvamos la mirada sobre los sueños que hoy tenemos y desde su entramado rescatemos a la inspiración del Maestro de nuestro tiempo”.

Silo, El maestro de nuestro tiempo, es el título del libro escrito por Pía Figueroa y que narra todo el proceso vivido al lado del pensador argentino, Mario Rodríguez, Silo. Pero antes de que ella hablara, lo hizo David, que narró el impacto que le había producido en su vida la lectura del libro. Contó que su vida se había transformado y que deseaba llevar la enseñanza transmitida por Silo a otras personas y que había encontrado en el libro muchas respuestas a las necesidades existenciales que experimentaba. “Para mí el conocer a Silo a través de tu libro me ha hecho creer que se puede ser leal al ser humano, que su esencia de bondad y de virtud es la respuesta a las preguntas, Silo con el testimonio de su vida, así como la de muchos otros humanistas nos mostraron que ese es el camino, tan solo hay que atreverse a ser libres ya que solo ahí se manifiesta lo intrínsecamente humano que es existir para la vida, para crecer cada día, para preguntarse quién soy a cada momento y encontrar la respuesta en un instante” concluyó.

Cuando llegó el turno de la réplica de la autora, Pía sólo alcanzó a balbucear que quería darle un abrazo para luego felicitar muy emocionada a todos los asistentes y organizadores por la velada que estaba viviendo. “Antes de morir, quisiera recordar este momento” dijo, mientras agradecía lo dulce y poético que había sido todo el desarrollo del evento.

Las rondas de preguntas, comentarios y testimonios se extendieron por más de media hora manteniendo la tensión emotiva y comprobando, voz a voz, que la esperanza de una transformación humana había renacido en el espíritu de todos los presentes.

El saludo final fue un agradecimiento de la Responsable del programa de Derechos Humanos de la Universidad Andina Simón Bolívar, Gina Benavides, que agradeció que le hubieran propuesto organizar este y el resto de eventos que formaron parte de “Octubre Noviolento”, una serie de actividades armadas por distintas organizaciones alrededor del 2 de octubre, declarado por la ONU Día Internacional de la Noviolencia. Agradeció formar parte de este proyecto y anunció el compromiso para su continuidad en los años sucesivos, luego de remarcar la importante labor para que todo se hubiera realizado de Nelsy Lizarazo y Walker Vizcarra, que recibieron unos reconfortantes aplausos por tanto esfuerzo.

El cierre del evento fue a toda orquesta, antes de que comenzaran los comentarios entre los presentes con los autores, que firmaban los libros recientemente adquiridos, los músicos, los actores y los jóvenes que habían testimoniado sobre sus lecturas. Dario se abrazaba con unos y otros, mientras Tony buscaba con quien hablar en inglés pues el castellano ya no lograba dominarlo, embargado como estaba por la emoción. “Sólo por lo que expresó que vivió David, valía la pena haber escrito el libro” me comentaba en confianza la autora chilena.

“Esta noche fue mágica” opinaba uno de los asistentes, “hay relevo” expresaba una experimentada militante del humanismo al rememorar los relatos y experiencias comentadas.

Suscribo, de manera personal, cada una de las palabras de agradecimiento vertidas a lo largo de la noche, que fueron muchas y puedo asegurar, sin miedo a exagerar, que será una noche recordada por el resto de la vida por la mayoría de los presentes.

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