Si pensabas que ya no quedaban secretos que revelar sobre el caso Snowden, el documental de Laura Poitras te hará cambiar de opinión. Esto ha sido sólo el principio.

Por Marta Peirano para eldiario.es

Citizenfour es el nombre en clave que usó Edward Snowden cuando se puso en contacto con la documentalista Laura Poitras por primera vez, en enero de 2013. Ahora es el nombre que ha elegido Poitras para su documental sobre los abusos de poder del gobierno de los estados unidos y la impunidad con que sus agencias controlan los movimientos de la población mundial. Iba a llamarse de otra manera – Año Zero, el nombre que usaron los Jemeres Rojos cuando tomaron Camboya-. Ganó lo doméstico y el viernes se estrenó en el New York Film Festival, con gran revuelo internacional. La película, que viene apadrinada por Steven Soderbergh, llegará a las pantallas norteamericanas el 24 de octubre. Ha sido imposible saber cuándo llegará a las españolas.

El documental empieza como un relato en primera persona sobre el viaje a Hong Kong que Poitras hizo con Glenn Greenwald, entonces colaborador del Guardian, y un veterano que impuso el periódico, Ewen MacAskill. Iban a recoger un catálogo incontestable de actividades ilícitas de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) norteamericana donde Snowden estaba aún contratado. Antes de esos miles de documentos clasificados que hoy conocemos como «los papeles Snowden», todo el mundo hacía bromas sobre el «Gran Hermano». Hoy sabemos que no hay una sola esquina sin vigilar en la Red.

Citizenfour tiene dos héroes. El primero es Greenwald, con quien ha fundado The Intercept, un medio independiente de periodismo de investigación. «Una de las razones por las que la historia tuvo tanto impacto es porque Glenn se movió a gran velocidad – contaba al Washington Post– El Gobierno norteamericano no pudo responder a tiempo. Les pillamos desprevenidos». El segundo es, por supuesto, el propio Snowden.

«La decisión de revelar o no mi identidad será tuya –dice a Poitras en sus primeros correos–. Mi deseo personal es que me pongas la diana directamente sobre la espalda. Nadie, ni siquiera mi confidente más cercano, conoce mis intenciones, y no sería justo que sospecharan de nadie más por culpa mía. Tú podrías ser la única persona capaz de prevenir eso, y la forma es clavarme a la cruz antes de intentar protegerme como fuente». Según Poitras, la decisión semisuicicida de dar la cara desde el principio les dió una ventaja sobre el aparato de seguridad norteamericano: «No esperaban que Snowden revelara su identidad, así que controlamos el relato durante cierto tiempo».

Contra lo que popularmente se piensa, fue Poitras y no Greenwald quien ideó la operación y enganchó al resto. Esto es porque Snowden había intentado sin éxito que Greenwald se hiciera con una clave criptográfica para poder comunicarse con él sin ser escuchado. Por suerte para todos, Poitras estaba trabajando en un documental sobre vigilancia y ya tenía una. Tras unos intercambios en los que se convencieron el uno al otro de que iban en serio, Poitras le contó a Greenwald cuál era la situación, entre otras cosas porque no quería ir sola a Hong Kong. ‘Mira – le dijo– me ha contactado una fuente que dice que tiene documentos. ¿Quieres trabajar en esto?». El le dijo inmediatamente que sí.

Dos bombas informativas: una personal, otra electrizante

Más importante, el documental tiene dos sorpresas que no están en el libro de Greenwald, publicado esta primavera. La primera, relativamente irrelevante pero curiosamente reveladora, es que Snowden no está solo en su escondite ruso: le acompaña su novia Lindsay Mills. Esto es una sorpresa porque el padre de Lindsay había acusado a Snowden de abandonarla a su suerte. Jonathan Mills contó que Snowden dijo que se iba de viaje de negocios y que volvería en unas semanas. Según su historia, Lindsay se enteró de lo ocurrido cuando vino la prensa a su casa y huyó a la de sus padres en Hawai. El documental demuestra que la pareja lleva viviendo junta en Rusia desde julio.

La segunda, mucho más jugosa, no viene de Snowden sino de Greenwald: hay otro whistleblower en la NSA. Cuando Greenwald visita a Snowden en un hotel de Moscú, los dos se comunican por escrito, usando papel y lápiz, por temor a ser escuchados y grabados. Greenwald le revela entonces que un analista en la NSA le ha facilitado información muy detallada sobre el programa de ataques con drones. Cuando se entera de quién es, Snowden se queda boquiabierto. Esa nueva fuente cuenta con un rango muy superior a él en la jerarquía de la NSA.

Las ventajas de ser una mosca en la pared

Snowden eligió a Poitras después de ver su perfil de William Binney, el criptógrafo veterano de la NSA que ayudó a diseñar el software de espionaje masivo que recoge las comunicaciones de millones de ciudadanos americanos, incluyendo llamadas, correos, búsquedas y compras.  Binney fue la fuente principal  del reportaje que publicó James Bamford en Wired sobre el centro de espionaje que la Agencia estaba construyendo en Bluffdale, Utah.

También era parte de un documental de Poitras sobre la sociedad de la vigilancia, tercera parte de la trilogía post 11-S que había empezado con la ocupación de Irak ( My Country, My Country, nominada al Oscar en 2007) y que continúa con Guantánamo ( The Oath, 2010). La cineasta había entrevistado a Julian Assange y a Jacob Applebaum, experto en anonimidad con el que comparte exilio en Berlín desde hace poco más de un año. Ambos han transformado la capital alemana en el céntro neurálgico de la revolución digital.